Opinión Nacional

Robin Hood, pero al revés

Ante el avance de la ola expropiadora en todo el país, que en claro incumplimiento a la Constitución, a la sensatez y a la lógica económica básica en el mundo actual, está destruyendo a un sobreviviente sector privado, luce más cercano el escenario (impensable para unos pocos fanáticos de la izquierda fosilizada) de una Venezuela cada vez más parecida a Cuba, en su atraso, en su empobrecedor socialismo y en la eliminación de la propiedad privada y la alternabilidad democrática.

El supuesto “socialismo” de Estado, etiqueta glamorosa y conveniente, no es más que la irracional y delirante acción de una elite militar, que pretende justamente militarizar las relaciones sociales y económicas del país, con acciones que en lugar de regular, controlar, supervisar y aplicar los correctivos del caso, se asemejan más a la actuación de un Estado depredador, ahogado en su propia ineptitud administrativa y operativa, que ocupa, invade, expropia, criminaliza el trabajo privado y arrebata bienes inmuebles, tierras y propiedades a lo largo y ancho del país.

En la arenga presidencial, cuya única misión es estimular el resentimiento inter-clases y la polarización intolerante, se llama a la guerra económica, a tono con su fervor castrense y el espíritu bélico que ha poblado su ser y hacer político. Se culpa a Fedecámaras, a la burguesía, a la oligarquía, al Capitalismo de la escasez, de la ausencia de productos alimenticios, mientras se asfixia a la economía nacional con controles de todo tipo que, ante la dependencia estructural de nuestro sector externo, condena a la población a la escasez, a colas, inflación y al mercado no-oficial-que-no-se-puede-nombrar-pero-ud-sabe-a-cuál-me-refiero, alentado obviamente por la ineptitud oficial.

La voracidad estatizante del Presidente, en el contexto de la recentralización acometida de poderes y facultades antes descentralizadas en estados y municipios, ha concentrado a su vez la incompetencia, la ineptitud e incapacidad de quienes en la cima del poder, toman las decisiones o dejan de tomarlas, desconectados de la realidad, de los problemas de la gente, y de las urgencias de la calle.

Así, el episodio trágico de los alimentos descompuestos en containers y por toneladas de PDVAL, es evidencia putrefacta de cómo lo único que ha aumentado en este gobierno es una burocracia paquidérmica, clientelar e incapaz de lograr que el aparato administrativo funcione medianamente bien.

Ensalzando la nacionalización, la estatización en el “socialismo”, van surgiendo así los ejemplos patéticos, costosos y deprimentes de cómo los ataques a la empresa privada, y los intentos y acciones claras y sin ambages por prohibirla y eliminarla desde el gobierno, soslayan las lecciones históricas y crudas de la URSS y de Cuba, y el atraso, la pobreza, la pérdida del bienestar y la calidad de vida, y la inviabilidad del jurásico y fracasado “socialismo del siglo XXI”.

Hay titubeos en el verbo del jefe del Estado, contradicciones cantinfléricas al momento de atacar a la libre iniciativa y culpar al capitalismo de todos, absolutamente todos los males del país. Que se trata de empresas estratégicas que deben ser del Estado. Que hay que acabar con los monopolios. Que son acaparadores y hambreadotes del pueblo. Que se niegan a acatar la regulación, y qué importa que trabajen a pérdida. Que son una burguesía apátrida. Que son enemigos y hay que exterminarlos. Pero luego trata de retroceder. No, que no se trata de eliminar a la propiedad privada…que pueden haber pequeños negocios, pequeños, eso sí. Quizá porque sabe que, en el fondo, su extremismo fanatizado y destructor va en contra del sentir colectivo.

Se le va haciendo difícil justificar sus desmesuras, porque ya hemos visto cómo la plaga expropiadora está tocando no ya empresas transnacionales o de gran escala, sino medianas y pequeñas unidades de producción y de comercio, almacenes, abastos y negocios de venta de alimentos, víctimas del capricho oficial de turno.

Conveniente es recordar, que una economía en la cual el Estado sea el único actor y propietario, plena de controles, prohibiciones y restricciones, y sin sector privado, es crónica anunciada de altos niveles de inflación, escasez, desempleo, empobrecimiento, miseria y retroceso en todos los sentidos.

En reciente escape al cine, pude disfrutar del film “Robin Hood”, una muy interesante y original versión del veterano director Ridley Scott sobre la historia del legendario arquero, que en el siglo XII, enfrentó a la tiranía e injusticias de la corona británica. Entiende uno, luego de ver la película, las motivaciones de dicho personaje para robar a los ricos y ayudar a los pobres, o matizando el asunto, combatir los excesos del gobierno real y su voracidad impositiva, y luchar por la libertad y el derecho a trabajar y vivir libremente de los ciudadanos de a pie, en la Inglaterra de su época.

Inevitable aterrizar en la realidad venezolana, donde cierto personaje habitante de Miraflores, golpea, expropia y castiga a los ricos, y a los que no lo son tanto, pero tampoco ayuda a los pobres, pues les pulveriza cada día sus oportunidades de empleos dignos, bajas tasas de inflación, vivienda, salud, educación, seguridad personal y familiar, y la posibilidad de escoger una mejor calidad de vida.

Es decir, un Robin Hood, pero al revés.

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