Opinión Nacional

Rondando el cero absoluto

        La física tiene muy pocos límites. Uno de ellos es el Universo. Se supone que tuvo comienzo y tendrá fin pero no tiene límites. La temperatura es otro. Nosotros estamos preciosamente regulados cerca de los 37 grados centígrados, una escala en la que el agua hierve a cien grados y el hielo está a cero grados. Allá fuera, entre las galaxias, la temperatura es del orden de 2,7 grados Kelvin.  Otra escala para medir la temperatura, inventada por el físico inglés Lord Kelvin en el año 1848. El límite inferior de esta escala es el cero absoluto, que equivale a 273,15 grados centígrados debajo de la temperatura de congelación del hielo.

        A la temperatura del cero absoluto, los átomos que componen la materia no tienen energía para intercambiar y su movilidad está en un mínimo. Si nuestro universo llegase a alcanzar esa temperatura cesaría toda existencia. Sin embargo, cuando se está rondando esa temperatura, la materia muestra propiedades alucinantes. Por ejemplo, algunos materiales se vuelven superfluidos; otros se tornan superconductores. Este es un material que no ofrece resistencia al paso de la corriente eléctrica y que expulsa pequeños campos magnéticos constantes. Esta última propiedad ha sido aprovechada en la levitación de los trenes de alta velocidad.

        A diferencia de los cables conductores de nuestras casas que sí se calientan cuando energizan a un aparato, un alambre superconductor no genera calor cuando circula una corriente eléctrica a través de él. El calor generado por los alambres comunes, además de ser un desperdicio, limita su uso en la electrónica y en las redes de transmisión de electricidad. Si se piensa que hoy en día, un tercio de la energía eléctrica generada se pierde por calor, hay que imaginar el ahorro que traería el empleo de los superconductores.

        En América Latina, sólo dos laboratorios estudian los fenómenos moleculares en las cercanías del cero absoluto. Uno está en Brasil. El otro en el Centro de Física de nuestro Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC). Allí, Ismardo Bonalde, rutinariamente lleva a cabo experimentos sobre superconductividad a 0.018° K, esto es 273.13° C en su Laboratorio de Bajas Temperaturas. Toda una proeza de destreza y sapiencia.

        La hoja de vida de Ismardo Bonalde es un relato de las oportunidades que los gobiernos democráticos venezolanos de la segunda mitad del siglo XX brindaron a sus ciudadanos. Un recuento de las facilidades dadas para educarse, trabajar y superarse en libertad. Nacido en Ciudad Bolívar durante el gobierno de Raúl Leoni, Ismardo se educó en los liceos públicos dependientes de la Gobernación y del Ministerio de Educación. En el tercer año de bachillerato, su profesor de física, un chileno importado, supo encenderle la llama de la curiosidad por la investigación en física teórica en ausencia de unos laboratorios bien equipados para la experimentación en su colegio. Llegado el momento de entrar a la Universidad, no tuvo dudas en escoger a la de Oriente y su grupo de Física en Cumaná. Allí siguió por los derroteros de lo teórico, pero el deseo de ser un experimentalista no disminuía.

        Con su título de Físico en la mano, entró becado al IVIC, en donde su fibra de experimentalista venció la del teórico, llevando a cabo una tesis de Maestría en espectroscopia molecular. Graduado, pasó a integrar las filas del Intevep de Petróleos de Venezuela. Entonces, sin duda, un centro de investigación de calidad mundial. Allí pasó dos años descritos como incómodos en lo espiritual pero muy satisfactorios en lo profesional. En Los Teques, aflora en él una cierta rebeldía que conjugada con una persistencia, le permite, cumplir con el trabajo rutinario de una entidad dedicada a dar servicio en un solo tema ­el petróleo­ y satisfacer las incontenibles ganas de develar algún secreto de la naturaleza mediante el trabajo creativo sin cortapisas. Es tanta su pasión por investigar que gestiona una beca de aquel venerable Conicit de nosotros y es enviado a la Universidad de Harvard, en donde obtiene un doctorado. Completa su ciclo de formación con un postdoctorado en Urbana Chaplain y, con el inicio del siglo, regresa al IVIC.

        En el IVIC echa a andar el viejo Laboratorio de Bajas Temperaturas que había quedado abandonado con la partida de Miguel Octavio y la muerte de Romer Nava. Con una dotación de equipos fuera de serie con 20 años de vejez encima, Ismardo logra en dos años ponerlos operativos después de reconstruirlos. El objetivo de los estudios que emprende es contribuir con el desarrollo de materiales superconductores a temperatura ambiente. Algo que está llamado a revolucionar el universo tecnológico, en particular en cuanto a computadoras, celulares, televisores, equipos médicos y transmisión de energía eléctrica, se refiere.

        El recuento anterior es un homenaje a las oportunidades que nuestra democracia le dio a los jóvenes de la provincia. Años ahora despreciados y desfigurados por quienes nos gobiernan. Ciertamente, un joven de hoy en día no puede soñar con Harvard o Cambridge o Lomonosov, a pesar de la bonanza de petrodólares y las consignas socialistas. Ismardo es un hombre que salió de abajo y está alcanzando los pináculos de su carrera. Nadie en sus 40 años de gestión profesional le preguntó su credo, ideología, raíces de su familia o le miró el color de su piel.

        Pero no por ello, Ismardo está conforme con su devenir y adonde ha llegado. Todo lo contrario, sigue albergando la misma inconformidad que en su juventud lo llevó desde Ciudad Bolívar a Boston. Y es que Ismardo es uno de los científicos que han alzado la voz reclamando el trato que le está dando el gobierno a la ciencia y a los investigadores. Ismardo ya hizo historia cuando, por la vía administrativa judicial, reclamó el que la dirección del IVIC no le permitiera solicitar su paso a la máxima categoría académica de la institución. A la postre se trata de un asunto de igualdad y transparencia. Ismardo resiente que a sus compatriotas no se les estén dando las mismas oportunidades que él tuvo, que la envidia pase factura sobre el éxito y que la disidencia sea causa de sanciones.

        En su última cruzada, Ismardo reclama respeto por el PPI y acude a argumentos de mucho peso. Nadie más autorizado para ello que él quien ha tenido la vivencia de transitar los pasillos de una universidad de provincia pensando un experimento, encender un poderosísimo aparato en el Intevep o investigar los secretos del cero absoluto al cobijo de nuestro reactor nuclear. Ante el atropello a los investigadores miembros del PPI, Ismardo reclama el derecho a medirse con sus pares. En sus palabras y en términos del baseball, él no acepta que «lo obliguen a batearle a un Félix Hernández». Una bizarra analogía, contraria a las que diariamente nos quieren imponer mediante las nivelaciones hacia abajo.

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