Opinión Nacional

Ravell, otra víctima de Gustavo Cisneros

El jueves 18 de febrero, el ex director de Globovisión, Alberto Federico Ravell, sostuvo una rueda de prensa para explicar las razones de su salida del canal. Entre otras revelaciones, Ravell denunció que Gustavo Cisneros contribuyó a su salida, difundiendo calumnias en su contra, las cuales calificó de “telenovelas”.

    A finales de enero, el conocido empresario Marcel Granier denunció que el cierre de RCTV Internacional se debía, en parte, a las presiones de Gustavo Cisneros, quien había resultado beneficiado con la clausura de ese canal de televisión.
    Estas denuncias contra Cisneros no me sorprenden, puesto que conozco bien cómo actúa ese personaje a la hora de atacar a sus adversarios, recurriendo a los métodos más perversos.
    En febrero del año 1985, cometí el “error” de colaborar en la distribución de un libro titulado “Narcotrafico S.A.”, en donde se menciona a Gustavo Cisneros. No tuve nada que ver con la elaboración del libro, ni con su contenido, pero igual Cisneros la emprendió en mi contra.
    El libro fue prohibido, mi oficina fue saqueada por la DISIP, fui encarcelado, amenazado de muerte, intentaron sobornarme, y fui objeto de una feroz campaña de descrédito que, entre otras falsedades, me acusaba de pertenecer a una organización denominada Tradición, Familia y Propiedad (TFP) y -créase o no- de ¡participar en un complot para asesinar al Papa Juan Pablo II!
    Usando su enorme poder político y mediático, Cisneros me convirtió -de la noche a la mañana- de un exitoso empresario y un deportista connotado, en un “nazi, ultraderechista, asesino y antisemita”. No conforme con eso, ordenó un veto en mi contra, no sólo en su propio canal, Venevisión, sino en todos los demás medios en donde tenía alguna influencia.
    Aunque han pasado ya veinticinco años desde ese episodio, increíblemente el veto todavía se mantiene.
    Fui el primero en señalar los vínculos de Chávez con Fidel Castro y con las FARC (1995); el primero en acusarlo ante la Fiscalía por traición a la Patria (2000); el primero en organizar una marcha en su contra (2001); fui el primer preso político (2002). Mis libros circulan en el exterior, no sólo en español, sino en portugués y en inglés. Los expertos me consideran una autoridad en temas relacionados con el Foro de Sao Paulo. Me invitan constantemente a dar conferencias en diversos países. Me honran con títulos académicos y corresponsalías de medios internacionales. He sido condecorado por gobiernos extranjeros. Presido una prestigiosa plataforma de 200 ONGs latinoamericanas. Y, sin embargo, por causa de Cisneros, nunca he sido entrevistado por Leopoldo Castillo o por César Miguel Rondón.
    El veto y la campaña de descrédito en mi contra han llegado a tales extremos de irracionalidad, que los venezolanos deben conocer de mis actividades a través del canal del Estado; claro, con la dosis de veneno que le agregan los comentaristas de Venezolana de Televisión. Es así como se han enterado de que el gobierno boliviano me acusó de atentar contra Evo Morales; el canal oficial de Argentina de resucitar la “Operación Condor”; y el canciller venezolano de orquestar un atentado con misiles contra el avión de Chávez. Y, sin embargo, por causa de Cisneros, ni Televen, ni El Universal, se interesaron en conocer mi versión sobre tantas y tan graves acusaciones.
    Ciertamente, el veto se mantiene hasta la fecha, pero no sólo debido al episodio de aquel libro prohibido, sino a que Cisneros se ha convertido en el principal aliado de Chávez. Cisneros y Chávez saben muy bien que los mecanismos democráticos que propongo -basados en los Artículos 333 y 350 de la Constitución- son los únicos que podrían lograr un cambio de gobierno en Venezuela. Por eso requieren silenciar al sector de la oposición que plantea una salida constitucional -más no electoral- a la crisis.
    No necesito reconocimientos para sentirme motivado a hacer la labor que me apasiona. Sin embargo, si mis propuestas hubiesen tenido la difusión que merecían, los venezolanos se habrían ahorrado muchos sufrimientos. Habríamos actuado oportunamente, como lo hicieron los hondureños, y no estaríamos viviendo esta pesadilla.
    Después de aquella reunión de junio de 2004, donde Cisneros llegó a un arreglo con Chávez, por mediación de Jimmy Carter; y luego de las graves denuncias realizadas por Ravell y por Granier, es hora de reformular la lucha opositora. No es posible recuperar la democracia, sin entender el rol de Gustavo Cisneros. 
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