Opinión Nacional

Respuesta

La incapacidad del gobierno venezolano está  harto demostrada. Con persistencia digna de mejor causa cada día se ejemplifica más, al verse las fallas de las diversas dependencias de la administración pública, no por carencia de recursos, sino por fallas  humanas en la gerencia gubernamental. No hay ministerio, dirección u oficina alguna que no sea  ejemplo de desidia e ineptitud. El mismo presidente de la República da a cada momento la pauta de lo que ocurre, pues no hay comparecencia suya ante los medios de comunicación en que no se queje de tal ineficiencia, y hasta regañe a sus ministros y demás funcionarios de alto nivel por el incumplimiento de sus funciones, y muchas veces hasta denuncie la desobediencia de órdenes dadas por él mismo.

El propio presidente, además, no está exento del señalamiento de incapacidad. Son innumerables sus  anuncios y promesas que luego van al abultado saldo de ofrecimientos engañosos, y no sólo porque determinados funcionarios no hayan cumplido, pues  muchas veces se trata de ofertas cuya ejecución depende directamente del propio presidente. Sin contar con que parte esencial de la aptitud del gobernante está en garantizar que los funcionarios, cuyo nombramiento y remoción  depende sólo de él, ejerzan sus funciones con eficiencia.

Pero la incapacidad del gobierno no se  manifiesta sólo en el incumplimiento de elementales funciones gubernamentales, sino también en la forma torpe, irresponsable y ridícula como los diversos funcionarios, presidente  incluido, dan respuesta a los señalamientos que dentro o fuera del país se hacen de sus errores, fallas y disparates.

Es increíble que a estas alturas, después de once  años de “gobierno revolucionario”, todavía los voceros  del régimen, incluso su cabeza visible, atribuyan a los “gobiernos anteriores” muchas de las fallas y vicios  que se muestran a diario. Y eso a pesar de que el  chavismo ha tenido recursos mucho más cuantiosos que los gobiernos de la mal llamada “cuarta República”, más que suficientes para haber erradicado esos vicios y fallas del pasado. Y bordea el ridículo, no sólo por su infantilismo, sino  también por su cansona reiteración, la necedad de atribuirles todos nuestros males actuales al “imperio”, a la “oligarquía apátrida” y a la “burguesía explotadora y desalmada”. Lo mismo que todo tipo de crítica o acusación desde el exterior a una delirante conspiración internacional, que al parecer se da en el mundo entero.

Este gobierno es tan malo, que no sirve ni para  defenderse.

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