Opinión Nacional

Pelando la cebolla

Günter Grass guardó los secretos de la vida en un largo caminar de travesías empinadas y espinosas. En silencio fue acumulando sus secretos, sus dolores, sus noches que se hacían eternas, llenas de oscuridad, sin luceros y sin lunas que alumbraran el camino para ver la luz de la patria, para escuchar los odios que el discurso del fascismo sembraba en la piel de la juventud. Ese odio infernal los iba condenando para siempre en las páginas del tiempo y de la historia. Las posibilidades de lo eternamente malo mueren en el atardecer de la vida. Sólo basta cerrar los ojos para ir borrando los recuerdos que nos atormentan, que nos arrastran hasta las puertas del abismo.

Todo es una lucha. Cruzar el océano de la vida implica correr todos los riesgos, superar los obstáculos que impiden alcanzar el puerto de los sueños. Pero esa lucha es la lucha y la gran tarea que tenemos es no dejarnos vencer, de seguir adelante, siempre adelante para ver el amanecer de cada día. Esa es la verdadera esperanza, cuando el alba se asoma a través de la ventana del tiempo para recordarte que estás allí, que eres tú, que sigues vivo para seguir luchando.

Y eso fue lo que hizo el escritor alemán Günter Grass, quien durante más de sesenta años ocultó parte de su vida, de sus andanzas y vicisitudes. Pero una tarde, en cualquier parte, en cualquier momento y en cualquier fecha, miró hacia su propio presente. Atormentado quizás por las esquirlas del pasado empezó a confesarse así mismo. En esa confesión profunda se juzgó, se condenó y a la vez se liberó de un tormento. Se liberó de la muerte y empezó a respirar con el alma para contar sus propias palabras la historia oculta de su vida. En Pelando la Cebolla, una narración que tiene y cobra vida con cada palabra, Grass se desahoga.

Su historia comienza como un huerto, un terreno donde el viento fue sembrando sus ráfagas de aire frío y sus huracanes. Él se negó morir y fue guardando sus miedos y postergado sus sueños. Poco a poco fue acumulando las experiencias que le avivaron la llama de las neuronas del alma. Cada surco lo fue llenando de palabras, de recuerdos y de vivencias. Fue acumulando la cosecha y en un comienzo imaginario, empezó a pelar la cebolla para ir contando las etapas que se le cruzaron en el camino. La misma no la sacó de un saco roto, ni la compró en los mostradores engañosos del usurero, sino que la encontró en los campos incendiados, donde el fascismo de la extrema derecha pisoteaba la dignidad humana.

Y aunque el fascismo ataque, nunca debemos bajar la guardia. Es decir, ningún día con la guardia baja. Nunca nos debemos retirar al silencio de los sepulcros. Tal como lo cuenta Günter Grass, dejemos que los fascistas se derritan en sus guarimbas infernales. En tanto sigamos revisando el huerto de la historia, buscando el corazón de la cebolla, el corazón de la vida, el corazón de la revolución.

De verdad, los invito a leer esta densa novela de Günter Grass. Es una narración de su intensa vida, que al final pudiera se la vida de cualquier ser humano, que rompe su silencio para sembrar la palabra.

Politólogo

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