Opinión Nacional

¡Qué vengan los holandeses!

Ahora cuando supuestamente también Holanda quiere invadir Venezuela a través de Aruba, cuento una experiencia.

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Desde hace una buena cantidad de años acordé no volver a una playa venezolana. Mucho después de que lo decidí, falté a mi palabra y fui a playa Medina, en el estado Sucre, viajando desde Maturín donde residía con mi familia. Una hermosa bahía es playa Medina para ir por no más de tres días a descansar…

¿Por qué? Pues porque en la playa no había nada qué hacer. Y no me refiero a casinos y bares, sino a diversión playera. Ni casinos ni bares nos hacen falta, porque no apostamos y consumimos alcohol en escasísima medida.

Pero… vayamos a la playa que es la razón por la que una persona desea ir al mar. Una verdadera belleza natural entre la montaña es playa Medina, pero sin facilidad para hacer ningún deporte náutico ni nada que se le parezca. En su orilla vi excrementos creo que de dos o tres perros famélicos que merodeaban, algunas latas oxidadas, residuos de basura quemada en una hoguera apagada, y más basura fresca en sus extremos; ni una sombrilla para amortiguar el sol, menos un caney para comodidad del bañista, todavía menos una regadera para sacarse de la piel la pegostosa sal.

Mucho antes fui una vez al afamado Morrocoy. No vi el agua azul de las fotos, sino aguas ocre, según me explicaron porque era tiempo de lluvia y por allí desemboca el río Aroa. Una playa desierta sin ningún tipo de asistencia era aquello, creo que era cayo Pelón. Al atardecer, una nube de mosquitos me obligó a meterme en la playa hasta una profundidad donde me daba el agua al cuello y estuve allí hasta casi la noche cuando arribó el lanchero que nos llevó a tierra firme. Lo hice para evitar que los mosquitos se comieran a mi hija menor y bebé.

De una playa en Río Chico, estado Miranda, me sacó mi mujer porque allí desembocan las aguas del río Tuy, y el pestilente Guaire es uno de sus afluentes. Yo no lo sabía.

Estando en Mochima, una realidad similar. Mi hijo, crecidito ya, me dice que quiere orinar. Le respondo que no le queda más que meterse bien adentro en el mar. Pero no quería. Naturalmente le daba pena. Anda a la porquería de baño -le sugerí- que hay allá y decide. Por supuesto, decidió meterse mar adentro donde descargó su vejiga. Imagino que todos conocen los pulcros “sanitarios” de nuestras playas públicas.

De playa El Agua en la hermosa Margarita, tuvimos que irnos en la única oportunidad en que la hemos visitado porque era insoportable el golpe del mal olor de comida descompuesta procedente de restaurantes cercanos. Entiendo que Margarita tiene hoteles dotados de playas decorosas. No las conozco y no puedo opinar.

De las playas del lago de Maracaibo, ¡olvídese! Desde principios de los años 70, o desde antes, bañarse allí es correr un seguro riesgo de contraer amibiasis o cualquier otra enfermedad infecciosa. ¡Me decidí y me decido por Aruba cuando quiero playa!

Aruba es una pequeña isla desértica y estéril que paisajísticamente casi nada puede mostrar, pero que ha hecho del turismo su principal fuente de ingresos y de sus playas una delicia tropical.

Entonces por qué falta de sentido constructivo o del bien en lugar de fantasear una invasión de Holanda, no decide el gobierno venezolano solicitar asesoría a ese país o a los arubeños para que nos enseñen cómo hacer para asear nuestras playas, para dotarlas de servicios y convertir las bellísimas costas centrales y del oriente en fabulosos lugares de natural esparcimiento popular y empezar a lograr que la revolución bonita lo sea de verdad mientras adicionalmente se contribuye con la recuperación del ambiente.

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