Opinión Nacional

Porque Maya somos todos

Recuerdo que cuando leí la frase de Gabriel García Márquez: «Cuando un recién nacido aprieta con su pequeño puño, por primera vez, el dedo de su padre, lo tiene atrapado para siempre». Me sentí tan identificado a ella que la cité en uno de mis libros publicados para dedicarle el texto a mi hijo. Y no podía ser más que ello, porque el amor que genera ese vínculo familiar es único –entiéndase maternal y paternal. La inocencia en su estado más puro, que posee un niño, termina por consolidar la semilla más importante de la familia, célula fundamental de una sociedad, para su progreso.

Cuando supe de la muy lamentable e impactante noticia del asesinato de Mónica Spear y su esposo Thomas Henry Berry, debo decir, que sentí como padre un llanto ahogado dentro de mí. El hampa desbordada había dejado en un santiamén a una niña de cinco años en estado de orfandad doble. El miedo se apoderó de mí, esa noche no dormí, me encontré acostado en la cama de mi hijo, mirándolo dormir, apretando mis dientes.

Este hecho atroz y vil, no tiene justificación alguna; como ninguna otra que deje sin vida a ser humano inocente. No es cuestión de politizar la desgraciada noticia, es cuestión de que la noticia influencie la realidad política venezolana. No es justo lo que le sucedió a la pequeña Maya –y que le está sucediendo a diario a innumerables familias venezolanas–, es antinatural.

Estoy seguro que al igual que yo, innumerables padres –venezolanos o no, residenciados en este país– sufrieron de un insomnio esa atormentada noche; adoptando sentimentalmente a Maya, haciendo como suyos el dolor de su muy injusta circunstancia. Ahora, de por vida: sin vuelta atrás.

Esa sensación de angustia y miedo me recordó la definición de hijo que escribió José Saramago, la cual releí durante mis horas de desvelo, pero tristemente, no pude ubicar a Maya en ellas, y eso me indignó como ciudadano venezolano, de a pie; porque Maya somos todos:

«Hijo es un ser que Dios nos prestó para hacer un curso intensivo de cómo amar a alguien más que a nosotros mismos, de cómo cambiar nuestros peores defectos para darles los mejores ejemplos y, de nosotros, aprender a tener coraje.

Sí. ¡Eso es!

Ser madre o padre es el mayor acto de coraje que alguien pueda tener, porque es exponerse a todo tipo de dolor, principalmente de la incertidumbre de estar actuando correctamente y del miedo a perder algo tan amado.

¿Perder? ¿Cómo? ¿No es nuestro? Fue apenas un préstamo… EL MAS Preciado y maravilloso préstamo ya que son nuestros sólo mientras no pueden valerse por sí mismos, luego le pertenecen a la vida, al destino y a sus propias familias.

Dios bendiga siempre a nuestros hijos pues a nosotros ya nos bendijo con ellos».

@rodrigolaresb

 

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