Opinión Nacional

¿Qué Hugo Chávez es el Presidente hoy?

LA interrogación obedece a una preocupación inquietante. ¿Es (%=Link(«/bitblioteca/hchavez/»,»Chávez»)%), con su boina roja y su tabla rasa sobre el pasado venezolano de 40 años, un continuador histórico de (%=Link(«/bitblioteca/bolivar/»,»Simón Bolívar»)%)? De ser así, terminará diciendo, como Bolívar a la hora de la muerte, abandonado, aquellas palabras sin incógnita: «En el mundo ha habido tres grandes majaderos, Jesucristo, Don Quijote y yo».

El bolivariano Hugo Chávez, sin el reposo de una crítica histórica, perturba a todos los que tenemos, de Bolívar, una idea clara: la complejidad de su época y las dificultades para crear nuevas naciones en el cuadro de la descolonización. Fue el mismo Bolívar, después del afamado Congreso de Panamá, quien enterró, de un brochazo, el esfuerzo de los pocos países que acudieron a la cita: «El Congreso de Panamá, que debiera ser institución admirable, si tuviera más eficacia, se asemeja a aquel loco griego que pretendía dirigir desde una roca los buques que navegaban. Su poder será una sombra y sus decretos serán meros consejos…» ¿Ese Bolívar es el de Hugo Chávez? No hablo de la biografía sobre Bolívar —implacable—, de Marx. En suma, la lectura bolivariana de Hugo Chávez es, fundamentalmente, retórica.

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¿SIGUE siendo el Chávez, Presidente, el hombre del 3 al 4 de febrero de 1992, es decir, el oficial levantado contra su gobierno bajo la idea de que representaba la corrupción? ¿Ello acreditaba un golpe de Estado militar? Hugo Chávez ha asumido esa responsabilidad. Inclusive creando una crisis moral en el ejército: reintegrando a sus estructuras a los 262 oficiales en rebelión de aquella noche.

¿Es el Chávez, Presidente, el hombre que, disolviendo el pasado se ha confrontado, en las elecciones, deshuesadas de todo antecedente político de los últimos 40 años, con el otro comandante sublevado en la noche del 3 al 4 de febrero de 1992? Ya, en sí, es un hecho notable: que uno de sus compañeros del 4-II-1992 se haya ofrecido como representante, en cierto modo, de la historia como conflicto y contradicción. ¿No le ha invitado ello a una meditación sobre el pensamiento militar como dilema moral? ¿Se ha asegurado, para siempre, la lealtad de los pobres y del ejército que, escindido, ha ido a las elecciones en la figura de otro comandante de 1992, es decir, con Francisco Arias Cárdenas?

La tabla rasa del pasado, como espacio de la corrupción y el desastre nacional, ¿permite olvidar que hasta Rómulo Gallegos (11 meses solamente, en 1948, antes de un nuevo golpe militar) no hubo un solo Presidente elegido en las urnas venezolanas?

Los hombre y las mujeres de 1958, que en aquel enero que terminó con la dictadura militar, y que crearon las instancias de la democracia en 1959 y un régimen bipartidista, ¿no merecen nada más que la condena primaria? ¿Puede andarse así por el mundo?

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SU visión de la historia económica es muy pobre. La realidad ha demostrado que el desarrollo no ha descansado, nunca, en los recursos del subsuelo ni en las materias primas, sino en el «valor agregado», es decir, en el talento y el trabajo de los hombres. La economía del petróleo se tragó, cierto, en el cuadro internacional de los mercados desiguales, a la democracia venezolana inventada en 1959. Duró hasta que su propia defunción la recogió. Chávez mismo, de las manos del último hombre, el más anciano y débil de los hombres de 1958-1959. Dejemos fuera del cuadro a Carlos Andrés Pérez.

Esta tabla rasa del pasado paraliza la reflexión sobre el presente. No discierne bien, Hugo Chávez, que los países que han transformado sus economías, convirtiéndolas en patrimonio de la sociedad y no de una clase, han sido los que crearon la articulación jurídico-política del Estado de derecho. Los errores del algunos de los Mandatarios venezolanos, entre 1959 y 1999, son notorios, pero, en su conjunto, sus equivocaciones no cerraban el paso al Estado de derecho y sí lo puede cerrar, y por lo tanto, al desarrollo, la invención profética del Estado. Hugo Chávez tiene mucho que aprender. Ojalá tenga éxito, pero ni su Bolívar es el Bolívar real ni el pasado es sólo un charco de ranas.

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