Opinión Nacional

¡Qué vivan los estudiantes!

Estábamos perdiendo la fe en el porvenir. Estábamos grises, adoloridos en la conciencia y en el corazón, abrumados por un color rojo asfixiante que es el inverso del color de la esperanza. Estábamos mirando correr los minutos frente a la única realidad que nos conecta con la ídem: la pantalla de la televisión. Ciudadanos virtuales de un país que se nos escurre de las manos, un país que no reconocemos en los ojos del odio o de la ira escarlata. Era el domingo 27 de mayo de 2007. Estábamos llorando, sin ser actores ni actrices. Llorando con lágrimas reales, no de ficción, como quiso argumentar el Presidente con su habitual desconocimiento de la conducta, el pensamiento o el sentimiento de todos aquellos que no comparten su visión de país. Estábamos llorando no por Marcel Granier, ni por Eladio Lares, ni siquiera por los tres mil empleados y obreros que seguramente quedarán cesantes – pero a quienes durante todo ese día domingo 27 les habían garantizado, por ahora, su trabajo – no llorábamos por Radio Rochela, ni por los cincuenta y más años de existencia de RCTV en Venezuela. No, llorábamos por todos ellos, todo eso, pero principalmente por cada uno de nosotros, y por ese destino, aparentemente inevitable e irreversible, que construimos en la IV República, haciendo posibles las venideras, y que nos dejó sin líderes, sin norte, descreídos, desaprendices de la verdadera democracia, de la tolerancia y de la ética.

Estábamos convencidos de aquellas viejas afirmaciones sobre la juventud venezolana que la definió en algún momento como la “generación boba”, o que nos habló de “la década perdida”, cuya filosofía parecía ser: “ estudiar y ronchar”, “… juro que no firmé si me das un trabajito” , “… dónde te firmo pana, me muero del asco y del dolor pero ahora soy del PSUV”, “… me clavé la gorra hasta las orejas pa’ que no me vieran marchar… pero tu sabes, panita, si no marcho me joden”, “ … a mí, ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario”, “… no me interesa, no soy político”, “… menos mal que mi abuela era española y mi papá italiano, yo, estoy ido de esta porquería de País…” y todas las expresiones similares que habían ido tapiando el desencanto hasta hacerlo tan natural, tan cotidiano, que ni siquiera asombro éramos capaces de sentir. Vivíamos en modo pausa o mute. Muchos de nosotros preferíamos mirar los rollos de la TV española o mexicana, sumergidos en el afuera, como una manera de adormecer la ansiedad y el miedo. Ojos que no ven corazón que no siente.

Pero amaneció el 28 de mayo de 2007, otro mayo diferente al de mi juventud, pero mayo al fin, y por tanto, primavera, despertar, amanecer de una nueva “generación del 28” que tomó la bandera, la colocó boca abajo – porque la siente dormida, desvirtuada, escindida de dolor de Patria ante la enemistad de sus Hijos – y saliendo de las aulas de la Universidad Pública y Privada, le gritó al mundo que en Venezuela están pasando cosas muy graves y que hay un antes y un después simbolizado en la no renovación de la concesión de un canal de TV por su pensamiento opositor al Régimen Chavista. Una generación que se acompañó de artistas, periodistas, camarógrafos, directores de cine y de televisión, comunicadores sociales en todas su manifestaciones, profesores y estudiantes, civiles dignos, sin la dirigencia política tradicional al frente y exigió su derecho a la LIBERTAD DE EXPRESIÓN. Una juventud que asumió gritarle al mundo como en el viejo mayo francés, pero de otra manera: “ paren este País, pero no para bajarme de él sino para subirme al tren de la Historia… tengo mucho que decir y quiero que me oigan porque soy el futuro y con mi futuro no se juega”

Y esa generación de protagonistas del 28 de mayo, encendió la esperanza y continúa alimentando el fuego, y asustó por primera vez – de verdad verdad – al Poder, haciéndolos responder con una violencia desmedida a sus caminatas pacíficas, una violencia sobredimensionada por el miedo a la palabra de los jóvenes, a sus manos pintadas, a sus brazos en alto, a sus bocas amordazadas, porque cuando los estudiantes asumen su liderazgo transformador, la Patria despierta. Nunca tan presente la Violeta Parra de mis años sesenta:
Me gustan los estudiantes porque levantan el pecho
cuando le dicen harina sabiéndose que es afrecho
y no se hacen sordomudos cuando se presenta el hecho
/caramba y zamba la cosa, el código del derecho/

¡QUE VIVAN LOS ESTUDIANTES! que rechazan todo lo que suene a homogeneidad, que no soportan una realidad unidimensionalmente construida de domingo a domingo, un gobierno que no honra a la Constitución, que ajusta a la medida las leyes, decomisa para no expropiar y ve en todo aquél que piensa distinto un enemigo.

¡QUE VIVAN LOS ESTUDIANTES! Presente y futuro de un País que sólo desea vivir en paz, en democracia, en la tolerancia hacia la pluralidad de pensamientos diferentes que no aceptan una realidad monocromática porque provienen de y se dirigen hacia, el arco iris.

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