Opinión Nacional

Pluralismo y orden político

Cuando Aristóteles atribuyó a la política la especial cualidad de ser ciencia maestra, se convirtió en uno de los precursores de la calificación de esta rama del conocimiento humano con el carácter de disciplina del saber científico.

Al mismo tiempo, cabe destacar, en la determinación de esa particular valoración, el estagirita hizo hincapié en el área específica en la que la política debía cumplir su desempeño magisterial.

En efecto, le asignó como su objeto definido el modo de gobernar a la sociedad. En tal empeño acentuó el hecho de que la agrupación de los hombres siempre estaba conformada por la presencia de sectores contrapuestos o contrastantes, integrados por la natural disgregación del género humano en el desempeño de disímiles actividades; lo que, evidentemente, origina el aparecimiento y desarrollo de múltiples metas, propósitos y objetivos, en los cuales -también sin duda alguna- interviene una variedad de intereses, elementos que (lo más importante) dan pie a la presencia, desarrollo y confrontación de puntos de vista y pareceres diversos.

En ello, el sabio ubicó -por así expresarlo- la esencia del pluralismo como característica esencial de la sociedad y el papel que -en sentido especial- corresponde jugar a la política como ciencia maestra en el perfeccionamiento de su (señalado) objeto específico.

El sentido de la interpretación aristotélica que hemos anotado, se complementa con el hecho de que la gestión de gobernar la sociedad (compuesta, de por sí, por una gama de factores heterogéneos, dada la naturaleza del género humano), está orientada por actos en los que está vedado el uso ilícito de la fuerza: no es plausible apelar a este recurso para hacer prevalecer un determinado criterio o modo de pensar.

Se desnaturalizaría el sentido de la justicia, también en la conducción de los hombres en su vida de relación social.

En este aspecto del examen de la realidad social de su tiempo, el filósofo igualmente dejó sentado su criterio de la justa medida; pues, la presencia de factores de disímil y variada procedencia, conformación y expresión, en el seno de la vida social, no avalaba -en ningún caso ni bajo circunstancia alguna- el predominio de uno solo de esos elementos integrantes del todo social en detrimento de la libre actuación y desarrollo de los demás.

Aquí, el sentido aristotélico del pluralismo, como esencia característica de la realidad social, se acentuó para explicar tanto el más adecuado sentido de la acción de gobernar como la aplicación de la justicia en su recta razón.

En el tema de análisis que comentamos, no se puede soslayar el criterio interpretativo de uno de los pensadores contemporáneos que mayor atención dedicó al significado del pluralismo como esencia del orden político; nos referimos a los estudios de Stefano Raguso volcados en su obra La Valoración Política, publicada ya hace casi tres décadas**.

En efecto, en opinión del emérito Profesor de la Universidad de Los Andes (Mérida-Venezuela), para la mejor comprensión del planteamiento político actual hay que ir, necesaria e indubitablemente, a las fuentes que desde la antigua Grecia aún sirven de venero para el actuar del hombre en su vida social.

En esta dirección, descuella el análisis aristotélico como uno de los pivotes del más claro argumento para ejemplificar la exégesis clásica del orden político.

Y es que la lógica naturaleza de las relaciones sociales así lo determina; en específico, las vinculadas con la dirección y conducción de los asuntos del Estado y las propias encaminadas hacia la perfectibilidad del hombre (tanto individualmente considerado como conformando la sociedad).

De ello, se han hecho eco las más representativas concepciones que se han caracterizado por colocarse al lado de la genuina esencia de la democracia y la libertad.

Así, durante los albores del liberalismo se fraguó -como uno de los principios básicos de esa escuela- la comprensible coexistencia de la diversidad de grupos, asociaciones, sindicatos de obreros y demás entes en defensa de los gremios profesionales, las facciones de índole política, así como de disímiles tendencias (filosóficas, religiosas, económicas, etc.), actuantes en el seno de la organización social, independientes de la tutela del Estado.

Se habló entonces de la necesidad de aupar la presencia activa de los ciudadanos en los asuntos públicos, dentro de un contexto autonómico; lo cual -en su conjunto- fue calificado como atributo esencial de la vida en democracia. Sobre este particular, nos dice el sociólogo hispano Salvador Giner, tal situación configura una antinomia respecto de posiciones proclives a la persecución y negación de la disidencia.

Es más, la coexistencia pacífica de diversos pareceres, opiniones, asociaciones y tendencias, propia y esencial del sistema democrático, «…entraña una revisión del principio simplista de Rousseau de la «voluntad general» que deja poco o ningún espacio a los disidentes».

Esto es, ni siquiera la sacrosanta voluntad general debía erigirse como «única verdad» y «única fuerza» en lo atinente al gobierno de la sociedad.

Por ello, y sobre la base de otros argumentos y revisiones (incluso las propuestas por los planteamientos de Stuart Mill), se advirtió denodado empeño por sostener -en el mundo de las ideas y en praxis política- la necesidad de luchar, cada día con mayor ímpetu, a favor de la democracia y la libertad.

Ahí están los innúmeros esfuerzos de grandes pensadores y adalides de la libertad (entre nosotros, fundamentalmente Bolívar), para apuntalar el régimen democrático y defenderlo de todo intento exclusivista y excluyente, cuyo objetivo siempre ha sido concentrar del poder político, instaurar la autocracia y cercenar todo empeño favorable a la vida en libertad.

Ahí tenemos, por apenas citar dos ejemplos en el mundo del pensamiento contemporáneo, los extraordinarios aportes de Jacques Maritain y Emmanuel Mounier, expuestos para enfrentar el afán autoritario del nazifascismo y el comunismo en la Europa de la II Guerra Mundial.

Por otra parte, no debemos soslayar en estas reflexiones, la contradicción entre el empeño de los bárbaros y la prédica a favor de la vida en democracia.

La primera posición es antiética por naturaleza y proyección. En efecto, éticamente, el pluralismo es contrario a todo intento o posición favorable al dogmatismo.

El denominado pluralismo ético atiende a los postulados básicos de los diversos pareceres o planteamientos éticos que surgen y se desarrollan en el seno de la sociedad democrática, en la que coexisten opiniones y criterios de distinto signo (filosóficos, religiosos, políticos, etc.), los que tienen como común denominador la defensa y protección de principios y valores éticos universales, en especial los referidos al cabal desarrollo de la persona humana y la salvaguardia de su dignidad.

Desde un enfoque de índole política, el pluralismo constituye un principio esencial del sistema democrático, en el cual no se duda del respeto a la libertad de pensamiento ni se coarta la libertad de acción, dentro de los parámetros característicos de un Estado de Derecho, en el que los elementos de la solidaridad y la cooperación son indispensables e indefectibles.

Desde este punto de vista, el pluralismo es factor antinómico al criterio sustentado por la corriente política del unitarismo, proclive a la presencia del autoritarismo y a la concentración del poder político en manos de un solo individuo o bajo el dominio de una sola facción política.

Por estos días, en Venezuela, los sectores que sostienen una posición contraria al pluralismo, desafortunadamente en funciones de poder, se esfuerzan por «disfrazar» sus verdaderos fines con «propósitos legalistas» y, de este modo, tender una plataforma que les sirva de soporte para atrincherarse en el poder político.

Los intentos autocráticos se tropiezan con el ideal pluralista, acendrado en el pueblo: el nuestro ha demostrado (desde los días aurorales de la lucha por la emancipación e independencia política), un firme y decidido espíritu a favor de la libertad. No en vano fue la gesta librada por Bolívar, el más grande de los hijos de América.

El Libertador, en su tiempo (y con él, su ejemplo permanente), fue abanderado de la libre expresión del pensamiento y de las ideas, enemigo de la concentración del poder en un solo individuo o en un solo bando político; siempre fue partidario de un orden político en el que el pluralismo fuese la esencia característica de la vida en democracia.

Para este criterio, evidentemente, la política no puede tener otro objeto definido (como hace siglos lo expresó Aristóteles), sino el modo de gobernar a la sociedad, pero respetando el pluralismo, esto es, tolerando y permitiendo la presencia y desarrollo de los criterios, tendencias y sectores contrapuestos o contrastantes. Una actitud contraria no admite otra calificación sino la de bárbara, antihumana y ajena a la lógica de la naturaleza social.

Fundado hace 28 años, Analitica.com es el primer medio digital creado en Venezuela. Tu aporte voluntario es fundamental para que continuemos creciendo e informando. ¡Contamos contigo!
Contribuir

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Te puede interesar
Cerrar
Botón volver arriba