Opinión Nacional

Reglas básicas de telenovela

El televisor es un perol igualito a una licuadora. No es un maestro, ni un acompañante, ni una niñera. Es idéntico a una plancha o a una tostadora. La diferencia es que uno no deja solos a los niñitos con los demás electrodomésticos, porque se pueden hacer daño.

Las telenovelas no están dedicadas al público infantil, pero si un menor de edad va a ver una de ellas, debe estar acompañado por un adulto serio y responsable. Aunque un adulto serio y responsable, no permitiría que la gente menuda de la casa viera un culebrón.

Los melodramas televisados tienen sus pautas y normas. Por ejemplo, el protagonista no puede aparecer con un: “Mi cielo, vamos a sentarnos, tenemos que hablar, vine a decirte que te amo”. ¡¡¡Nooo!!! ¿Vamos a sentarnos?… ¡Qué fastidio! ¡Ya la televidente está agarrando el control remoto: actor sentado equivale a actor cansado! ¿Tenemos que hablar?… ¡Hablar! ¡Qué aburrimiento! ¡La teleaudiencia quiere que pasen cosas y no que todo sea pura habladera! ¿Vine a decirte que te amo?… ¡¿Y para qué se lo dijo?! ¡Que lo haga, que lo demuestre con una acción en concreto: que le traiga un osito panda, un koala o un ornitorrinco de regalo con un lacito; que le cante una serenata –pero a plena luz del día, metido en la piscina con el agua a la cintura y los mariachis ahí también en remojo-, o, sencillamente, que se la coma a besos! (Ésa no falla). ¡Pero que -por piedad- no llegue, se siente, informe que tienen que hablar y notifique que ha venido a decirle que la ama! ¡Tedio, caspa, celulitis, menopausia prematura y osteoporosis! Y tras esa frase tan infeliz del galán, la telespectadora, ahí mismito, cambia de canal ¡y no vuelve!

Otro ejemplo. El suicidio es un tema asaz sensible. Si esto llegase a ocurrir, deberá ser estilo tragedia griega o García Lorca. Yocasta se mata tras bastidores (fuera de escena) y otros personajes, altamente conmovidos, vienen y dan razón de tan infausto desenlace; Adela se quita la vida, y apenas si le vemos las paticas guindando para conmoción de su madre, Bernarda, y de sus hermanas. En un melodrama de t.v. no vamos a ver a una joven comprando una cuerda, haciendo el nudo del ahorcado, colgando la cabuyota de una viga, subiéndose a un banquito y, acordonada, saltando de él. No. Eso, en full detalle, está prohibido.

Como en la “Gran Historia de Amor” hay cabida para abundante truculencia, habrá muertes. Más de un hombre será torturado y asesinado. En el caso de las mujeres, por lo general hay una violación. Contados escritores –tras el impacto y la subida de rating- saben qué hacer exactamente para volver a poner en pie, recomponer y restaurar la salud física y mental de la ultrajada. ¡Grandes peleas con José Ignacio Cabrujas! “¡¡¡¿Pero cómo pretende usted, señor, que yo escriba una escena en donde ella va al mercado, ¡si la violaron hace dos capítulos!!!? ¡Ella todavía no se ha recuperado del asco, del dolor y de la vergüenza! ¡No ha salido del trauma!”. ¡Enormes discusiones!

Entonces: a los hombres los asesinan; a las mujeres las violan; y a los niños… ¡Nada! ¡A los niños no se les hace nada! ¡Los niños se respetan! ¡La vida de los niños vale todo! ¡Con mis niños de mis telenovelas no se metan! ¡Todos –toodoos- los niños son sagrados!

Al menos, en la telenovela hay una ética y un respeto, y nuestros niños de ficción están plenamente a salvo.

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