Opinión Nacional

Por el camino de Chávez

Esta sensación de suciedad, abandono, deterioro, postración en una palabra, exacerbada porque no hay agua, no debe ser única en nuestra historia. Quizás sea única en la memoria de quienes hoy estamos vivos, en el recuerdo de los más viejos. Quizás algún partidario de Chávez, quizás muchos, la verdad eso no tiene la más mínima importancia, crean o sientan sinceramente que antes de 1999 su situación era muchísimo peor, que lo que están pasando hoy es pasajero, que bien vale sufrir un poquito ante la felicidad que han tenido, que han recibido sea palabra más exacta, como si la felicidad fuera un regalo de Chávez.

Lo que sí puede ser único, insólito, es que se soporte tan estoicamente, que esta penuria se lleve con tanta aparente tranquilidad, sólo como una molestia pasajera. Lo extraordinario de esta situación es que ante tanta incuria, todavía alguien, así sea uno solo, pueda seguir pensando que el chavismo representó algo positivo en la vida del país, que lo sigue representando y que lo que ocurre es que Maduro es un pésimo gobernante, que no está haciendo lo que haría el Comandante. Ya todo el mundo sabe, al menos así lo dice a las encuestadoras tirias y troyanas, que este gobierno es épicamente inepto. Pronto, si es que no ha ocurrido ya, esta administración pasará por debajo del umbral del 30% de aprobación, es decir por debajo del núcleo duro del chavismo radical.

Sin embargo, ¡cuánta falta hace Chávez! suspiran muchos todavía, si el Comandante estuviera vivo habría agua y harina. Lo insólito es que tantos estén engañados, que no vean la evidencia más palmaria de que efectivamente vamos por el camino de Chávez, es decir, hacia cuarenta mil asesinatos al año, hacia el país más violento del mundo, hacia una inflación de tres dígitos, hacia una deuda externa, ya la más alta de toda nuestra historia, que sea tres y cuatro veces el PIB, o sea impagable. Hacia una economía de guerra pero sin guerra, al desabastecimiento como regla: van dos años en una sola cola.

Miseria

Despejar esta incógnita es necesario para cambiar al país. Qué hay en la mente de tantos venezolanos, es cierto que cada vez menos, pero aun muchos, que son capaces de creer sinceramente que el camino de Chávez conduce a algo distinto de la miseria, a algo que no sea un todos contra todos en que al pobre lo matan y el menos pobre se va. Hay respuestas fáciles pero falsas. La complicidad de boliburgueses y malsines sólo hiede en la conciencia de muy pocos. No, no es verdad que sólo torvas razones pueden justificar que alguien piense que Chávez fue bueno y que inauguró una nueva era. Hay otras razones, pero el problema es que precisamente no son razones, no son ideas racionales, sino emociones por un lado y engaños por otro.

El carisma de Chávez. Aparte de la obviedad de que el millón de millones de dólares que gastó como si fueran suyos hacen que cualquiera sea buenmozo (chequera mata galán), en alguna medida el Gigante Eterno conectó con importantes sectores de la población. Pero hablamos del carisma como si lo justificara todo, como si al líder carismático todo se le permitiera. Todo lo contrario: el primer objetivo de la educación, que por obvio no se dice, es enseñar a distinguir la verdad de la mentira, lograr que las personas no se dejen engañar. Y, por el contrario, el aparato cultural de Chávez fue muy hábil para mentir carismáticamente. La primera mentira, que Chávez no tenía la culpa de nada, que los errores eran de los ministros, los éxitos del Presidente.

Eso recuerda el cuento de hadas de que Lula no sabía que en la oficina de al lado se repartía el billete parejo para lograr que los diputados apoyaran sus medidas. Sobre todo porque Hugo Chávez gobernó siempre con los mismos: si ocurría el milagro de que saliera de alguien, o bien «iba a otro destino» dentro del gobierno, o reaparecía al poco tiempo en un alto cargo.

Su pésimo gobierno, disfrazado con barriles a cien dólares, se debió directamente a él, como a ningún otro Presidente en nuestra historia. Con el truquito de los regaños en Aló Presidente engañó a muchos incautos.

La otra gran mentira fue el recurso a esconder su responsabilidad en los otros. Así como cuando los presidentes no eran eternos los nuevos le echaban la culpa a los viejos, por más años que pasaran, Chávez se pasó quince años cargando las culpas sobre la mal llamada Cuarta República, y cuando ya sonaba fastidioso, sobre el capitalismo. Así, los videojuegos capitalistas eran los culpables de que los homicidios se triplicaran en Venezuela aunque se reducían en el resto del planeta, como si Call of Duty sólo se vendiera en Caracas.

La lucha política es una lucha por el corazón del pueblo. Pero esa lucha no puede ser con el arma de la mentira, del engaño, del señuelo. Hay otros caminos.

 

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Un comentario

  1. La gran fuerza de Chávez radicaba en que instintivamente sabía que a la masa solo le importa la gratificación inmediata. Los griegos antiguos ya lo sabían, por eso ellos inventaron la tiranía. Pero es políticamente incorrecto decirlo.

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