Opinión Nacional

Rafael Caldera

Con Caldera ha fallecido el último de los gigantes de la democracia
venezolana del siglo XX. Su prolongada carrera como líder político de
primera línea estuvo guiada por la doctrina social-cristiana que él
mismo contribuyó a desarrollar. Dejó su impronta en la Ley del Trabajo
y en la Constitución de 1961, que fraguó el marco del socialismo
rentístico y democrático de la Venezuela contemporánea, así como en
numerosa obra publicada. Algunas de sus iniciativas internacionales,
como la apertura al mundo comunista y la denuncia del viejo Tratado
Comercial con los EE.UU., plantearon una nueva pauta en la política
exterior del país. Su política interna de pacificación hacia la
izquierda armada en insurgencia permitió la incorporación del PCV a la
vida legal y fue prólogo a la fundación del MAS.

En lo económico, puso énfasis siempre en la construcción de viviendas,
con éxitos notables en los períodos constitucionales que le
correspondió gobernar; decidió dos mini revaluaciones del bolívar
durante los últimos años de su primer mandato y en ese mismo tiempo
amplió la cobertura del control de precios de bienes de primera
necesidad para encarar los brotes inflacionarios que comenzaron a
afectar al país. En su segundo mandato, tuvo que enfrentar la peor
crisis bancaria de la historia nacional, recurriendo a medidas
extremas en materia financiera, incluyendo la intervención de
numerosas instituciones y la reimplantación de controles generales de
precios y de cambio externo. Se vio forzado a adoptar medidas
draconianas para enfrentar el deterioro severo que sufría la economía
del país, incorporando en su gabinete a dos figuras emblemáticas
entonces, como fueron Teodoro Petkoff y Matos Azócar, uno de la
izquierda y otro del sindicalismo adeco, con los cuales firmó un
programa de ajuste con el FMI, a partir del cual revirtió los
controles económicos y concretó acuerdos de apertura petrolera con el
capital extranjero. Después de una breve recuperación, la economía
volvió a entrar en crisis por el desplome de los precios mundiales del
petróleo y el derrumbe de los «tigres asiáticos», hacia el final de su
gobierno.

En su primer mandato, le tocó administrar un país que inercialmente se
movía en una senda de prosperidad, la cual mantuvo y reforzó en muchos
aspectos. En el segundo mandato, le correspondió gerenciar al país en
crisis económica, con resultados mixtos al final. Siempre dio
prioridad a lo político, fiel a sus principios democráticos y a su
pensamiento socialista cristiano. No puede decirse que haya logrado en
ninguno de sus mandatos reorientar el desarrollo económico del país,
ni que haya podido cambiar la dirección decadente en que había entrado
la democracia de los partidos tradicionales antes de haber vuelto a
ganar las elecciones presidenciales en 1993. Es triste constatar que
luego de haber dedicado su vida a la paz y a la promoción social, el
país haya sucumbido luego de su última presidencia a la tentación
totalitaria y se encuentre sumido en una degradación generalizada del
nivel y la calidad de vida de todos los venezolanos.

En mi modesta opinión, nunca aceptó bien el funcionamiento del sistema
económico de economía de mercado como una compleja red evolutiva de
iniciativas, avances y fracasos. Jamás creyó en el liberalismo y
terminó pactando, por razones extremas, con la versión bastarda del
mismo, como fue el neoliberalismo, incorporando en el camino, hay que
decirlo, a elementos de la izquierda evolucionada del espectro
político interno. En el fondo, fue un conservador de vieja escuela,
muy bien formado y con sólidos valores personales. Y como tantos
conservadores de su misma estirpe antes que él, no pudo hacer el
puente entre la democracia social y el capitalismo contemporáneo, y en
cierta forma dejó un vacío que vino a llenar por «forfeit» el espectro
que se vive hoy en la conducción del Estado.

Hay quienes lo culpan a título personal de numerosas fallas, algunas
que son a todas luces exageradas. Yo me limito a señalar que habiendo
sido escogido en elecciones, su paso por la historia nacional forma
parte de las preferencias del pueblo ciudadano. A fin de cuentas, la
democracia también es un proceso de aprendizaje popular, lo cual es
componente «sine qua non» del desarrollo histórico de cada sociedad.

De nuevo, desde mi punto de vista, su virtud principal, y a la vez su
principal falla como dirigente político, fue incorporar a su función
pública las enseñanzas sociales de la Iglesia Católica, así como sus
principios morales y religiosos. Acierto en tanto y en cuanto conectó
la política con la ética, error en tanto y en cuanto desechó la
posiblidad de conectar a lo económico con esas dos dimensiones de la
vida individual y social. Pero no se le puede culpar por algo que
hasta ahora nadie ha logrado en este mundo que cambia con velocidad
sin precedentes.

Yo prefiero ensalzarlo como digno venezolano y expresar mis sinceras
condolencias a su familia, que ha actuado, en estas dolorosas
circunstancias, de una manera impecable en lo que se refiere a lo
público, siendo leales con la enorme herencia inmaterial que reciben y
dando nuevamente ejemplo del decoro y la integridad que deben alumbrar
en estos momentos de obscuridad.

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