Opinión Nacional

Radicalismo de centro

La distinción topográfica de la política, lo político y los políticos, genera no pocas dificultades, pues solemos reclamar posiciones conceptuales o temperamentales de izquierda, revelándonos acaso sorpresivamente de derecha, o a la inversa, y –por añadidura- desdeñamos o sacrificamos el centro. Curioso, aquello de un programa de izquierda para llegar al poder y otro de derecha para mantenerse, pareciera una sentencia fallida con vista al discurso empleado por Hugo Chávez en el segundo semestre de 1998 y sus realizaciones posteriores de gobierno, porque hubo estudios de opinión que dieron cuenta de una jugosa salpicadura de derecha que devino jugosa salpicadura de izquierda, con rumbo al septenio.

Lo cierto es que la díada (izquierda-derecha), cambia con las circunstancias y, a pesar de los notables esfuerzos de especialistas como Norberto Bobbio y –ahora- Octavio Rodríguez Araujo, reina la confusión. La (des) igualdad presuntamente sirve de piso inconmovible a la histórica distinción, reparando escasas veces en la existencia y vitalidad del centro.

Los democristianos reclamamos una política de centro democrático en la medida que sea centro de compromisos, de sensatez y de una moderación que efectivamente modere como un acto de audacia, realizándose a través de iniciativas inspiradas en una cultura de la libertad y en el destino universal de los bienes. Obviamente, pueden ser varios los centros e, incluso, enjugados como centro-izquierda o centro-derecha, aunque Rafael del Aguila, en un título importante (“La senda del mal”), ha interpelado la nomenclatura desde la perspectiva de la ciudadanía. No obstante, surge una modalidad peligrosa y perturbadora del centro que no es tal.

En efecto, hay un extremismo de centro que, justificado en sí mismo, conduce sucesivamente al inmovilismo y el disturbio político, con el sabotaje de los necesarios esfuerzos unitarios de oposición, bajo la creencia de encontrarnos en una situación de normalidad democrática que apuesta por el crecimiento más mediático que electoral de sus agentes; dispensa ideas acomodaticias que vulneran la memoria colectiva, devenidas sorprendentes novedades, cuando un largo historial las acompaña; pretende compensar sus debilidades, alimentando la política como espectáculo; y, por si fuera poco, practica el canibalismo con una pesca de arrastre de dirigentes de partidos ajenos, ofrecida una amable franquicia para subsanar las legítimas aspiraciones a cargos públicos de elección de quienes –apenas- aparecen reforzando las ruedas de prensa de sus no menos gentiles promotores, única escena anticipatoria del pronto y previsible desecho de los que pueden disputar el liderazgo en su casa de estreno.

El radicalismo de centro, espacio reconocido únicamente por la piedra bautismal en la que caen las exageradas ambiciones de poder, es uno de los riesgos que corremos bajo un régimen que alimenta las ilusiones de un rápido desplazamiento de los partidos de vieja data. Creemos que, por ejemplo, la convivencia de dirigentes de origen socialcristiano y socialdemócrata, bajo el predominio de las nociones liberales, está resuelto en Primero Justicia con el inevitable oportunismo a veces derivado de las más sanas intenciones. Por ello, incumplen, en aras de esa inicial coexistencia, con una característica esencial de todo centro que sea zona de tránsito para la diversidad: construir un consenso básico e indispensable, además, para sobrevivir a un gobierno que ha violado en forma no convencional los derechos humanos y, tememos, no diferenciará entre justos y pecadores para saldar las cuentas.

II.-LICENCIATURA DE NOTABLES

Al reventar la crisis política de los noventa, supimos de un contingente diferente de influyentes líderes de opinión: los llamados “notables”. Pocos dudan de la autoridad moral que algunos encarnaron en aquellas circunstancias tan atropellantes, colmadas por las intentonas golpistas, pero –a la postre- significaron un adicional y, acaso, involuntario obstáculo para muchas de las soluciones planteadas.

Ahora sabemos de un nuevo licenciamiento de “notables” que empeñan su palabra en sendas ruedas de prensa, atreviéndose a formular propuestas frecuentemente temerarias, imposibilitados materialmente de realizarlas y, precisamente, cuando esto ocurre, el discurso moral degenera en una constante moralización que afecta a otros, tan igualmente patrióticos y demócratas, en el intento de dar respuestas realistas a la situación. Un vistazo a la prensa, permite levantar un conjunto de características de estos líderes o aspirantes a líderes de opinión, resaltando por lo pronto dos o tres que los desautorizan: por una parte, prisioneros de la angustia, reclaman allende la frontera un golpe de Estado seco e inmediato, entre otras iniciativas generalmente posibles si son otros, aún desconocidos, los que las realicen; por otra, ofrecen sus nombres como posibles punteros para una alternativa presidencial que ahorra los esfuerzos de representación, de participación y de madurez que –estimamos- hacen sustentables las opciones post-autoritarias; y, finalmente, desconocen los méritos que otros, aún también desconocidos, exhiben en la confrontación con el oficialismo.

En el pasado, coexistieron personalidades como Arturo Uslar Pietri y Luis Vallenilla en la logia de los “notables”. Hoy, la licenciatura pasa por figuras equivalentes con un agravante: olvidaba a quienes fueron destacados dirigentes de partidos que, al renegarlos, rinden el testimonio de lo que no se hizo para enjugar las condiciones que hacen al fenómeno del chavezato.

III.- MOUNIER: 100 AÑOS

Persistirá la crisis política de olvidar el territorio diverso del compromiso ideológico. Transitamos otros que hablan de vaciedad y de oportunismo, banalizando los asuntos públicos, sin una visión sostenida, coherente y –agregaríamos- atrevida del mundo y de las cosas que nos llevan por siempre a las creencias.

La valoración moral de nuestros actos deriva de principios y valores reclamados, de lo que pretendemos esbozar como lo idóneo y lo necesario para la sociedad, hallando las herramientas para el ejercicio crítico y las fórmulas estratégicas para las transformaciones pendientes. Decimos de una estructuración de representaciones que ayudan a interpretar la realidad, perfilar una vocación de servicio público y concretar los deseable, por supuesto, en medio del duro oleaje de las circunstancias.

En la perspectiva del humanismo cristiano, el francés Emmanuel Mounier, hizo una contribución inmensa en los años de las grandes conflagraciones mundial, del debate de profundidad que lo llevó a polemizar con Jean-Paul Sartre y de la construcción de los caminos que llevaron al Concilio Vaticano II. De imponente influencia desde la década de los sesenta, sobre todo en los cuadros de la juventud socialcristiana, salimos de la tormentosa e inicial bonanza petrolera, al concluir los setenta, prendados de títulos como “Manifiesto al servicio del personalismo”, “El personalismo” o “Revolución personalista y comunitaria”: la persona humana que se realiza en comunidad, el desorden establecido, la crítica ética al capitalismo y su salida o el testimonio eficaz, eran nociones insustituibles en el joven militante que modestamente hacía esfuerzo por hallar las razones y las emociones en un contenido y en un estilo por entonces de enorme atracción que, otros intérpretes, como Candide Moix, enarbolaban.

Mounier nació el 1ro. de abril de 1905, muriendo prematuramente en 1950. Todavía circula una bibliografía de interés por quienes reclaman la urgente densidad requerida en las actuales circunstancias, cuando gobierno y oposición coinciden en trivializar la discusión sobre los problemas que nos aquejan. En la infopista, encontramos trabajos interesantes , como el de Ramón Alcoberro ((%=Link(«http://www.alcoberro.info/mouni er.htm»,»http://www.alcoberro.info/mouni er.htm»)%) ), e, incluso, ensayos como el de Iván Guevara sobre la influencia constitucional de un autor que suele citarse cómodamente junto a Jacques Maritain ((%=Link(«http://www.monografias.com/trabajos17/doctrina-mounier/doctrina-mou nier.shtml»,»http://www.monografias.com/trabajos17/doctrina-mounier/doctrina-mou nier.shtml»)%) ).

La crisis política actual es la de las ideas y el compromiso convencidamente moral que legitimen la militancia y el servicio público, haciéndolo sustentables. Nos volvamos a ciegas con nuestro equipaje de creencias, muchas de ellas prejuicios que sobreviven y temen a las interrogaciones, desestructurando nuestras intenciones, por limpias y sanas que se digan: ahogados y golpeados por las circunstancias, flotantes en la corriente.

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