Opinión Nacional

Querer, ¿es poder?

Es tan conocido el dicho que a muchos asombrará el que se le ponga en interrogación. No hay propuesta en el mundo de las decisiones -y de la conducta en general- que no considere este dicho como un apotegma que pone todo el énfasis en la voluntad. Si alguien quiere algo, así fluye el argumento, su logro está garantizado. Y lo está -es lo que menos se enfatiza- porque ese alguien moverá todas sus piezas para conseguirlo. Es eso lo que indica la palabra poder.

Ahora bien, ese término: poder, involucra muchas cosas. Cosas en el espacio y cosas en el tiempo, pero lo más importante es la aquiescencia de los demás, de esos que el sociólogo norteamericano Parsons llamó los «alters significativos». En efecto, lograr las cosas que uno desea, en la abrumadora mayoría de los casos, implica a otros. Cuenta con otros, «otros» que, o activamente colaborarán para que eso se haga posible, o por lo menos no pondrán traba alguna, o si las ponen, éstas no serán lo suficientemente fuertes como para impedir lo que uno desea.

Este requisito es tan importante que Max Weber propuso que el poder no es otra cosa que «imponer la propia voluntad… aun venciendo toda resistencia». Lo que sugiere es claro: la «resistencia» no sólo es esperable, sino casi que un ingrediente fundamental de las acciones con sentido y propósito de logro. Si toda acción, entonces, se emprende porque tiene un objetivo, entonces seguro que se atravesarán obstáculos en la vía, y el mayor de ellos siempre provendrá de los otros. Eso no implica que sea esa la única fuente. También hay otros, que usualmente emanan de fenómenos naturales.

¿Y a qué viene toda esta argumentación?, se preguntarán ustedes. ¿Es meramente una clase que al profesor Cova se le ocurrió escribir para sus lectores? Bueno, quizás sí, pero como es usual en lo que escribo por estas páginas, tienen un propósito, un porqué.

Y ese porqué no es otro que el volver sobre lo mismo, sobre este asombro que estamos viviendo los venezolanos y que todavía hay mucha gente que no termina de comprender. Si lo hicieren entenderían que, aun a su pesar están involucrados en el asunto, y por ello, sin su activa cooperación lo que se pretende imponer en este país -sí, aquí mismo, y ahora- no sólo no es posible, pero ni siquiera viable. Intentemos entonces descifrarlo.

Hace ya cerca de doce años, la mayoría del electorado venezolano de aquel entonces cometió un error que mucho ha tenido que lamentar, y que a muchos de entre ellos les ha salido sumamente costoso. Pero aquel error no fue totalmente voluntario, y no lo fue porque a nadie se le explicó la intención con que venían los que se hicieron del triunfo aquel nefasto 6 de diciembre.

¿Y la intención cuál era? Ni más ni menos que una sumamente original y arriesgada: cambiarle la vida de los venezolanos en 180°. Que por la voluntad expresa de un solo hombre (de quien por cierto muy pocos sabían de dónde venía y cuáles competencias le acompañaban), los venezolanos abandonasen el modo de vida que hasta entonces habían conocido -y por qué no, disfrutado- para verlo reemplazado por uno que nadie sabía cuál era, ni si su historia -tan accidentada por lo demás- lo hacía confiable.

Si no se entiende esto, no hay modo de darle sentido a lo que estamos viendo y padeciendo. En efecto, con tal de lograr ese cambio, este hombre y el menguado grupo que le acompaña obvia todo lo que, a su modo de ver, no vaya en la correcta dirección de su intención. Precisamente por eso esa intención no conseguirá lo que pretende: obvia las resistencias que se le van atravesando en el camino; y a la gente que las encarna.

Chávez y su gente quieren que aceptemos tanto su versión del capitalismo como del socialismo y que, una vez aceptadas, nos pongamos en sus manos para que él y su grupito nos conduzcan a ese mar de la felicidad que sólo ellos ven. Pretenden que creamos que no hay historia, sino una ilusión óptica que la reemplazó, la que pretende hacernos ver oasis en el desierto.

Quieren, además, que les demos tiempo -y tiempo no es lo que nos sobra- para que los efectos pretendidos de la estatización total comiencen a verse más allá de las cuñas televisivas; quieren, en fin, que aceptemos que una minoría de venezolanos le imponga, porque sí, a una inmensa mayoría lo que ella no quiere. Y que, para eso, le deje hacer lo que crean conveniente cuándo y cómo quieran, y encima, sin pedirles cuenta. Por eso temen tanto a las elecciones del 26S y a la resistencia fortalecida que de ellas saldrá.

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