Pedro Francisco Lizardo

En 1957, a los diecisiete años, entré a trabajar en la revista Momento, como periodista. Mi jefe inmediato era un poeta de voz ronca y cierta brusquedad que pretendía disimular una gran ternura: Pedro Francisco Lizardo. Juntos nos echaron de la revista poco antes de la caída de Pérez Jiménez, y no volví a verlo hasta 1968, cuando era yo Primer Secretario de la Embajada de Venezuela en Dinamarca, en donde era Embajador uno de los más grandes poetas de Venezuela: Vicente Gerbasi. Pedro Francisco fue a visitarlo y para mí fue maravilloso aquel reencuentro, que se multiplicó poco después, en 1971, cuando yo había regresado a Caracas y Pedro Francisco, que dirigía la revista Imagen, del Inciba (Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes), me introdujo en la última de las peñas literarias de Caracas: El Gusano de Luz. Poco después me apoyó con todo su afecto en el proceso de publicación de mi primera novela, Los caballos de la cólera, y de allí en adelante nuestra amistad se fortaleció día a día, y duró hasta su muerte, que fue en 2001. Habíamos estado juntos en varias iniciativas y en varios sueños, y pude contar con su ayuda cuando me encomendaron dirigir el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, el Celarg, en cuya directiva estuvieron también hombres tan valiosos como Isaac J. Pardo, Gustavo Díaz Solís, Manuel Alfredo Rodríguez, Oscar Sambrano Urdaneta, Domingo Miliani. En 1991 me tocó sustituirlo en la Dirección de Relaciones Culturales del MRE. Había publicado su primer libro, Canción del agua clara, el año en que yo nací (1939). De sus libros el que más me interesó fue La viva elegía, de 1944, dedicado a la memoria de su padre, el también poeta Pedro Lizardo. Pedro Francisco nació en Bejuma, en Carabobo, en 1920, y murió en Caracas a los ochenta y un años. Hoy sigue siendo uno de mis más queridos amigos. Sigo recordando su sonrisa, su humor, su afecto y su voz, que hizo que en El Gusano lo llamáramos “Gran Cacique Pluma Ronca”…