Opinión Nacional

René Cassin

Los restos mortales de René Cassin reposan en el Panteón que la República Francesa reserva a sus hijos ilustres en reconocimiento de insignes servicios prestados a la patria.

Eximio jurista, René Cassin fue además para su país un valiente soldado que se destacó en la célebre batalla del Marne (1914), en donde —por sus enérgicas y valiosas iniciativas— es ascendido al grado de caporal. Habiendo conocido en carne propia las atrocidades de la guerra, desde entonces se convirtió en el abanderado de las luchas por la paz y en protector infatigable de las víctimas de la horrible hecatombe, que dejó diez millones de muertos y veinte millones de lesionados en los campos de batalla de Europa.

Respondiendo al llamado a la resistencia formulado el 14 de junio de 1940 desde Londres por el General de Gaulle, escapa Cassin del territorio de la Francia invadida y humillada por las tropas alemanas, y con sus solas credenciales de antiguo combatiente y de profesor universitario, se identifica él —hombre de izquierda— ante el Jefe militar —hombre de derecha. De convicciones religiosas diferentes, uno y otro se agigantan al admitir que las distinciones naturales en modo alguno disminuyen la fuerza de los ideales que sustentan su amor por la patria, necesitada como nunca del aporte solidario de todos sus hijos. Lograba así Cassin se le aceptase no como un simple técnico del derecho, sino con el estatus de un colaborador leal en la lucha por la conquista de un común y mismo destino.

Acababa el gobierno británico de reconocer a de Gaulle como jefe de todos los franceses libres que en cualquier parte se le unieren para la defensa de la causa de los aliados. Gravísimo problema era darle consistencia jurídica a las vinculaciones de un gobierno extranjero con las fuerzas de la resistencia comandadas por de Gaulle. Por una parte, de Gaulle no era un Jefe de Estado en el exilio y todavía Gran Bretaña mantenía relaciones diplomáticas con el gobierno del otrora glorioso Mariscal Petain. Falta de antecedentes sobre tan delicada cuestión, René Cassin se ingenió hasta encontrar una vía que permitiera el acuerdo entre un solo hombre y un gobierno legítimo, y que se aproximara en cuanto fuera posible a un tratado bilateral de alianza política que mantuviera a su país en la guerra hasta su fase final, con todos sus derechos y obligaciones.

Afinando sus dotes de jurista y de diplomático, se convierte en el artífice de una fórmula novedosa a la que el gobierno inglés termina por adherir. El General de Gaulle adquiere la estatura de un verdadero aliado, comprometido a la defensa del territorio británico, y al propio tiempo se le reconoce como el único jefe de la resistencia francesa, conservando ésta su bandera, su lengua, su disciplina y su comando militar. Todo ello se concretaría —como en definitiva fue logrado— por un intercambio de cartas entre las partes del convenio. Francia adquiere así su plena dignidad y se acredita para sentarse, en igualdad de condiciones, con todos los actores en las conferencias que pondrían punto final al más horrendo conflicto confrontado por la humanidad.

La proyección de la obra de René Cassin alcanza aun mayor relevancia cuando se la contempla desde la atalaya de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, cuya paternidad le es reconocida por la comunidad internacional. Se trata de la culminación de sus perseverantes esfuerzos para lograr el entendimiento y la armonía que garanticen para siempre la paz entre los pueblos. Cada una de sus disposiciones conducen a establecer la igualdad en derecho de todos los hombres, no obstante sus naturales diferencias.

Mención especial merecen los artículos 1, 2 y 7 de la Declaración, que proclaman que todos los seres humanos nacen libre e iguales en dignidad y derechos; que toda persona tiene los mismos derechos y libertades sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición, y que todos tienen derechos a la protección de la ley.

Sería absurdo pensar que estas normas, consagratorias de la igualdad jurídica de todos los seres humanos, podrían significar la impugnación de las diferencias naturales que existen entre los miembros de cualquier sociedad. La única conclusión correcta es que éstas no pueden constituir en ningún momento base para el desconocimiento de la igualdad en derecho ni tampoco fuente para ninguna clase de privilegios. Ilustra bien la interpretación de estas disposiciones el caso de De Gaulle y Cassin. El primero hombre de derecha y fervoroso católico; el segundo hombre de izquierda y judío de confesión; uno militar y otro civil. Ambos, sin embargo, identificados por la misma causa y reconociéndose iguales ante el derecho nacional e internacional.

Por su infatigable lucha por los derechos humanos y en pro del entendimiento entre los pueblos, René Cassin recibió el Premio Nobel de la Paz en el año de 1968, y por eso mismo, en el sexagésimo aniversario de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, todos los países del mundo le rinden su más caluroso homenaje de gratitud.

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