Opinión Nacional

Punto Muerto

La política venezolana parece atascada en un terreno espeso, pantanoso, sin ideas ni propuestas trascendentes. No estamos en una quietud de descanso, sino de muerte sin sentido, como en las batallas de Verdún o del Somme en la primera guerra mundial, cuando los soldados, en un empate sangriento, se pudrieron en las trincheras entre nieve y barro, al costo de un millón de muertos por cada lado.

Ya los fuegos artificiales del verbo presidencial no impresionan ni son capaces de ocultar las miserias de su administración, ni de aliviar el “vía crucis” de la gente asediada por la violencia, la disminución de sus ingresos reales, la falta de empleo digno y la ruina de hospitales y otros servicios. De manera irritante se exhiben las suculentas ayudas al exterior y a la sombra del gobierno florecen nuevos banqueros y jugosas negociaciones cambiarias y financieras, mientras la economía real agoniza en la agricultura de repartos y puertos, en las industrias básicas y servicios estatizados: PDVSA, Guayana, electricidad, agua, fundos zamoranos… El idealismo y la utopía socialista de ayer son sustituidos por el cinismo de “revolucionarios” nuevos ricos; el autoritarismo militarista y el estatismo cubano se dan la mano con voluntad de poder a perpetuidad.

Entre los seguidores del Gobierno crece la desilusión y el malestar sordo, que habla en susurros y grita en estallidos de protesta e indignación. ¡Cuánta falta hacen grupos gubernamentales de peso específico con libertad de pensamiento y de expresión para evaluar, discutir y presentar propuestas sólidas y realistas de socialismo democrático para ahora y más allá de 2012!
Por su parte, los políticos de oposición (con partido o sin él) no logran transmitir claridad, unión y pasión para salir democráticamente del actual gobierno y bloquear sus pretensiones de poder perpetuo, con modelos anticonstitucionales y estatistas, fracasados en todas partes.

Estalla la indignación contra la inconstitucional Ley de Educación y contra la represión de las marchas; se enciende la esperanza de la gente cuando los estudiantes se cosen la boca o se bajan los pantalones, para repudiar el autoritarismo y los atropellos a derechos humanos. Pero esa esperanza se convierte en frustración e ira con la impresión (justa o no) de que los partidos van a la rebatiña de concejales y diputados. Hay hambre de signos de unidad en torno al superior interés nacional, por encima de ambiciones personales o partidistas. Para salvar la democracia y acabar con el bochorno aclamacionista de la Asamblea Nacional y el monopolio en los municipios, la “mesa democrática” rápidamente tiene que dar signos públicos de unidad en la pronta elaboración de las listas y planchas, incluyendo también personas de otros grupos o individuos con alta valía personal y respaldo popular. Lo contrario será una catástrofe para la democracia y traerá un severo castigo a los partidos y figuras que impidan la unidad.

Hace casi dos décadas la descarada corrupción e ineficacia de los partidos y un antipartidismo radical se dieron la mano para alimentar el golpismo mesiánico del actual régimen. Ahora algunos quieren salir de él por cualquier medio, sin hacer el trabajo democrático necesario. Los antipartidistas no pueden presentarse como si no hubieran roto un plato en veinte años.

Parecemos estancados en el punto muerto de 1990, pues, más allá de los vaivenes del precio petrolero, es difícil ver signos de superación definitiva de la pobreza y de la antidemocracia. Nada resuelven el autoritarismo militar populista con envoltura verbal socialista, ni la contrapuesta ilusión liberal de que todo se arregla con salir de Chávez y “dejar hacer” a los intereses de cada quien, sin programas, sin instituciones y sin políticas sectoriales muy concretas. No basta rechazar uno u otro extremo y esperar a que las encuestas hagan milagros. Para construir alternativas convincentes hay que hacer política: elaborar listas unitarias con dirigentes políticos que sepan distinguir lo esencial de la ambición personal o partidista, y presentar propuestas democrático-sociales a los problemas más agobiantes. No nos quedan sino dos o tres meses para llegar a esa unión básica, capaz de entusiasmar a los demócratas desesperanzados y recoger la enorme voluntad de cambio.

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