Opinión Nacional

Premio y castigo

A finales del año pasado, el Gobierno Nacional otorgó el Premio Anual en Ciencia y los Premios a los Mejores Trabajos Científicos de Área.

Lamentablemente, el hecho pasó por debajo de la mesa; hasta faltó el acto protocolar de entrega de los galardones. Sirva esta ocasión para compensar la omisión y dar los parabienes a todos quienes fueron distinguidos. El trabajo de años fue dignamente recompensado.

La premiación tuvo particularidades. Sin duda la más significativa fue la reaparición del Premio al Mejor Trabajo en Ciencias Sociales. Huelgan los comentarios sobre un punto en el que el silencio es más expresivo que mil palabras. La otra singularidad fue el otorgamiento de un Premio Honorífico al doctor Jacinto Convit. Con ella la nación honra nueve décadas de trabajo sistemático y tesonero en biomedicina. ¡Felicitaciones! El premio al Mejor Trabajo en Ciencias Naturales fue dado al equipo de investigadores compuesto por Xenón Serrano, Yael García, Gustavo Benaim, Alexis Ferrer, Noris Rodríguez, Héctor Rojas y Gonzalo Visbal. Estos investigadores, de la UCV, IDEA y del IVIC, aportaron datos que permiten presumir que estamos a las puertas de una nueva terapia en contra de las infecciones por Leishmania, y por tanto se constituye en un singular avance en el control de la terrible enfermedad.

Singularizo esa porción del premio ya que junto con la entrega de su galardón al colega Héctor Rojas, también se le sirvió la noticia de su jubilación del IVIC. Aparte de que él es una de las dos únicas personas en el país que maneja con propiedad la complicadísima técnica de la microscopía confocal, y su retiro perjudica el promisorio trabajo de investigación, surge la pregunta de por qué se reconoce y premia a alguien que lleva noventa años con la bata del laboratorio puesta y a otros, como él, se les obliga a terminar tempranamente sus carreras de investigador científico.

Más allá de los méritos de Convit, por una parte sorprende que el Estado reconozca explícitamente que una longeva vida dedicada al trabajo en ciencia es digna de ser ejemplarizada mientras que, por la otra, su mejor centro de investigación científica, desconociendo la valía de la experiencia y la naturaleza de la vocación científica, desmantela una política que le permitía a su personal de la tercera edad mantenerse activo en la investigación.

A la par que envidiamos la buena suerte del doctor Convit, a quien se le permite a sus noventa años seguir yendo a trabajar a su laboratorio, se debe rechazar la discriminación a que fueron sometidos Raimundo Villegas, Gloria Mercader de Villegas, Reinaldo DiPolo, Héctor Rojas y muchos otros longevos del IDEA e IVIC, a quienes los administradores de turno de la cosa pública no les permiten seguir sirviendo a su sociedad, simplemente por haber alcanzado una edad administrativa de retiro que no guarda relación con la esperanza de vida actual.

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