Opinión Nacional

Por un puñado de dólares

Final de la década de los sesenta. Aparecen en pantalla grande los denominados spaguetti-western. El tema, un vaquero y su colt tras la persecución del bandolero; siguiendo el rastro atraviesa Texas hasta pasar la frontera mexicana y toparse con el fugitivo por esos años del siglo XIX.

Clint Eastwood le confiere realismo al personaje, empeñado en cazar malhechores y cobrar recompensas.

Las locaciones para el rodaje de la película «Por un puñado de dólares» tienen lugar en Almería, para entonces la más deprimida de las provincias españolas. El filme, destaca además, por la calidad de la banda sonora, original del compositor Ennio Morricone. Se la define como canto de duelo y muerte, donde la trompeta presagia un final cargado de suspenso en esos montes solitarios.

Diez años después, al regreso de un viaje al exterior, me hago de los servicios de un taxi para subir a Caracas. Próximo a mi residencia le comento al conductor que le pagaré con dólares. ¡Grande la sorpresa! el taxista detiene la marcha, se orilla y en tono altanero me mira por el espejo retrovisor y protesta: ¡Que va! Por un puñado de dólares no voy a perder mi tiempo en el banco, además, debo pagar estacionamiento y… un prolongado refunfuñar. Ni modo, será como usted dice…

40 años han transcurrido y esta película se reedita en la Venezuela presente. Otros son los actores con roles y locaciones muy en sintonía con estos tiempos de censura y autocensurados.

Sobresalen, del puñado de menesterosos, los que requieren bobinas de papel para imprimir el idioma de Cervantes, al precio de tamizar la información y edulcorarla con la consabida genuflexión, como sí lo vienen haciendo las televisoras, con énfasis en todo cuanto proceda de ese sector que en una genuina democracia se denomina la oposición.

Quienes viajan bajo el método Cadivi, en especial al estado de la Florida, lugar donde se concentran turistas de todo el planeta para disfrutar el mundo de Disney, ahora podrán contar con un «puñito». Los industriales, obligados a pujar en subasta para luego soñar… soñar con anaqueles repletos de productos a los que estábamos acostumbrados a ver, tocar, degustar y llevar; con excepción de los fabricantes, tanto de carpetas y ganchos, como de ataúdes, cuyo mercado comporta un incremento inusitado. Los médicos, aguardando por un estetoscopio o los insumos para activar el quirófano. También las escuelas y las universidades, estas últimas a punto de parar, porque carecen de «puñados de dólares» sin los cuales la excelencia académica está seriamente amenazada.

El dispensador de nuestro tiempo bolivariano, con solo imprimir una gaceta oficial, puede generar un inmenso caudal de papeles verdes; para ser más gráfico: una boloña, y emprender un viaje importante. Todos los viajes son «importantes» y prioritarios, a decir de sus protagonistas -el de las antorchas- o aquel a Rusia para adquirir material de guerra «porque la patria, jamás será invadida».

A propósito evoco una frase atribuida a Napoleón Bonaparte: Un ejército marcha sobre su estómago. Desde luego, conecto con la movilización de tropas ordenada por el farol que alumbra nuestros puntos cardinales, para enfrentar la ofensa del gobierno de Colombia. Quien esto escribe, analfabeto funcional en cuestiones militares, se pregunta: ¿Y no es del vecino país de donde proviene buena parte de los alimentos que recién producíamos? Ahora comprendo qué quiso decir Napoleón, cuando la tropa reviró, aun lejos de la frontera.

Admito que alguien me desmienta; sin embargo, creo que esos tanques o tanquetas, aparte de los desfiles tradicionales, uno podría ser este 4 de febrero, además de las maniobras cada año en el estado Cojedes, son los mismos que rompieron el silencio del valle caraqueño el 11 de abril 2002, mediante la activación del Plan Ávila, por orden del presidente de la República. Y gracias a un milagro, el Estatuto de Roma se proyectó en el visor del tanque comandado por el general Rosendo, y a continuación la orden fue desobedecida.

Poco se escucha a Morricone y menos vemos western con el vaquero y su colt. En su lugar cientos de «bandas sonoras» con sus instrumentos de alta potencia, tienen intimidado, acorralado a todo el país, bajo la consigna: ¡quieto! Y la vida pendulando a expensas de un adolescente debutante, o el curtido delincuente, con un grueso prontuario sumergido en las gavetas de la desidia, cabalgando sobre la humanidad de sus victimas por «un puñado de dólares».

 

 

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