Opinión Nacional

Patriotismo y racismo en la V República

En Venezuela es ya un hecho inocultable, que la democracia de la que hablan los nuevos actores en el poder, nada o casi nada tiene que ver con los principios que inspiran a las democracias occidentales, entendidas como sociedades de individuos libres, sometidos al imperio de leyes imparciales en un orden democrático con apego libertades políticas y a garantías económicas. El nacionalismo y el igualitarismo exaltado en su forma más ruin, están dando por resultado dentro de la sociedad venezolana dos peligrosas tendencias: el chauvinismo y el odio social por una parte, y por la otra (en referencia a los que resisten los excesos de la diatriba presidencial y el proyecto político que adelanta), el racismo.

Se ha vendido desde el nuevo poder, la idea errónea y perversa de que se intenta rescatar por la autocalificada por sus mismos auspiciadores “Revolución Pacífica” la identidad usurpada por gobiernos corruptos y por falsos demócratas, levantando para ello los símbolos de ese viejo expediente del patrioterismo secular entre nosotros, que es la imagen de los próceres (con prescindencia de las figuras civiles por supuesto) especialmente la del Libertador, símbolo inocente del convulsivo oscilar de la historia venezolana en el incesante ir y venir entre la anarquía y el despotismo. Justamente, las continuas rupturas e inestabilidad institucional que nos ha caracterizado en nuestra vida como república independiente, junto al desdén y desconocimiento del pasado, creó en al conciencia colectiva de los venezolanos un sentimiento de depresión, de vacío, en las que se han mezclado sensaciones de incertidumbre y de desconfianza sobre al imagen de nosotros mismos, y sobre el sentido de pertenencia a una nación o a un proyecto colectivo. Lamentablemente, este no es sólo el caso venezolano, la historia de hispanoamérica es la historia sin fin de la superposición de varios problemas juntos, nunca totalmente resueltos; en palabras del pensador Antonio Caso refiriéndose a Méjico pero aplicable a todo el continente:”Todavía no resolvemos el problema que nos legó España con la conquista; aun no resolvemos la cuestión de la democracia y ya está sobre el tapete de la discusión histórica del socialismo…”

La superposición mantiene los conflictos irresolutos, por estar diversamente superpuestos, la asimilación los elimina. Ha sido común que conflictos que aparentemente han sido superados o al menos suprimidas sus tendencias disolventes, vuelven a reaparecer, vale decir, que las contradicciones del pasado que han debido resolverse en ese pasado, se superponen a las contradicciones y problemas del presente convirtiendo la totalidad de nuestra historia en un problema actual. Una vaga observación de la historia europea rápidamente nos convence, que cada nueva etapa surge como una síntesis de las contradicciones de las anteriores. En latinoamérica se acumulan las contradicciones de anacrónicas tradiciones, que de pronto se presentan en un tiempo que ya no debería ser el suyo; creemos estar en una cierta escala de la evolución cultural e irrumpen formas primitivas; vamos en camino de ir consolidándonos en el occidente contemporáneo bajo los conceptos modernos de una sociedad abierta, y una distorsionada propaganda ideológica arengada por un partido, o, por un caudillo, comienza por hacerle el juego a viejos complejos, resentimientos y a la ignorancia. Por lo general la oferta ha sido la misma, basada en un folklorismo chauvinista que concluye que nuestra identidad es incompatible con los valores occidentales, y con los principios democráticos que animan las sociedades liberales, requiriendo una salida original, propia. Es en definitiva, el falso dilema de tratar de definirnos desde el rechazo, atribuyéndole a otros nuestros fracasos históricos, y que como puede corroborarse persistentemente, sólo ha servido para negarnos el derecho de ser responsables, construir sociedades libres, con sólidas instituciones democráticas, con una economía dinámica y próspera, y una administración estatal transparente, sana y productiva. Lo que es incompatible en cualquier nación que aspire a ser una sociedad de hombres libres, es el mesianismo político disfrazado de salvación nacional, que no es otra cosa que la agudización del primitivismo político y la tentación de acabar con la democracia, para experimentar inventando nuevas fórmulas dictatoriales o pseudo democráticas que tanto han lastimado a los latinoamericanos.

En Venezuela la acción irresponsable de un liderazgo, en nombre del igualitarismo utópico, especulando sobre la ignorancia, la pobreza y antiguas expectativas no cumplidas, ha apelado con una desvergonzada manipulación del discurso político, al culto de la emoción, de lo irracional, habiendo movilizado consistentemente sentimientos de odio, de revancha, de redención. Ya no puede parecernos en hecho casual o de simple retórica, que el presidente utilice el término oligarquía para referirse a sus enemigos políticos y tenga como uno de sus emblemas revolucionarios al General Zamora. Es bien conocido que la guerra federal fue un cruento escenario de luchas de clases, con “rutilantes” ingredientes raciales, y a pesar de que fue un doloroso y desafortunado acontecimiento, nuestros historiadores más notables se encuentran contestes en afirmar, que el balance de su contenido social es el haber sellado en buena parte lo que comenzó en las guerras de la independencia, el igualitarismo, rasgo identificativo y característico del pueblo venezolano, que ha servido de catalizador y facilitado nuestra convivencia. Subsistirán las clases, pero definidas ya no conforme al paradigma de lo estamental sino por la posición económica; ésta no va ser ahora determinada por la herencia y demás privilegios de las viejas familias, sino por medios más expeditos, que dependerán más del individuo sea cual fuere su origen y color de piel. Nuestra tradición guerrera distorsionará el proceso, entre otras razones, por la búsqueda dentro de la milicia, del rango y con ella la fortuna y estimación social. Pero en términos generales, la guerra federal liquidó los vestigios del jerárquico, injusto y anacrónico sistema social Español, y todos los venezolanos y la movilidad social de que hemos gozado, más bien que mal -incluyendo la del presidente – en comparación con los demás países latinoamericanos, fue producto de esa contienda.

Sería insensato negar, que en el pasado reciente la democracia fue un sinónimo de desorden, corrupción, ausencia de autoridad e ineficacia, demostrando asimismo su fragilidad como promotora de bienestar bajo el peso de una economía estatista y postiza; pero también sería más injusto aún, el no reconocer que esos cuarenta (40) “despreciables años”, fue el período más largo que haya tenido el país de vigencia de un régimen de libertades públicas, que nos separó de las endémicas tiranías, gobiernos militares y guerras civiles, que cubrieron casi sin excepción los regímenes que sucedieron a la independencia. Lo que no había ocurrido desde la guerra federal y mucho menos durante el “puntofijismo” y que se viene desplazando con enérgica fuerza, es la forma en que los venezolanos se están percibiendo entre sí, tanto por la posición económica, como por consideraciones de naturaleza racial, ello viene precedido de la “dialéctica” presidencial, pues al colocar el juego político en exégesis tan simples como diabólicas, le ha sumado nuevos elementos desestabilizadores al hecho político, especialmente el vinculado al racismo, un mal que quizás muchos venezolanos nunca hubiéramos pensando que sufriéramos en una escalada que cada día pareciera ganar más terreno. Venezuela es un país fundamentalmente mestizo, y si bien es cierto que se produjo un largo proceso de transculturización, también lo hubo de aculturización de las expresiones minoritarias indígena y negra. Pero si sobre el punto en sí, no pudiésemos afirmar que está completamente resuelto, mucho menos podemos decir que es justificable que se manifieste en un plano de luchas interraciales, pues en general se ha respetado la alteridad en los límites deseables para la convivencia. Tampoco se puede negar el hecho, que ha existido mas soterrado que abierto, un grado de discriminación en diferentes grados y escalas, secuela que ha dejado desde el pasado la cultura dominante occidental blanca; no es un secreto que en nuestro país los mestizos o gente de piel oscura se crean mejor de aquellos que tienen la piel más oscura que ellos y ello es notable tanto en el pueblo llano como en las clases más pudientes. Lo que es inadmisible es la utilización con fines políticos de un factor tan sensible de nuestra identidad sociocultural, y cuyas consecuencias comenzamos a ver; éste régimen llamado de los pobres, desdeña en forma explícita de las clases medias que se empiezan a ver amenazadas, y quienes en su exacerbación utilizan a su vez expresiones simiescas para referirse al presidente de la república y a los chavistas en general, aludiendo sus aspectos morfológicos y su baja categoría de “chusma”, amén de otras “florituras” lingüísticas que no necesitamos repetir aquí.

Este aspecto disociador, odioso desde la perspectiva de la dignidad humana, es quizás-desde los tiempos de la guerra federal- la más visible de las innovaciones que nos ha aportado “La Revolución Democrática Bolivariana”.

El presidente, si de verdad conoce los límites y potencialidades de la acción política, debe evitar avanzar en sus proyectos imponiéndonos sacrificios y costos innecesarios, para ello debe desmontar de una vez y con prontitud su discurso aniquilador, si por el contrario sus creencias de su sociedad ideal son tan radicales y no tolera límites a sus ambiciosos planes, disponiéndose a pagar los mayores costos, en este último caso, la destrucción de nuestro ya frágil orden social será inevitable.

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