Opinión Nacional

Realidad y ficción el 23N

El pueblo democrático venezolano se volcará a votar masivamente este próximo domingo, qué duda cabe. Proclive a reacciones emocionales y a desplantes sentimentales, dejará en el baúl de los recuerdos su justificada ira contra un liderazgo que no ha sido capaz de responderle con grandeza ante coyunturas críticas y apremiantes, como sucediera el 11 de abril, como se reiterara durante el paro cívico nacional, como quedara dramáticamente de manifiesto el 15 de agosto de 2004 y como terminara por suceder el 6 de diciembre de 2006. En todas ellas, el liderazgo político nacional brilló por su ausencia. Bajó la testuz y se acomodó a los dictados del teniente coronel.

Tampoco desconoce ese pueblo democrático, hoy mayoritario, que el 2 de diciembre la verdad se impuso ˆ aunque a medias ˆ antes por acción del estudiantado, de los sectores disidentes del chavismo y de algunos escasos líderes políticos que decidieron jugarse el todo por el todo por impedir el gran fraude exigido por Hugo Chávez que por la acción consciente y responsable de la dirigencia partidista. Pues el triunfo del 2D, desconocido olímpicamente por el autócrata, tampoco ha sido prueba de honor de ese liderazgo político. Si se mantiene vivo en el recuerdo y constituye un hito en nuestras luchas por la reconquista de la democracia se debe a un puñado de intelectuales y dirigentes de nuestra sociedad civil que lo convirtieron en la piedra de tranca de los desafueros presidenciales. El Movimiento 2D se encarga domingo a domingo de recordárnoslo.

No creo que esa pusilanimidad que baña a las dirigencias partidistas de la oposición tenga raíces conscientes y obedezca a una complicidad declarada con un régimen tan nefasto como el que nos desgobierna. Tampoco creo que el Poder, así cuente con intrigantes de la estatura de José Vicente Rangel, tenga la capacidad como para montar una quinta columna de tamañas dimensiones. Muy por el contrario: el desgajamiento de importantes sectores políticos, que abarca desde PODEMOS hasta el PCV, demuestra que el chavismo es una fuerza en descomposición, afectada de la metástasis de la desintegración. No posee otra fuerza que la volcánica de un sociópata dispuesto a jugarse el todo por el todo por mantenerse aferrado al Poder.

Creo, en cambio, que esa pusilanimidad es la expresión pura y simple de la mediocridad de una clase política incapaz de estar a la altura de las graves circunstancias que vivimos. Expresión de una decadencia sin retorno, que hizo posible la aparición del golpismo, lo dejó sin castigo y le permitió apoderarse del poder en prueba de la más insólita irresponsabilidad. De sus polvos salieron estos lodos. Vuélvase al pasado y mida a los presidentes de la Cuarta república con los cartabones de la exigencia que hoy le plantearíamos a nuestros futuros presidentes. Sólo se salvan Rómulo y el primer Caldera. De los demás más vale guardar un tupido silencio. No hablemos del grave error de permitir la reelección: de los cuarenta años de democracia 20 corren a cuenta de Pérez y Caldera. Para nuestra infinita desgracia.

Sus herederos no lo hacen mejor ni peor. Esta es la clase política con que contamos. Y a no mediar un milagro, será la misma con la que nos veremos obligados a contar por los tiempos que vienen. Por eso, y por ninguna otra razón, este próximo 23 de noviembre volveremos a vivir el mismo drama de nuestras desgracias pasadas: el pueblo democrático saldrá masivamente a votar ˆ y es maravilloso que así sea ˆ y empujará hacia la victoria a sus candidatos en casi todas las gobernaciones y alcaldías del país. Para vernos una vez más en la insoportable situación de tener que aceptar que el régimen decida dónde ganamos y dónde perdimos, reparta las cartas de la baraja a su aire y conveniencia y se nos empuje a un juego de definiciones. El vocinglero chantajismo del caudillo despliega sus tanques y cañones para intimidarnos. Y los partidos estarán preparando sus acomodaticias explicaciones del por qué no obtuvimos más que cuatro o cinco gobernaciones. Dándose por pagados. Cuando pudimos obtenerlas todas.

Es el triste juego de la realidad y de la ficción en que navegamos. Dios se apiade de nosotros.

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