Opinión Nacional

Reforma educacional

Santiago de Chile (AIPE)- El problema principal de Chile, para llegar a ser desarrollados y mejorar la distribución del ingreso, está en la educación, por su mala calidad. Esto dicen con solemnidad políticos, académicos, profesores e intelectuales.

Ya. ¿Y cómo sigue? Bueno, el Estado debe preocuparse: más recursos, impuestos y controles; salas, becas, sueldos, metros cuadrados, premios y honores para profesores, académicos y científicos. Y acreditarlo todo. ¿Profesionales?: pocos, pero buenos. Nada de terceros que abran escuelas o ensayen programas más allá de los oficiales.

La creación y el conocimiento son nuestros y los transmitimos desde dos ministerios: Educación y Cultura. Nada de experimentación ni libertad de enseñanza. Y menos aún considerar conceptos decadentes como costos, precios, competencia y mercado, categorías economicistas oscurantistas, indignas de intelectuales progresistas. Por esto hemos eliminado la enseñanza de economía en el nivel medio.

Pero, ¿no es este enfoque el que hemos tenido desde 1990 y, antes, con el llamado Estado docente? Al proyecto decimonónico de educar a unos pocos gratis sólo se agregó en los años 90 más dinero y un ciento por ciento de alza de remuneraciones a un profesorado sin incentivos.

Entérense de una vez: el socialismo estatal es una fórmula fracasada en la producción de bienes y servicios. ¿Por qué alguien no nos da un ejemplo que muestre la superioridad estatal en la producción de algo, en este u otro planeta? El enfoque conservador de nuestros políticos es erróneo y su aproximación de más impuestos para un gasto público inútil no resuelve los problemas. Los programas oficiales irán siempre detrás de la realidad, de manera que se termina enseñando tonterías, mientras que la ausencia de libertad para emprender y competir elimina la necesidad de innovar.

El dirigismo productivo lleva siempre a un producto caro y de mala calidad. La ingeniería social de los metros cuadrados, la jornada completa y la dictadura de textos, pruebas oficiales, programas y servicios docentes, sin consideración por la libre decisión de los demandantes, es un fracaso.

Nuestros intelectuales y políticos dicen comprender el éxito del emprendimiento privado, la propiedad, los mercados y la competencia. Pero su inteligencia no alcanza a los asuntos educacionales. Estos, como la salud, serían distintos del resto de la actividad productiva. No son diferentes y la impresión que queda es que se trata de un simple resabio totalitario en lo cultural y socialista en lo productivo, más un ingrediente de demagogia política, ligado a la compra de votos de los profesores.

En esta tragedia para los pobres han sido determinantes los democratacristianos, que desde su doctrina de libertad de enseñanza evolucionaron al estatismo docente. Todo es opinable, pero ese partido se hizo un capital político con el calificativo de cristiano, que no tendría que usar.

Las escuelas debieran entregarse a profesores, educadores y a la amplia gama de grupos de ciudadanos interesados en el tema. Habría que hacerlos competir, a partir de subsidios y créditos a los más desposeídos, eliminando las prácticas totalitarias como programas, textos y pruebas oficiales y la ingeniería funcionaria de ministerios inútiles. Es la manera de aumentar la calidad de la educación. Quizás es difícil de comprender y aceptar, como lo fue con otros sectores productivos en las décadas de 1970 y 1980, cuando Chile se modernizó con la oposición de casi todos.

(*): Profesor de economía, Universidad Finis Terrae, fue presidente del Banco Central de Chile.

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