Opinión Nacional

¿Por qué se fractura el poschavismo?

Uno de los fenómenos políticos más interesantes de los últimos tiempos en Venezuela, es el desgaste y progresiva decadencia del otrora poderoso movimiento denominado «chavismo». Luego del fallecimiento de su único líder, el antiguo modelo ha intentado sobrevivir –ahora bajo la modalidad de «poschavismo»- de la mano de una clase política no preparada para esa responsabilidad, la cual –para colmo- carga con dos fardos muy pesados que le impiden siquiera levantar vuelo: uno, haber sido señalada repetidamente por el líder fundador como culpable de todas las ineficiencias y corruptelas que se adjudicaban a sus administraciones de gobierno y, dos, carecer de una contundente legitimidad de origen dadas las inmensas y nunca resueltas dudas sobre el real resultado electoral del pasado 14 de abril.

Lo cierto es que el poschavismo pareciera hacer agua por todas partes. La última encuesta IVAD (tan apreciada por el difunto expresidente) arroja que un 41% de quienes se autodefinen como chavistas radicales creen que la situación del país es inestable. En un reciente estudio cualitativo realizado en el municipio Libertador de Caracas entre personas simpatizantes del PSUV, muchos manifestaron su creencia de que lo que conocieron como «chavismo» podría estar llegando a su fin en los próximos años, dada la conducta y dirección política de la actual dirigencia del movimiento.

La proximidad de las elecciones municipales del 8 de diciembre ha venido además a agravar la situación interna de la oligarquía gobernante, pues ha dejado al descubierto las múltiples fracturas que hoy la caracterizan. No es solo la aparición de una gran cantidad de candidaturas «rebeldes» a la línea oficial del partido, sino el abierto desconocimiento y rechazo a la jefatura del «madurocabellismo».

¿Por qué esta fractura del poschavismo, al punto que algunos ya hablan de una inevitable decrepitud de su fuerza política de incidencia? La respuesta no está limitada sólo a los escandalosamente pésimos indicadores de gestión de la dupla Maduro-Cabello. Si bien ello ha contribuido al acelerado debilitamiento de las simpatías por el oficialismo, la razón esencial es más de naturaleza histórica y psicológica.

En Venezuela y el mundo sobran los ejemplos de lo que ocurre con los partidos políticos creados desde los ejercicios de gobierno. Estos partidos suelen ejercer un rol hegemónico y de preponderancia social mientras esté su líder al frente de la jefatura del Estado, pero cuando ello deja de ocurrir –como en el caso del expresidente Chávez- ese papel de supremacía política entra inevitablemente en cuestionamiento, y la antigua omnipotencia comienza a resquebrajarse.

Además de este factor histórico, hay una razón de orden sociopsicológico: desde el punto de vista de su formación estructural, el «chavismo» fue siempre descrito como un movimiento aluvional, dispuesto no alrededor de unas ideas sino de un hombre considerado como providencial por sus seguidores. De hecho, siempre se habló de la existencia de al menos dos sectores –el radical y el democrático -dentro del mundo oficialista. El llamado chavismo radical, más que un partido político con raigambre y claridad doctrinal, era una mezcla entre un club de fans de un caudillo militar iluminado, con elementos pseudo-religiosos típicos de las sectas y cofradías heréticas. Por su parte, el chavismo democrático o moderado mantenía con su líder una demostrada relación transaccional y utilitaria, según la cual se intercambiaban prebendas por apoyo político, aunque no hubiera una comunión con la ensalada ideológica oficialista. Pero ambos sectores, el radical minoritario y el moderado, se constituían no en torno a un cuerpo doctrinal serio ni a razones de naturaleza histórica, o a intereses, visiones de la realidad, principios, valores, proyectos y objetivos comunes (como es el caso de los partidos políticos modernos) sino alrededor de un hombre, quien además demandaba para sí la exclusividad de la conducción del movimiento y la orientación del mismo. Inevitablemente, la desaparición de ese hombre no podía generar en un movimiento de este tipo otra resultante que una progresiva anarquía y descomposición.

Estamos presenciando en Venezuela una inevitable crisis producto de la caducidad y transformación de las antiguas lealtades políticas. En el caso específico del poschavismo, esta crisis tendrá seguramente una expresión de importante mengua electoral el próximo 8 de diciembre. La única forma que este previsible descenso en la votación oficialista no acelere la crisis y nos acerque cada vez más a un cambio que ponga fin al caos del país y a la depreciación de nuestras vidas, es que la mayoría restante decida no votar y así no aprovechar una oportunidad dorada para incidir en el rumbo de la historia.

@angeloropeza182

 

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