Opinión Nacional

Por qué quiero ser gobernador

Es una pregunta que me hacen con frecuencia periodistas, locutores, seguidores, adversarios y amigos. La respuesta que doy varía, pero casi siempre apunta a lo principal: a mi vocación política.

Por encima de cualquier otra motivación, tengo la política como impulso vital. Es la política una pasión que descubrí desde niño y es una de las pocas que me acompaña desde entonces. Nunca he sido indiferente ante la vida social pero mucho menos ante el acontecer de la lucha por el poder y la resolución de conflictos en los ámbitos local, regional, nacional y mundial.

Desde niño he leído con fruición y la lectura es primordial para ser político. Aunque ustedes no lo crean, hay quienes ejercen la política desde la más profunda ignorancia. Y no porque las circunstancias no les hayan permitido aprender a leer y hayan tenido que representar a una comunidad desfavorecida, sino porque la configuración de su personalidad los hacen enemigos de los periódicos, las revistas, los libros.

De manera que es la política como tema de conversación, de estudio y de vida lo que mueve gran parte de mi existencia. A veces he tratado de alejarme de ella, pero siempre vuelve como la verdadera responsabilidad que tengo ante mis semejantes y ante mí mismo.

No es, entonces, un medio para vanagloriaime o enriquecerme porque las oportunidades para hacerlo las tendría a la mano en otros campos. Es, sencillamente, mi vocación y sería un infeliz si no tratara de hacer todo lo posible por desarrollarla.

¿Y por qué desde la Gobernación y no desde una alcaldía? Porque el cargo de alcalde para mí es fundamentalmente un cargo técnico y no tanto político. Un alcalde debe dedicarse a resolver problemas de todos los ciudadanos sin pensar mucho en la dimensión ideológica o en la ulterior lucha política.

Los problemas del municipio deberían ser enfocados y tratados como problemas concretos que de manera fundamental respondan a criterios técnicos. Los concejales deberían ser personas que, además de contar con la representatividad popular, tuvieran conocimientos prácticos sobre las materias municipales.

Es más, podría perfectamente darse el caso que los candidatos a alcalde y a concejales no estuvieran identificados con partido alguno, porque los problemas a discutir y a resolver no implican ninguna cosmovisión, ideología o programa político totalizante. Son problemas de todas las ciudades y pueblos del mundo que requieren técnicas realistas y específicas.

En cambio, los cargos de gobernador o diputado tienen una dimensión política más acendrada. Porque los diputados y los gobernadores ejercen una representación distinta, que busca, entre otras cosas, defender posiciones políticas en sentido estricto.

Un gobernador debe ser político porque aspira a la representación de los ciudadanos más allá de los servicios públicos y el presupuesto que vaya a administrar. Su cargo lleva consigo una responsabilidad que trasciende lo mero administrativo. Y, por lo tanto, debe ser ejercido por quien sienta la política como una verdadera vocación.

De allí el fracaso de quienes han ejercido las gobernaciones como una posición burocrática, sin imaginación, y con la mirada y los oídos puestos en las órdenes del jefe mayor. De allí, también, el fracaso de quien se ha desempeñado en el cargo como un desaforado que tiene la política como masaje egocéntrico y da sólo importancia a su incontenible verbo fatuo e incoherente.

Quiero ser gobernador porque pienso que podría hacer algunas cosas distintas a quienes ya han pasado por allí. En primer lugar, respetar y hacer respetar la Constitución Nacional. Es mucho lo que se podría hacer (y no se hace) por promover el respeto a las leyes y dar el ejemplo consecuente con tal acción.

La abulía del actual gobernador se explica, entre otras razones, por su desconocimiento de la realidad merideña. Florencio Porras, después de casi ocho años de gestión, sigue siendo un extraño para los merideños y nosotros para él. Su ausencia de todos los actos donde él no sería el protagonista habla no sólo de una presunta timidez sino de una profunda irresponsabilidad.

Eso no pasaría conmigo. Por mi condición insoslayable de merideño raigal no haría otra cosa sino escuchar a todo el que tenga alguna queja sobre el gobierno estadal o alguna idea que crea interesante para resolver los retos del estado.

Todas mis amistades y mis vínculos afectivos, profesionales, políticos serían puestos a la orden del estado Mérida y la solución de sus problemas. Por ejemplo, mi estrechísima relación con la Universidad sería uno de los factores que contribuiría a lograr la ansiada unión entre el Alma Mater y el gobierno estadal para acometer soluciones para todos los que aquí vivimos y para nuestro entorno ambiental.

Otra razón que me impulsa es mi rechazo total a la corrupción. No puedo hablar por más nadie, pero conmigo la lucha contra los estafadores, aprovechadores y simples ladrones del dinero de todos los merideños sería constante y radical. Que nadie se engañe: seré un gobernador intransigente en la materia.

Y quiero ser gobernador porque me gusta servir a la gente. Y estoy convencido de que desde esa posición lo haría con gusto y a tiempo completo.

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