Opinión Nacional

Peor que nunca

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La mano dura de Uribe contra Chávez en la última semana de su gobierno y la mano tendida de Santos dos días después de haber asumido el mando no se excluyen. Por opuestas que parezcan, las dos actitudes han servido para limpiar la mesa, como dice mi amigo el periodista francés Bertrand de la Grange. Pero al margen de las nuevas cartas diplomáticas puestas en juego, es bueno ver lo que ocurre en el país vecino; país que quiero mucho y al cual ha estado vinculada mi familia por tres generaciones.

«Desastre» es la palabra que mejor pinta su situación. No hay otra, cuando por culpa de los desvaríos ideológicos de Chávez y su incapacidad estallan allí fenómenos como la inseguridad, la inflación, la corrupción, la escasez, la nula tasa de crecimiento, el racionamiento eléctrico, la destrucción del orden jurídico y las amenazas a la libertad y a la oposición.

De todos estos problemas, el que más alarma a los venezolanos, según las encuestas, es la inseguridad. Sólo en Caracas se registraron entre 50 y 60 muertos cada fin de semana, con una particularidad atroz: el 77 por ciento de las víctimas son jóvenes entre 15 y 29 años. Con algo más de 16.000 muertes violentas en el 2009, Venezuela se ha convertido en el país más inseguro del continente.

Otras cifras inquietantes: la inflación en Venezuela se acerca al 30 por ciento anual, la más alta de América Latina, y el crecimiento económico es el más bajo después de Haití, con un 3 por ciento, no por encima sino por debajo de cero. Su capacidad competitiva lo ubica en el puesto 177 entre 180 países del planeta. Según Transparencia Internacional, en materia de corrupción compite con Burundi, Guinea y otros venales países africanos. Y para completar este vistoso cuadro, a tiempo que escasean en los supermercados productos de primera necesidad, como la leche, en las bodegas estatales se pudren, por desidia oficial, 130.000 toneladas de alimentos.

Lo que sí funciona bien, gracias a los agentes cubanos formados en las escuelas que dejaron en su país la KGB soviética y la Stasi alemana, son los servicios de inteligencia encargados de fabricar inculpaciones contra personajes de intachable perfil, como Oswaldo Álvarez Paz, Diego Arria o el presidente de Globovisión, Guillermo Zuloaga. Se castigan, también, llevándolos a la cárcel, a militares y disidentes chavistas (el general Raúl Baduel, por ejemplo) o una jueza como María de Lourdes Afiuni porque su fallo, con el cual liberó a un banquero, no le gustó a Chávez.

La más reciente y escandalosa detención, que ha sublevado protestas en el ámbito internacional, fue la del presidente de UnoAmérica, Alejandro Peña Esclusa. ¿Su pecado? Haber denunciado las maniobras del llamado Foro de São Paulo, que se fundó en 1990 bajo la inspiración de Castro y de Lula da Silva y del cual forman parte, además de Chávez, organizaciones de extrema izquierda legales o ilegales como las Farc y el Eln. Buen conocedor de su oculta estrategia, Peña Esclusa venía articulando una alianza democrática continental cuando el 12 de julio, en la noche, fue detenido en su residencia. Para acusarlo de actividades terroristas, agentes del llamado Servicio de Inteligencia Bolivariano colocaron explosivos en el escritorio de su hija menor de 8 años.

¿Qué salida puede tener esta situación? Los opositores de Chávez confían en las elecciones del 26 de septiembre para renovar la Asamblea Nacional. Desde luego, según las encuestas, tienen opciones de triunfo. Pero es dudoso que Chávez tenga la debilidad democrática de reconocerlo. Hará cualquier cosa para mantener su poder, aunque el país en sus manos siga derrumbándose y el descontento, tras las ilusiones populares de otros días, empiece a hervir en las ciudades. Venezuela no quiere ser otra Cuba. 

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