Opinión Nacional

Por la reconquista de la razón

En un presente donde los desaguisados de la improvisación pretenden disfrazarse y venderse como historia, y a ratos como literatura, siendo tan sólo «rarezas didácticas» o «dicción novedosa», cuando no «homilías inspiracionales», es bien recordar de tarde en tarde que existe el saber real, realidades a las cuales les resulta difícil eludir las razones que acompañan a las verdades. Tan grande es la producción de «valores» de dudosa procedencia, que lo único que se logra es incrementar el peso de la sospecha sobre quienes están más interesados, prescindiendo de fundamentos, en polémicas y política.

Todo este montón de escombros avanza hacia una perfecta colisión con la verdad. Poncio Pilatos estaría encantado, pero quizás más quienes falsamente creen funcionar en pensamiento y acción con ideas aceptadas y actuadas como si fueran totalmente verdaderas. Y uno piensa: se puede soñar con una validez incuestionable, única e irrebatible, pero nunca hemos sido reconocidos por la lógica y la precisión científica para examinar las ideas y las propuestas antes de ponerlas en práctica. Así, el lamento y el registro compulsivo de hechos no resulta tan lindo. Otros son los mecanismos idóneos.

El atropello olvida que lo primero es determinar lo que alguien dice, y después descubrir por qué lo dijo. Podría decirse que en historia y literatura esto ha funcionado admirablemente bien, siempre y cuando se prioriza la coherencia para conectar y atar la multiplicidad de «cabos sueltos». Si en esto no falla tiempo, espacio y habilidad, es posible especular sobre influencias, y alcance. Pero pareciera que se está siempre muy ocupado para estos «detalles», y se delega filosóficamente para que otros busquen «conveniencia» y «verdad».

Así tenemos esta aberración que inventa la historia al instante, a la diabla, como si la acción de siglos no fuera una entidad, una cosa de desarrollo continuado. Se obvia la imposibilidad de dividirlo todo en compartimientos estancos. La falla en captar este hecho lleva a sectorizar Eras, Épocas y Períodos, absurdamente creyendo que hay una línea definida entre períodos consecutivos.

Hay quienes aún creen que nuestros coloniales precursores y forjadores de la patria se despertaron una mañana de súbito y comentaron entre ellos que la época revolucionaria había comenzado. Pero es el caso que ni la historia ni la literatura se desarrollan así. En 1850 un hombre de 70 años pudo haber visto los grandes cambios en la vida y el pensamiento venezolano, pero difícilmente podía colocar con exactitud la línea divisoria entre la era colonial y el período de independencia, o exactamente cuándo y dónde terminó la independencia; porque estas cosas tienen el hábito de extenderse mucho más allá (o más acá) de sus períodos oficiales, en tiempo e influencia. Una historia del progreso nacional en cualquier campo rara vez puede ser enmarcada en rígidos compartimientos o «períodos».

Ese «método» también falla en reconocer la extrema dependencia de una era sobre otra. El pensamiento de una generación siempre se alimenta del pensamiento de generaciones precedentes. El pensamiento está siempre adelantándose: la literatura se desarrolla como un árbol, creciendo año a año desde el tronco principal y manteniendo una estrecha conexión con lo que se ha desarrollado antes.

Así las cosas, como ley de la naturaleza, en vez de buscar dividir y subdividir en rígidas cronologías u otras preferencias, deberíamos intentar asegurar los factores principales en nuestro desarrollo y rastrearlos a través de nuestra historia, destacando o exaltando cómo responden a las influencias de modificación en el tiempo y en el medio ambiente.

Cuando se dice que el siglo 18 fue uno de los grandes siglos de la evolución, es porque su gran obra fue la aplicación de la razón a cada actividad humana, porque bajo el toque de la razón se volvieron polvo las viejas supersticiones y las instituciones irracionales. El siglo 17 fue un tiempo de fe, donde religión, gobierno y ciencia vivían de tradiciones; las doctrinas del calvinismo extremista, la teoría del derecho divino de los reyes y las viejas concepciones del universo sobrevivían hasta en las mentes de los instruidos. El espíritu que lo cambió todo comenzó 25 años antes de comenzar el siglo 18. La aguda mente matemática de Isaac Newton dio tal orden y razón al universo, y la concepción del mundo-máquina newtoniano no fue cuestionada durante 200 años. Y fue el razonar de John Locke lo que demolió completamente la teoría del derecho divino de los reyes y estableció firmemente en filosofía política el derecho del pueblo a rebelarse contra los mandatarios injustos y tiránicos. Con la razón trabajando los muchos cambios en ciencias y política, también entró a la teología impactando y creando el pensamiento religioso conocido como deísmo.

John Locke fue uno de los más influyentes pensadores de los tiempos modernos; perteneció por nacimiento a la mitad del siglo 17, pero sus ideas no tuvieron aceptación general hasta la última década de ese siglo. En cierto sentido fue el fundador intelectual de la Edad de la Razón, como se llamó al siglo 18. Su influencia se sintió profundamente en filosofía, psicología, educación y economía, pero fue en su filosofía política que logró su obra más grande.

Locke pensaba que todo gobierno debe reconocer que la naturaleza ha colocado ciertos derechos sobre cada hombre y que estos derechos no pueden ser regalados ni removidos excepto como castigo por crímenes. Cualquier gobierno que desconozca derechos tales como la vida, la libertad y la posesión legal de propiedad se vuelve inmediatamente injusto y tiránico, y la rebelión contra tal gobierno no es sólo justificable sino laudable.

Locke coloreó todo el pensamiento político posterior durante más de 100 años; en Francia y América sus ideas fueron bien conocidas. Voltaire popularizó las teorías de Locke en Francia, y fueron más desarrolladas por todo el grupo de pensadores revolucionarios que precedieron y acompañaron a la gran revolución francesa. En norteamérica, Thomas Jefferson, Benjamín Franklin, los Adams y otros revolucionarios leyeron ampliamente a Locke. Cualquier pensador que se hace abuelo filosófico de dos revoluciones impactantes tiene derecho a un alto lugar en la historia del pensamiento humano. John Locke logró que su sabiduría real ejerciera influencia para colocar a la razón en el gobierno, eliminándose la tradición de irracionalidad autoritaria.

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