Opinión Nacional

Pío Baroja (San Sebastián, 1872-Madrid,1956)

“En literatura se puede ser un cínico y un degenerado,
como Paul Verlaine; se puede ser un satánico, como Baudelaire,
pero no se puede ser un cuco… al que le falte llama,
el hervor generoso de un espíritu.”

Pío Baroja.

LA VOZ DEL EMPEDERNIDO INDIVIDUALISTA

Autodefinido como “pajarraco del individualismo”, la actitud general de Baroja fue la del pesimista implacable y empedernido individualista con un soberano desprecio por todo lo que significase mediocridad; mostró su insobornable rebeldía contra todo lo que creía falso e inauténtico. Pero en el fondo de su alma habitaba lo que Madariaga llamó “la paradoja de un sentimental sin amor”, un espíritu compasivo y tierno herido por sus frustraciones y por su hipersensibilidad ante el dolor y la injusticia humanos.

Aunque la ideología de Baroja se encuentra esparcida en toda su obra, en algunas el autor trató este tema directamente: El tablado de Arlequín, Juventud, egolatría, Divagaciones sobre la cultura, sus “Memorias”. Su individualismo rebelde a todo lo condujo a una visión pesimista del mundo desconfiado de cualquier orientación constructiva; para él la vida era un caos absurdo donde el fuerte se come al débil y donde la única posibilidad de salvación está en la acción constante. “En la vida –decía- hay que luchar siempre”.

De origen vasco, estudió medicina en Madrid. Viajó por Europa, lo mismo que por la vida, haciendo poco ruido pero observándolo todo con un emotivo escepticismo: ”El novelista es, sin duda, y ha sido siempre, un tipo de rincón agazapado, observador curioso”. Ser brusco, como algunos de los personajes de su novela, hirsuto y angustiado por su propio fracaso, Baroja sabe ampararlo en un cinismo escéptico y en un subjetivismo arbitrario que le hace incurrir en críticas agudas consideradas como salidas de tono.

Novelista de una pieza, el gran novelista de su generación, y un novelista además de raza, entroncado con el propio Cervantes a través del nexo cercano de Galdós. Azorín comparó el estilo de Baroja, con gran escándalo de muchos, al de Cervantes, y la afirmación azoriniana no deja de ser razonable en cuanto se refiere a la “claridad, la precisión y la rapidez”. Pero además de su dominio del difícil arte de la sencillez, en el que tanto fracasan, cualquier lector actual de Baroja observará en seguida el alto lirismo de su prosa, su viva descripción del paisaje, su perfecta ambientación. “No podría hablar de un personaje –escribía este vasco universal- si no supiera dónde vive y en qué ambiente se mueve”.

Nadie tan atento como Baroja a lo que sucedía a su alrededor, en el panorama social que se abría a su vista y que, desde el primer momento intentó reflejar en sus obras. Su amargo pesimismo, más que en posibles complejos de resentimiento o frustración, debe basarse en la falta de convicciones religiosas o políticas, en la creencia de alguna finalidad en la vida bien de índole terrenal o sobrenatural.

Este hombre reprimido es el creador de Aviraneta, el más extraordinario aventurero de la literatura moderna que, en la serie Memorias de un hombre de acción, nos da lo mejor de las dotes narrativas de este gran novelista. Junto a esta obra monumental, desarrolló otros temas de índole estrictamente social, La lucha por la vida, o psicológicas, al estilo de Camino de perfección.

En el terreno científico y filosófico fue un autodidacta; leyó mucho, pero desordenado. Sin duda, Pío Baroja fue aquel “tipo joven que compra libros y aprende en la soledad”. Los pensadores que más influyeron en él y en su obra fueron Claude Bernard, Kant y, sobre todo, Schopenhauer y Nietzsche. A Schopenhauer lo leyó toda su vida; en él encontró la identificación de su propio pesimismo y escepticismo vital. Por la filosofía y la moral de Nietzsche, Baroja llegó a sentir gran admiración tanto en sus afirmaciones: elogio al individualismo y a la amoralidad del hombre fuerte, como en sus negaciones: desprecio por el cristianismo, por la masa, por la democracia y por las doctrinas socialistas.

En lo que respecta a su ideología política, Baroja siempre antepuso su individualismo rebelde a todo –anarquista, individualista, liberal radical- y nunca llegó a comprender que el progreso social sería más factible a través de la comunidad que del individuo. Desengañado de todo –incluso del regeneracionismo, del anarquismo y de la acción individual-, desembocó en el escepticismo absoluto renegando de cualquier remedio político-social y convencido de que “la tontería social no tiene remedio”. “Para mí un político –escribía el novelista vasco- es un retórico… y el gobierno que no haga nada es el mejor”.

Agnósticos ha habido muchos, pero tan demoledores, probablemente ninguno; agnóstico individual y máximo individualista de una generación de individualistas, su despiadada crítica molestó a todos y por todos fue vapuleado; era y es difícil digerirlo. Baroja despotricaba contra la sociedad en que le tocó vivir, le indignaban las injusticias, sus miserias y sus estupideces, pero no creía en una sociedad futura.

Pero es difícil trazar un cuadro de este gran novelista sin aludir a su corazón, siempre contenido por la timidez, siempre dispuesto para la amistad y el recuerdo. Y es que Pío Baroja, fue un hombre todo corazón, de una extraordinaria sensibilidad al que “habiendo tenido una infancia insignificante”, el resto de su existencia le parecía gris y poco animado, causa fundamental de su retraimiento. Y como nos dijo el gran novelista vasco: “Siente uno en el fondo del alma un sentimiento confuso de horror y tristeza… quizá en lo por venir los hombres sepan armonizar la fuerza y la piedad”.

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