Opinión Nacional

Pobre país pobre

“Todo poder que no reconoce límites, crece, se eleva, se dilata, y por fin se hunde por su propio peso”. Louis Marie de Lahaye, vizconde de Cormenin (1788-1868), jurisconsulto y político francés.

El Instituto Nacional de Estadísticas, dirigido por el muy conveniente Elías Eljuri, afirma que la pobreza se ha reducido en Venezuela notablemente en el período de Chávez, que el analfabetismo está desaparecido del mapa y que el desempleo es de apenas el 7%.

Sin embargo cuando se revisan a fondo las encuestas hechas por el gobierno encontramos que nueve millones de venezolanos son declarados pobres, que tres millones se acuestan sin cenar, que el 28% de los niños están fuera del sistema escolar, que de 100 ingresos en la universidad sólo 14 se gradúan, que el 70% de los estudiantes de bachillerato no llegan a graduarse. En Venezuela hay un déficit de más de dos millones y medios de viviendas y el gobierno el año 2009 declaró haber construido 80.000, la cifra más alta en once años. En cuanto al empleo, se han perdido miles de puestos de trabajo con el cierre y expropiaciones de industrias y comercios. La fuga de talentos hacia el exterior producto de la falta de empleos estables en Venezuela es impresionante: se estima en 400.000 el número de profesionales universitarios que están trabajando en el exterior.

Todas estas cifras las traigo a colación por una reflexión a la que me indujo un trabajo de la Universidad peruana San Martín de Porres, titulado “La clave es la actitud” que intenta descubrir por qué hay países pobres y países ricos. La clave no está en la antigüedad: países con miles de años de historia como India y Egipto, son pobres, mientras que países muy jóvenes como Australia y Nueva Zelanda son considerados ricos y desarrollados. La diferencia tampoco está en los recursos naturales de que disponen: Japón no tienen tierras de cultivo o ganadería ni riquezas naturales y es la segunda potencia económica del mundo, importa materia prima que su poderosa industria la procesa y luego exporta. También está el caso de Suiza, que no produce cacao pero tiene la mejor industria chocolatera del mundo, no tiene mar pero sí una gran flota mercante, su seguridad y estabilidad la han hecho la “caja fuerte” del mundo. La diferencia tampoco está en los ciudadanos de los países ricos sean más inteligentes que los de países pobres: la prueba es que estudiantes de países subdesarrollados suelen ser excelentes alumnos en universidades de prestigio mundial. Ejecutivos de países ricos y de países pobres tienen niveles de competencia y creatividad similares. La diferencia tampoco está en la raza: los “desplazados” y refugiados africanos se han convertido en el motor de trabajo en Europa, así como los chinos y latinos en Estados Unidos y Canadá, por poner un ejemplo.

El planteamiento es que la diferencia entre unos y otros es la eficiencia en satisfacer las necesidades básicas de la población. La única forma de lograrlo es siendo prósperos. La diferencia entre los países pobres y los países ricos es la actitud. Según este estudio, en los países desarrollados los parámetros de conducta se resumen en las siguientes reglas: 1) La ética como principio básico 2) El orden y la limpieza 3) La integridad (honestidad) 4) La puntualidad 5) La responsabilidad 6) El deseo de superación 7) El respeto a las leyes El respeto por el derecho de los demás 9) Amor al trabajo 10) Esfuerzo por logar la prosperidad. Son diez simples reglas cuya vigencia hace la diferencia entre pobres y ricos.

Venezuela es un país pobre: hay desempleo, falta de vivienda, carencia de educación, seguridad y servicios. Pero Venezuela tiene una hermosa historia libertaria, con unas riquezas naturales extraordinarias. Entonces ¿por qué somos tan pobres? Porque no aprovechamos los valores que en algún momento hemos tenido, esos que hicieron que nuestros bisabuelos, abuelos y padres, levantaran este país, lo construyeran, llenaran de escuelas y universidades y alcanzáramos el nivel de “país en vías de desarrollo” que tuvimos hasta finales del siglo XX.

¿Por que Haití es el país más pobre del continente? Fue el segundo país americano en liberarse del colonialismo, tenía tierras fértiles y oro, ubicación geográfica privilegiada y todas las oportunidades para surgir. Haití fue devorada por la flojera, se dedicaron a devastar las minas y los campos, dilapidaron toda las riquezas producto de ellas y no construyeron nada a futuro. No invirtieron en educación, se entregaron a religiones primitivas, se conformaron con sobrevivir. Sus políticos tampoco siguieron la ruta de la prosperidad para el pueblo, sino sólo para ellos. Las fortunas personales de los dictadores como los Duvalier se incrementaban en la media que el pueblo, inerme, empobrecía. 21 presidentes asesinados, dictaduras atroces y golpes de estado en cadena, exterminaron cualquier posibilidad de desarrollo. Los haitianos se acostumbraron a la pobreza, una pobreza integral de personas que preferían comprar un televisor antes que pagar un año de escolaridad a los hijos, ciudadanos mendigos del gobierno, dependientes de la ayuda externa, entregados a la mendicidad y la ociosidad. 80% de los haitianos viven en pobreza, comiendo de la pesca y la agricultura. El reciente terremoto puso al descubierto un país de casas de bahareque, pero con de televisor, cable y neveras. Un país de cartón, azotado por la peor plaga que pueda tener una nación: un pueblo conforme con su pobreza.

En Venezuela estamos presenciando con terror cómo los antivalores se están apoderando de esta sociedad. “Los venezolanos son buenos”, es el consuelo que pronuncian muchos al ver las conductas aberrantes de hombres y mujeres que irrespetan los derechos ajenos, que se entregan al odio más desenfrenado, a la violencia como única explicación de su ideología. El discurso bélico que tienen once años pronunciando el Presidente de la República y sus acólitos, finalmente está dando el resultado: vemos el odio en quienes invaden las tierras de propietarios que antes eran sus amigos, los protegían, ayudaban y daban trabajo. Vemos la sanguinaria complacencia en la desgracia ajena y la reacción de “¡Bien hecho, te lo mereces por golpista!”. Cada vez hay menos conmoción ante la muerte violenta de miles de venezolanos, víctimas de la negligencia gubernamental en controlar el hampa, de la criminal desidia del poder judicial en dar castigo. La pobreza es razón suficiente para sentirse autorizados por una revolución irresponsable a tomar lo que se quiera, ya sean tierras, un apartamento, una empresa. Nunca antes en Venezuela, ni siquiera en épocas dictatoriales, la ley había sido tan violada. La Constitución sólo sirve para hacer barquitos de papel, mientras los que se proclaman “revolucionarios” se sienten con derechos a robar, atropellar y humillar a quienes no comparten su tolda roja.

La infamia con que se trata a los presos políticos, a los periodistas, a medios de comunicación que como RCTV quieren seguir trabajando en el país con una línea independiente, a los productores y a los ciudadanos, que deben soportar toda clase de arbitrariedades por parte del régimen y sus milicianos, es la mayor muestra del retroceso humano, moral, de valores, que esta experimentando Venezuela. La penetración de sectas que nos son ajenas, el abuso descarado del poder, la corrupción, el rompimiento de todas las reglas de buena conducta, modales, ética, educación; la ofensa continua hacia la academia, el conocimiento, la ciencia y la cultura, hace notorio el acercamiento cada vez más dramático hacia etapas de salvajismo, primitivismo, barbarie, que ya creíamos superadas en el país.

El dinero fácil y mal habido, la carencia de educación y urbanidad produce a estas damas que se bajan de camionetas de 400 millones de bolívares en cholas aloha y portando una cartera Louis Vuitton. Esta revolución donde se privilegia al corrupto por encima del profesional, es la que produce a esos gritones de restaurante, que piden otra botella de 21 años mientras degustan una morcilla con chicharronada. Y lo más grave: esta revolución ignara y carente de valores es la que produce esa especie sub humana de venezolanos que cree que porque llevan una franela roja, tienen derecho a agredir y despojar de sus bienes al restos de los venezolanos.

El caso de la familia de Valentina Quintero, expulsados de su pequeña finca de Caruao porque le dio la gana a un consejo comunal que desconoce títulos legales y por unas autoridades cómplices que no se atreven a contener el salvajismo de sus compañeritos rojos, es el retrato de la revolución. Este salvajismo es que el acabará con la revolución. Porque venezolanos atropellados como los Quintero son cada vez más, el abuso suma cada vez más personas opuestas al régimen. La Venezuela que defiende los valores de la libertad de expresión y de la propiedad, que lucha por la protección de los derechos ciudadanos, que exige el cumplimiento de los servicios básicos, que no quiere que Venezuela sea este país donde impera la ley del más fuerte, este territorio anárquico y sin reglas justas, va siendo mayoría.

Cuando llegue el fin, yo pregunto ¿en cual madriguera se van a esconder de la justicia esta piara de abusadores, invasores y corruptos? ¿Cual país va a acoger a los violadores de derechos humanos? Y lo que más preocupa ¿quien podrá detener la ira de un pueblo atropellado y ofendido tantos años? Será el momento de apelar a los códigos de conducta impuestos por nuestra mayoritaria fe católica, por la educación y la academia, por los valores heredados, para retomar la senda de un país democrática y evitar el camino de la venganza. Sólo justicia y paz deben ser los objetivos. Hay que ir preparando este camino.

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