Opinión Nacional

¿Qué es lo que le quita el sueño?

El teniente coronel se angustia porque a Manuel Zelaya no lo dejan salir de la embajada de Brasil en Honduras, ni reasumir la presidencia de esa pequeña nación, la verdadera nueva Esparta de comienzos del siglo XXI. Le preocupa la situación económica de la isla tiranizada por los hermanos Castro. Le mortifican las revueltas en Bolivia contra el inepto Evo Morales. Se inquieta por las jornadas de protesta contra Rafael Correa, versión moderna de Tartufo. Se devana los sesos para ver cómo asegura la continuidad en el poder de Daniel Ortega, hasta ahora impune por los delitos perpetrados contra su hijastra (debería toparse con el mismo juez que pescó a Román Polanski). Se alarma porque a Obama la Academia Sueca le concedió el Nóbel de la Paz. Se impacienta por la presión internacional en contra de Ahmadinejad y de Kim Jon Il, dos angelitos que solo pretenden construir la bomba atómica y así asegurar la paz mundial. En fin, se desvela por la suerte de sus socios en todo el planeta.

Allí donde se encuentre un secuaz en una posición complicada, estará el comandante para expresarle su solidaridad activa con un discurso o con una transferencia de petrodólares para que compren ambulancias, equipen escuelas y hospitales o confisquen una elección importante. Sin embargo, no le quitan el sueño la precaria situación de los millones de venezolanos que no cuentan con un hospital a dónde ir, que tienen que resolver sus necesidades sanitarias con menos de dos litros de agua al día, que han perdido sus neveras y sus escasos alimentos porque el fluido eléctrico se interrumpe cada dos horas, o que son víctimas del hampa en medio de la orgía de sangre que los delincuentes desataron hace varios años. Al presidente de los venezolanos no le interesa resolver ninguno de los graves problemas que padece la gente. Lo peor del caso es que no los soluciona él, e impide que las autoridades que no le son afectas los remedien.

Los cuellos de botella que se han creado recientemente con el suministro de agua y el servicio eléctrico revelan un gobierno cínico y desvergonzado. Los funcionarios gubernamentales se refieren a las fallas en esos dos servicios como si quienes están al frente del gobierno hubiesen llegado a Miraflores hace un mes. Resulta que tienen más de diez años administrando los recursos del país. La crisis eléctrica y la escasez de agua han sido ampliamente diagnosticadas por abundantes estudios. Se han propuesto planes y se han estimado con precisión matemática las inversiones que deben realizarse. El Colegio de Ingenieros en numerosas oportunidades ha destacado la necesidad de ampliar la capacidad de las plantas generadores de energía eléctrica. Especialistas en hidrología han subrayado la urgencia de diversificar la búsqueda de fuentes de suministro de agua y de adelantar una campaña publicitaria que eduque al pueblo acerca de la conveniencia de usar racionalmente el precioso líquido, crear tarifas diferenciales por sectores, y sancionar con multas severas a los grupos o personas que lo malgasten. Ninguno de los proyectos sensatos que se han presentado ha sido instrumentado. El comandante trata de ocultarse tras el burladero de los 40 años que le precedieron. Su incapacidad e impudencia es absoluta.

Las fallas de agua y electricidad son graves, pero donde la desidia del gobierno resulta más irritante y funesta es en la seguridad personal. Aquí se vive un verdadero drama. Ciudad Gótica luce como el Paraíso Terrenal al lado de Caracas. Una nueva clase de delito ha aparecido: el secuestro y robo de edificios completos. Algo nunca visto. Esta categoría viene a sumarse al secuestro express, que se ha multiplicado por mil desde que Chávez asumió la presidencia, y a las modalidades más tradicionales de extorsión y chantaje practicadas por el hampa desde tiempos inmemoriales. Hasta las mascotas que sirven de compañía a los ancianos y a los niños son objeto de robo para luego exigir rescate por ellos.

La industria del crimen prospera a una velocidad de vértigo. Ninguna actividad económica crece y se diversifica tanto como ella. La delincuencia mantiene sitiada a los ciudadanos de Caracas, Maracaibo, San Cristóbal y todas las capitales importantes del país. ¿Qué hace Chávez frente a este inmenso drama? Nada importante. No decreta el estado de emergencia para encarar el desbordamiento del hampa. No depura los cuerpos policiales, en buena medida cómplices de los delincuentes, cuando no sujetos activos. No convoca a las autoridades regionales para enfrentar conjuntamente con el Gobierno Nacional el estado de sitio. No invita a los ciudadanos, ni siquiera a sus partidarios, a organizarse con apoyo de los cuerpos de seguridad del Estado para repeler a los hampones. Se limita a ignorar el problema y a trivializarlo; a decir que los medios de comunicación de la oligarquía y la “oposición golpista” magnifican la delincuencia y la criminalidad con el fin de desestabilizar su Gobierno.

Esta vanalización del mal, como diría Hannah Arendt, se explica porque el comandante y sus secuaces se mueven rodeados de anillos de seguridad que los preservan de cualquier ataque o emboscada del hampa. Tengo la certeza de que entre la delincuencia y el Gobierno existe una alianza tácita: aquella genera el clima de incertidumbre y terror que el Gobierno requiere para mantener a la ciudadanía silenciada y paralizada. Este cálculo les ha fallado con los estudiantes y con los obreros de Guayana, y fracasará con otros sectores.

En Venezuela no se encuentran los problemas que le quitan el sueño al comandante.

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