Opinión Nacional

Por todo el cañón

Por regla general los organismos internacionales son bastante cautos a la hora de emitir pronunciamientos que califiquen a los gobiernos. Lo hacen sólo cuando las situaciones se tornan extremas y los males inocultables.

En el caso de la SIP, aún cuando la defensa de la libertad de expresión y de prensa es su misión, sobre lo cual debe actuar con determinación y de manera oportuna, no descartan nunca aproximaciones que permitan la mediación, con un cierto talante diplomático que privilegie lo que favorezca el entendimiento y no aquello que propicie el enfrentamiento.

De hecho, una sucesión de debates y mucho esfuerzo por parte de los países capturados por dictaduras “a la moderna”, han tenido lugar antes de que el resto se convenciera de la gravedad del asunto. No porque se resistieran a conciencia para verlo, sino porque en verdad es un híbrido que se caracteriza por cultivar el arte del más perverso disimulo. Son dictaduras que se cubren con colchas de legalidad para ocultar su verdadero rostro, surcado por líneas de expresión muy autoritarias.

Es más difícil luchar contra un enemigo camuflajeado que contra uno a pecho abierto. Por eso ha costado mucho que califiquen de “totalitario” a un gobierno. Era muy cuesta arriba que aceptaran colocar la palabra “régimen” en lugar de gobierno. Mucho menos se aventuraban a calificar de dictador a un mandatario electo. Ni siquiera se veía claro hace catorce años, a pesar de las advertencias, que en Venezuela se incubaba una desgracia que prendería la pradera en América Latina.

Dictadura con hambre no dura y aquí había para mantener varios países, de allí la facilidad con que se exportó esta experiencia a otras naciones. Pero no era sencillo captar a la idea, como no lo fue para los venezolanos aquilatar el problema en que nos estábamos metiendo, a pesar del espejo cubano.

Sin embargo, la realidad obliga porque llega un momento en que pesa un quintal. Y así ha ocurrido con el caso de Venezuela. Cuba era una especie de constante porque allí no había libertad de expresión que resguardar, sencillamente eso no existía.

Luego, las dictaduras del Cono Sur, tan prístinas que no cabía duda de su género, militarotes que se abrieron paso con lentes de sol y uniformes repletos de condecoraciones ganadas en ninguna batalla, derribando vallas a punta de tanques.

Pero llegó al poder en Venezuela un disfraz, con los votos del pueblo, el dinero de los incautos, el favor de los medios, la indulgencia de las instituciones y el descuido de los poderes. Y fue complicado entender lo que se traía sino hasta sufridas graves consecuencias, extendidas al calco en países que se percatan cuando la soga ya está al cuello.

Si algo tuvo de interesante la reunión que la Sip realizó en Cádiz fue la evidencia de haber asimilado, en toda su dramática dimensión, que en América Latina se están usando los mecanismos de la democracia para destruirla, que se aprovechan de la libertad para terminar cercenándola y que con la existencia de medios independientes no sólo es incómodo llegar al objetivo, sino imposible.

Tal vez la clarividencia haya sido producto de la influencia del espíritu de aquellos intrépidos legisladores de 1812, que gravita sobre un Cádiz orgulloso de su historia; hombres quienes, con Napoleón asediando sus costas y el absolutismo de siglos pesando sobre sus espaldas, fueron capaces de dar forma a la ciudadanía como la querían vivir, comenzando por decretar la libertad de imprenta y el fin de la censura. Cómo será la cosa que la Sip resolvió “ratificar el carácter totalitario del gobierno venezolano que encabeza Hugo Chávez”. Por todo el cañón.-

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