Opinión Nacional

Rómulo Gallegos y la Democracia

En marzo de 1941, los integrantes del Partido Democrático Nacional (PDN) lanzan la candidatura simbólica de Rómulo Gallegos a la Presidencia de la República; «simbólica» porque, dadas las características del sistema político imperante, tal candidatura no tenía en la práctica posibilidad alguna de triunfar.

No obstante, la plataforma política enunciada por el propio Gallegos en ciertas intervenciones públicas debe entenderse como el cuadro de principios fundamentales del nuevo partido.

Dijo Gallegos en el discurso pronunciado en Barquisimeto, Estado Lara, el 23 de marzo de 1941:

«¿Qué ha hecho ese hombre –preguntarán muchos, por allá- para que otros llenen así la plaza pública en torno a él, de pie, como dispuestos a seguirlo, en atento silencio, cual si de sus palabras fuesen a tomar lección provechosa?

Nada, señores. Nada que muchos otros ya no hayan dicho sobradas veces y con mejor calidad de ejemplo. Apenas lo que todos estamos obligados a hacer, lo que no es posible que se desatienda o se traicione sin perder, desde ese mismo momento, lo esencial de la condición humana: la dignidad.

Porque en mi vida de hombre público no encontrarán ustedes la jornada brillante del gesto audaz, de la temeraria decisión que decora la vida de tantos venezolanos a través de las sombrías y vergonzosas épocas de sumisión de todo un pueblo ante un hombre. Nada que pueda haberme colocado por encima del nivel de tantos otros que, como yo, se refugiaron en la virtud negativa de la abstención.

Y es necesario que esto sea dicho en voz alta y en la presencia del pueblo, a fin de que éste no sea llamado a engaño y regule sus entusiasmos a la justa medida de los merecimientos.

Como hombre público yo no he hecho sino lo que está al alcance de todos: mantener el decoro nacional, no apartarnos del camino fácil de la honestidad, prestar el moderado servicio, que de mis aptitudes podía esperarse, no tomar sitio en la subasta de los hombres que a otros hombres se les venden y se les entregan incondicionalmente.

Eso y nada más. Fácil, sencillo, corriente. Ni sombra de virtudes de excepción sólo al alcance de los espíritus extraordinarios. ¿Un ejemplo?… ¿Por qué no? El que todos podemos dar, el que todos deberíamos darnos mutuamente. Un ejemplo de todos los días para todos los días. ¿No es así como se forma y se mantiene la virtud de un pueblo, antes que con producción esporádica de admirables casos, de tiempo en tiempo?

Más, aquél que por allá hiciere aquella pregunta inicial, podría hacerse ahora esta otra: ¿Pero no era un discurso político lo que este hombre venía a pronunciar? Hasta ahora no ha salido del terreno de la ética personal, que ya es un lugar común.

Realmente, una cosa es la moral y otra la política, que reclama, además de las personales virtudes inherentes a toda capacidad de asumir responsabilidades y de cumplir deberes y de una determinada ideología –hoy más que nunca-, ideas precisas y claras, estudio, aplicación desinteresada y constante a la meditación sobre las fórmulas que contengan el remedio de los males públicos y, por añadidura, cierta destreza para sortear las dificultades en el ejercicio práctico de esas fórmulas.

Pero si es cierto que moral y política son dos cosas distintas, llena está la historia de casos que lo demuestran; también lo es que en Venezuela un solo nombre ha tenido el grave mal, casi secular de nuestra vida pública: inmoralidad. Que no ha resistido sólo –y esto hay que reconocerlo también en voz alta- en los hombres que han pasado por nuestro escenario político, sino también en la colectividad entera que, por entreguista o indiferente o pervertida, ha hecho posibles –incluso cohonestándolos- los abusos de la cosa pública, los atropellos de las personas y la prostitución de los principios desde la altura del poder.

Que esto no habría ocurrido sin aquello, porque es pedir milagros aspirar a que sea gobernada con rectitud absoluta, con altura espiritual respetuosa de las leyes, respetuosa de los derechos ciudadanos, una aglomeración de hombres que hayan renunciado al fundamental derecho de hacerse respetar como tales hombres, aceptando que se les cotice a precios más o menos bajos, sin contar con las ventas gratuitas, y así se les lleve de aquí para allá a hacer lo que en el momento dado se les ordene. Que esto lo llaman disciplina, no siendo sino miseria humana.

Y ésta es la especialísima importancia que tiene el acto que aquí está realizándose. Venezuela despierta de su bochornoso letargo y se incorpora, como una colectividad consciente, respetuosa, pero dispuesta a hacerse respetar, en la hora exigente de sus responsabilidades cívicas.

Ya lo dije ayer y hoy lo repito, porque nunca será sobradamente enfatizada la trascendental importancia que tiene esta ocurrencia, de lírica ha sido calificada por ahí, de unos ciudadanos preocupados –por sí y en representación de muchos otros de toda Venezuela éstos que aquí me escuchan- que me hayan elegido a mí, un hombre entre los hombres, sin nada extraordinario que me distinga y me señale, para depositarlo de una confianza que no sea defraudada.»

En su discurso del 5 de abril de 1941 en Caracas, Rómulo Gallegos define el sentido de su candidatura como un «ensayo de civismo», propio al entrenamiento para la democracia.

«Yo mismo no soy sino un accidente. Lo que ha de adquirir carácter de sustancia, que no perezca ni se adultere, es la actitud de este pueblo que está oyéndome, porción ahora representativa de todo el pueblo venezolano…

Organizarla y disciplinarla en los cuadros de los partidos políticos que han de constituirse bajo el imperio de las leyes y en el campo de la democracia, donde todos cabemos ampliamente y cuya naturaleza no podemos adulterar, ni por cambios fundamentales ni por restricciones que la hagan irrisoria, sin llevar trastorno a la esencia misma de nuestra república.

Democracia que es política en función de humanidad: a la hora de pensar, todos iguales en la elección del ambiente ideológico que en cada espíritu pueda mejor moverse; a la hora de actuar, cada cual en el sitio que le señale su derecho y le imponga su deber.

Democracia que no puede ser campo cerrado sino para aquello que venga contra su naturaleza misma, por los modos de los regímenes totalitarios que han perturbado la paz del mundo y la nuestra amenazan. Que nunca será demasiado insistir sobre esto…

Yo no estaré nunca con los que creen que es necesario envenenar y encanallecer el lenguaje para combatir a los venezolanos que profesen la doctrina comunista o que por ella luchen, aunque la ley se los tenga vedado –allá ellos con sus responsabilidades-, porque tampoco vacilo en declarar que en muchos de ellos he conocido y estimado a hombres personalmente dignos de todo aprecio y a mí nunca me apasionará lo político hasta el extremo de oscurecerme el juicio acerca de las personas, así éstas se muevan en la extrema izquierda o en la extrema derecha, por donde tampoco ando políticamente, pero allí residen también afectos y estimaciones mías.

Y ésta no es sólo personal actitud mía ante unas ideas y unos modos de acción que no comparto ni acepto, sino que es también lo esencial y característico de este movimiento que aquí estamos propiciando, pura y estrictamente democrático y dentro del cual no caben participaciones que no estén dispuestas a luchar por la democracia y sólo por ello, de manera inequívoca.

Democracia de Venezuela y para Venezuela, la de hoy y la de mañana, por cuyos caminos de evolución constructiva lleguemos, pronto y en primer término, a la dignificación y culturización del pueblo.

Elevación de su nivel de vida, para que no continúen atormentándolo hambres con pan escaso y andrajos que no cubren desnudez; redención legal de su condición de oprimido y explotado, dondequiera que la iniquidad económica o la ignorancia envilecedora lo haya puesto bajo explotador opresivo; redención política de la condición de paria en que se empeñan en mantenerlo quienes teman por sus intereses bastardos o por sus privilegios injustos, en el día del despertar del pueblo a la clara noción de sus deberes y de sus derechos.

Esto y lo que con ello no está fundamentalmente reñido, legítimos intereses de todos los elementos que, con capital o trabajo, contribuyan a la producción de nuestra riqueza, urgida de remedios heroicos para que supere su estado de postración actual y por medio de ella, en pleno desarrollo, el país se conquiste y mantenga su independencia económica, material, fundamento incluso de su independencia espiritual como pueblo pensante, en la hora de sus determinaciones soberanas.

Pero como democracia no puede ser don providente de la magnanimidad de un hombre, que así no viviría sino precarias horas y para no dar menguados frutos, como no es ni puede ser una conquista que exige conducta para merecerla y esfuerzo para lograr desarrollarla, aquí estamos, en esta hora escolar –como alguien ha dicho- ajustando nuestra conducta pública o la norma del deber que nos incumbe y ejercitando nuestro esfuerzo para el pleno goce de nuestros derechos políticos en un día que ya no puede ser tan lejano.»

A partir del 11 de mayo de 1941, los días que siguen a la constitución de sus Estatutos y al nacimiento de Acción Democrática llevan el signo de la lucha del nuevo partido por sobrevivir.

Sus dirigentes extienden la solicitud de legalización ante el Gobernador del Distrito Federal; Programa y Estatutos de la agrupación emprenden entonces larga y casi épica peregrinación por todos los despachos ministeriales.

El 4 de junio, reciben un documento contentivo de las condiciones exigidas por el Gobierno para legalizar la organización, y anexa un cuestionario exigiendo pronunciamientos claros, precisos y categóricos en materias tales como: derecho de propiedad, libertad económica, lucha de clases, familia y Estado…

Las respuestas emitidas sin reticencias por Acción Democrática despejarán las «dudas oficiales» respecto al cariz ideológico del nuevo partido y permitirán finalmente que se expida la autorización de la Gobernación, con fecha 29 de julio de 1941.

El 13 de septiembre tenía lugar la primera asamblea pública del Partido del Pueblo, en el Nuevo Circo de Caracas.

La recopilación de documentos que venimos ofreciendo es una contribución a los estudiosos de la historia apasionante de nuestros partidos políticos, y a quienes desconocen el contenido –en ciertos casos inédito- de los documentos que ilustran la trayectoria de las ideas políticas en nuestro país.

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