Opinión Nacional

Por amor al odio

Recientemente, durante la 8ª graduación de bachilleres de la Misión Ribas, desde el Teresa Carreño, el Predicador del Odio expresó: «Aquí hay dos sectores enfrentados: la burguesía y sus aliados y el pueblo y sus aliados, y no hay reconciliación posible, no hay», y luego insistió, «hay que ubicarse, del lado de allá los burgueses, del lado de acá los trabajadores, los revolucionarios, los patriotas. Estamos en medio de una lucha histórica, de una lucha de clases». Toda una clase magistral de odio hacia los venezolanos pero también de miedo a Venezuela, que es irrevocablemente libre e independiente como lo manda nuestra Constitución. El fundamento del odio es el miedo. Odiamos lo que no podemos amar, tener o controlar.

Antes de la guerra, suele ser útil enseñar a la población a odiar a otra nación o régimen político. Es común inculcar en los soldados, el odio hacia el enemigo hasta lograr trastrocar lo odiado, deformando sus debilidades, sus amenazas y su realidad objetiva. El odio es con frecuencia el preludio de la violencia, eso explica la trágica muerte, a manos de pandillas armadas del oficialismo, del estudiante Jesús Eduardo Ramírez Bello, cursante del segundo semestre de Ingeniería Mecánica de la Universidad Nacional Experimental del Táchira (UNET).

Cuando los jóvenes psuvistas adoptan posturas violentas en las calles y universidades, solamente reflejan la violencia institucionalizada de un Estado autoritario que incita y promueve el uso de la mentira y del odio como instrumento de poder. Lo uno es espejo de lo otro, uno alimenta al otro, generando un círculo vicioso de energía destructiva que termina en presos, heridos, muertos, dolor y más odio, que puede tardar generaciones en sanar. El odio y la violencia política jamás han sido ni serán herramientas legítimas de un verdadero demócrata.

Los políticos con delirios de poder, enseña la historia, auspician el odio colectivo, objeto de su cálculo político y manipulación en defensa de posturas dogmáticas y estrechas. Suelen adoctrinar con nuevas supersticiones y preconizar la aniquilación de un enemigo real o imaginario que, según su charlatanería, llevará a la solución definitiva de todos los males. Sin embargo, con métodos inhumanos no se puede construir una sociedad más humana, sin olvidarnos que todas las revoluciones, realizadas teóricamente por amor a la humanidad, han institucionalizado el terror en algún momento.

Si bien los promotores de la «revolución» invocan hermosas quimeras, quienes actualmente dirigen el odio y la violencia contra los venezolanos amantes de la libertad, en realidad no persiguen ideal moral alguno. La verdadera motivación de la actual violencia políticamente dirigida, es la obtención de mayores cuotas de poder económico.

La dinámica macabra del odio y la violencia política la dirigen el Predicador del Odio y unos siniestros personajes que, tras bastidores, se aprovechan del reclutamiento de mentes, emocional e intelectualmente carentes, para adoctrinarlas en la cultura del rencor. Esos son los verdaderos hilos de la actual violencia política. Esto se debe a que aún subsisten reminiscencias de la añeja idolatría por las ideologías, las cuales reducen la explicación del problema existencial del hombre en función de sus apetitos materiales.

La violencia política, venga de donde venga, es inaceptable en una sociedad democrática. Odio engendra odio, violencia engendra violencia. La convivencia civilizada es fruto de paz, tolerancia, respeto y comprensión… en una palabra, del amor. Pero de amor al prójimo, no de amor al odio.

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