Opinión Nacional

Poesía, chavismo y revolución

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Una década no es nada comparada con la intrínseca vocación milenarista que distingue a los «grandes metarelatos» redentores que reivindican para sí en exclusiva la paternidad de las desteñidas y anémicas banderas del emancipacionismo compulsivo. En diez años de revolución bolivariana la ardiente metáfora irredenta que prometió edificar aquí abajo en la «Tierra de Gracia» la Ciudad cultural dorada, emancipada del oprobioso yugo del sectarismo excluyente que destila el chavismo cultural militarista, aun no termina de bocetear los rasgos distintivos que deben caracterizar a los poetas genuinos, legítimos, auténticos; valga decir, los bardos revolucionarios-bolivarianos, para diferenciarlos de aquellos que «traicionaron» el inmaculado e impoluto ideal de la redención de la especie humana.

La disyunción del sujeto lírico en Venezuela, dictada por el logocentrismo partidocrático unidimensioanlizante, del culto irracional a la personalidad de nuestro Kim Il Sung vernáculo, ha fijado una frontera infranqueable que apenas «dialoga» en un lenguaje impregnado de anatemas, invectivas y delirantes adjetivos descalificativos contra toda aquella voz disonante que le haga «ruido» al silente coro de las voces estéticas apologéticas que festivalean en exegéticos Encuentros Internacionales que culminan en previsibles Manifiestos Intelectuales contra el denostado y sempiterno imperialismo yanqui causante, incluso, de la sequía metafórica que exhiben los representantes de las voces mayores de la lírica oficial estatocrática-bolivaresca.

Una de las coartadas Mass socorridas que esgrime la vanguardia iluminada del chavismo cultural para justificar su reprochable sectarismo dogmático excluyente es que «todo discurso metalingüístico debe estar al servicio de la revolución bolivariana». Si el poema no es decididamente antiimperialista y antiescuálido; no cabe duda, la poesía le hace el juego a las fuerzas culturales del oscurantismo medieval o a las pulsiones del realismo retrógrado neocolonialista. A este maniqueísmo ramplón y pedestre también se le conoce con el menos popular nombre de «pensamiento obsidional». No entendemos, quienes nos reclamamos legionarios del librepensamiento y de las corrientes estético-epistemológicas libertarias, por qué en la tenebrosa década del sesenta era válido utilizar el término «gorilobetancourismo» y, en cambio; en esta aciaga y desconcertante hora que vive el país no tenga pertinencia de legalidad semántica la viable categoría militarista uniformizante del «gorilochavismo».

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