Opinión Nacional

Protesta o pasividad

Son tres decenas los muertos por la violencia. Casi un millar de heridos. Incontables detenidos, muchos de ellos torturados. En un mes. Destaca la aberrante posición ideológica de la Defensora del Pueblo al intentar justificar la tortura a los detenidos, ejercida por componentes de la Fuerza Armada Nacional y organismos de seguridad del Estado. Necesaria su destitución. Evidente señal de la profunda descomposición moral y ética del régimen. ¿Dónde quedan la Ley y los tratados internacionales suscritos por Venezuela?

La realidad actual.

El Ejecutivo incita descaradamente al enfrentamiento entre venezolanos. Y simultáneamente, en burda trampa, llama a la paz y al diálogo. Entretanto, un gobernador del régimen libera su odio públicamente y ordena: “¡Elimínenlos!” Ardid tras ardid. Crimen y criminales. Desnuda estrategia comunista manchada de fascismo. En el Gobierno.

No es cuento lo que sucede en Táchira, particularmente en su capital, aterrorizada, convertida en ciudad sitiada, brutalmente reprimida, como en guerra. Los servicios básicos están seriamente deteriorados. Zonas residenciales han sido materialmente asaltadas y sus habitantes perseguidos hasta dentro de sus hogares. Los suministros de alimentos e insumos sanitarios tienden a colapsar. La violencia represiva del aparato estatal ha superado los límites normalmente concebibles para este tipo de situaciones. Hay ensañamiento contra la población. Ya no es solamente el racionamiento de la gasolina. El traslado del Ministro del Interior, Justicia y Paz para despachar desde allá, el sobrevuelo de aviones de combate, la actuación descarada de los colectivos paramilitares, cubierto el rostro y con licencia para matar, que han sobrepasado a toda autoridad y están aparentemente implicados en el asesinato de estudiantes que protestaban, conforman un todo perverso. Más allá de lo que la férrea censura permite publicar en los medios regionales y nacionales, a la Guardia Nacional se une ahora el Ejército para “remover las barricadas”, un tosco eufemismo para confundir a la opinión pública y justificar su actividad en la región. No es función del Ejército actuar como represor de la ciudadanía. Es una trampa para trasladarle y compartir el descrédito de la Guardia Nacional. Las declaraciones públicas del Gobernador, quien poco después se desdice, son sintomáticas del comportamiento al azar e improvisado del régimen. Sugiere la liberación de presos políticos, pero le ordenan callar y calla.

Estremecen las graves denuncias públicas formuladas por el diputado a la Asamblea Nacional por Táchira, Abelardo Díaz y el Alcalde de San Cristóbal, Daniel Ceballos.

Las acciones de protesta se han extendido hacia el resto del país con idéntico desarrollo y consecuencias, con la Capital como centro. En lo nacional, llama la atención, y no deja de ser comprensible, la prohibición de marchar anunciada por el Ministerio de Salud a los “médicos” comunitarios, en el día del médico, ya que en esencia no son verdaderos médicos sino producto de una desvergonzada falsificación académica. Involuntariamente en eso son honestos. Pero la desbordada exaltación de los comunitarios, hecha por el Ejecutivo, hiere el sentimiento profesional y de venezolanidad de quienes sí son los legítimos médicos. Algunos de éstos derraman lágrimas ante la injusticia. No piensan en sí mismos. Piensan en la población, falsamente asistida y trucada por la propaganda del régimen, que los quiere lanzar al desprecio. Más odio inducido por el Gobierno.

Una posible explicación

¿Cómo explicar la reacción de la población venezolana, particularmente su juventud estudiantil, desde el Día de la Juventud? Queremos intentarlo desde la perspectiva ética, porque podría ser útil a otras áreas del conocimiento.

Venezuela se encuentra ante una situación social, económica, política y ética muy deteriorada. Una parte es el asunto de la protesta, la manifestación (Art. 68 de la Constitución) y la desobediencia civil (Art. 350 de la Constitución). Una fracción de la sociedad las considera una virtud, otra como un vicio deleznable y criminal. Aquélla las estimula, ésta no sólo la condena sino que las reprime. El punto es, que la sociedad venezolana va dejando de lado la pasividad tan característica de las sociedades democráticas, precisamente porque ha llegado el momento en el cual la moral y la ética ciudadanas exigen que sean los ciudadanos quienes tomen para sí sus contenidos, se responsabilicen por ellos y se deshagan del vasallaje tan metido en nosotros.

Es que el vasallaje era propio de la época feudal en la Europa medieval, cuando se expresaba como una relación de dependencia y fidelidad del vasallo hacia su amo o señor, a quien prometía fidelidad hasta bajo juramento. El amo/señor respondía concediendo tierras o defendiendo al vasallo en situaciones comprometidas para éste o como juez en disputas. Lo relevante era el hecho de que el vasallo ponía su voluntad a merced del otro.

Con el surgimiento del despotismo ilustrado en el siglo 18 desapareció el vasallaje, pero surgió la figura del súbdito, quien tampoco gozaba de autonomía. Esta vez el único autónomo era el mandante o soberano.

Con el tránsito posterior hacia la democracia, el concepto de ciudadano, sometido solamente al imperio de la ley, desarrolló su pleno significado. Esto significa, que deberíamos ser ciudadanos de primera. Ciudadanos políticos. Sin embargo, no somos ciudadanos morales o éticos, lo que consistiría en asumir, como personas, la propia autonomía, particularmente la de acción. La autonomía es un principio ético-bioético fundamental. Al igual que la justicia. O el beneficio. O la no-maleficencia.

Pasar, entonces, del feudalismo al despotismo ilustrado y a la democracia fue pasar del vasallo, al súbdito y al ciudadano. Pero hasta allí, porque el paso de la ciudadanía política a la ciudadanía moral autónoma no ha ocurrido. La realidad es, que la ciudadanía política ha estado adormecida en muchas sociedades, anclada más en el papel que en la práctica, pero la ciudadanía moral lo ha estado más. Responsable es la actitud o la conducta de la pasividad, rayana en el quietismo místico religioso.

¿Por qué esa pasividad?

Dos condiciones son responsables de esa pasividad en los países afectados, mayormente democráticos: 1. el hábito del ciudadano de dejar todas las decisiones, incluyendo las morales, en manos de los gobernantes y 2. la costumbre de estar sujetos al uso de un código moral único.

El estado interventor-paternalista

Para satisfacer los derechos de los ciudadanos, Derechos Humanos en todo su rigor particularmente los de segunda generación (económicos, sociales y culturales), el Estado tiene que recabar fondos, para lo cual acude a la posibilidad de hacerse él mismo empresario (tarea difícil, generadora de corrupción) o recurrir a un sistema fiscal para que los ciudadanos paguen impuestos. El Estado se encargaría de “distribuir” esa riqueza a todos sus ciudadanos, transformándose en un Estado benefactor, lo que conduce a que los ciudadanos tiendan a olvidar que son ellos los protagonistas de la ciudadanía política y la ciudadanía moral.

Al participar en la economía, el Estado se hace interventor y de allí también la tentación de serlo en otros aspectos de la vida social. El resultado es, que los ciudadanos se acostumbran a que sea el Estado el que tenga que cuidarlos y resolverles sus problemas.

En otras palabras, el Estado toma una posición paternalista (propio del despotismo ilustrado) y los ciudadanos una actitud de dependencia pasiva. Estos ciudadanos se quejan y reclaman constantemente al Estado benefactor (el Estado-padre) y terminan convenciéndose de que es ese Estado en el cual está el remedio para sus males o el logro de sus deseos.

Los códigos morales únicos

Típicos de este grupo fueron la España franquista y algunos países Latinoamericanos en los que estuvo vigente un código moral católico único, propuesto al Estado por la Iglesia, ligada generalmente a los grupos políticos y económicos prevalecientes.

En los países sometidos al régimen comunista imperó también un código moral único, si bien laicista. Un grupo se abrogaba el derecho y la capacidad exclusivos de calificar lo que era bueno o malo para la ciudadanía, aún para toda la humanidad, desde una ideología. Era imposible ejercer la crítica en países sin libertad de expresión, opinión o reunión, pues la sociedad civil había sido abolida, desechas las asociaciones de comunicación entre individuo y Estado. Cualquier discrepancia era considerada como perversidad burguesa, que conducía a la prisión o la ejecución.

En estos países, muchos ciudadanos tomaron una actitud pasiva, no solamente en los asuntos morales sino en los propios de su desempeño civil, lo que concluyó en que fueran tragados por el Estado omnipotente.

En un retorno al pasado, Venezuela está en la ruta de un naciente código moral único de corte comunista, expresado claramente en la densa red de leyes inconstitucionales sancionadas por la Asamblea Nacional o dictadas por el Ejecutivo a través de su habilitación. Esas leyes ahogan al ciudadano y coartan sistemáticamente sus libertades y derechos. El Estado de derecho ya no existe.

Conclusión

En fin de cuentas, el Estado paternalista ha engendrado un ciudadano pasivo, dependiente, poco crítico, mediocre, apático, escaso de iniciativas y capacidad creadora, y también, desgraciadamente, falto de responsabilidad. Hasta inconsciente de que le corresponde ser actor fundamental de su condición de ciudadano político y de su vida moral, según las exigencias de un verdadero estado de justicia.

Venezuela se encuentra formalmente en la situación delineada en el apartado 1. de este texto, pero se mueve hacia un código moral único. Durante los quince años del corrompido régimen actual la dependencia de parte de su ciudadanía del Estado benefactor se ha magnificado, incrementándose aún más ante el fracaso del Estado petrolero como empresario. A sus seguidores se les mantiene la esperanza de la resolución de sus problemas por el Estado, personificado en el Gobierno conducido desde el más allá por un fantasma, siempre que se mantengan pasivos y no reclamen sus derechos. Otros ven la trampa; son los que protestan.

Felizmente, los jóvenes venezolanos se reactivan, con mayor intensidad que hace más de un lustro. La mayoría de la población joven y madura deja de ser pasiva. Juega su futuro democrático y el de la Nación. Expresa, abiertamente y con alegría, el deseo de libertad. La libertad viene antes que la paz. Sin libertad no hay paz. Iluso un Gobierno que no lo admita y mentiroso si lo pregona.

Texto relacionado: http://analitica.com/va/sociedad/articulos/5440325.asp

 

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