Opinión Nacional

¿Rosaleo o Rausseales?

Según Karl Popper, existe un mundo III que se encuentra más allá de lo inimaginable.

Es un mundo III que, no religioso ni comprendido por nuestra racionalidad, nos puede ayudar a librarnos de nuestras más cerradas interpretaciones de realidad.

El mundo siempre ha sido más complicado que las más sofisticadas explicaciones del mismo. Siempre nos hemos sorprendido, y nos sorprenderemos, de cualquier nueva forma de interpretación de realidad que escape al cerco de las formalidades académicas (o que escape a los prejuicios establecidos del momento).

La espontaneidad del acto creativo, sobre todo cuando impera la necesidad de interpretar nuestro entorno de una nueva manera (como hasta ahora sucede en Venezuela), no obedece a disciplinas enmarcadas en el campo de la lógica ni en el campo del empirismo manifiesto, sino más bien quedan inscritas en el campo de la fantasía, de lo inesperado.

Es simplemente un mundo III que sólo puede ser entendido en el mismo momento en que logramos desentendernos de lo establecido (como cuando nos dejamos despojar de lo anteriormente aprendido para poder volver a interpretar).

Incómodo para muchos ha sido ya varias veces nuestro amigo de batalla Alberto Franceschi, al querer volcar luz sobre nuestras limitaciones interpretativas de realidad (quiero decir realidad política y social).

Lo establecido, que siempre pertenece al mundo I y II de Popper (1. el mundo de la materia y la energía y 2. el mundo de las experiencias conscientes), ve horrorizado, al contrario que Franceschi, la chabacanería “no correcta” de un eufemismo de lenguaje figurado que de paso escapa al rigor de las morales establecidas: “De Musipán a Miraflores a paso de jodedores” (Qué horror, qué vulgaridad…).

La tenaz insistencia de Franceschi en contrarrestar la severidad “ilustrada” (léase en este caso “la praxis de una única retórica política válida” que pretende explicar nuestra realidad actual), nos brinda la oportunidad de romper en profundidad con rigores atávicos (preconceptos de realidad) que merman nuestra capacidad de evolución.

De esta manera (utilizando un ejemplo palpable), pasa Franceschi a ser más bien un visionario que apuesta su indiscutible prestigio en aras de coadyuvar a que nos desnudemos del pasado e inventemos una “nueva manera de interpretar nuestras circunstancias”; sean éstas cuales sean.

La elucidación de un mundo III, con toda seguridad, cuando aparezca nacida de la desnudez necesaria que la haga posible (como esta empezando a suceder), divergirá no sólo diametralmente opuesta a las medio-verdades que la anteceden, sino que ofrecerá una nueva ventana que muestre relaciones antes inesperadas, “no imaginadas por nadie”; como bien apuntó Jorge Luís Borges en algunos de sus escritos.

Ludwig Wittgenstein, en su Tractatus lógico-philosophicus, quizás le alisó el camino a Popper al indicar en su acérrimo final que “What we cannot speak about we must pass over in silence” (me atrevo a traducir: De lo que no podamos hablar, dejémoslo pasar en silencio).

Se abren desde ese momento, contemporáneamente a Popper, las puertas de un mundo III. Un mundo que exige una nueva y absolutamente necesaria interrogación que nos permita interpretar una nueva y no supuesta realidad: ¿Qué es lo que hemos entendido que debemos de dejar pasar en silencio? o ¿Qué es lo desentendido que logra romper nuestro silencio?

Preguntas éstas que nos motorizan la conciencia a causa de las verdaderas posibilidades que nos ofrecen; entre otras, las de no terminar de perder la esperanza que nos permita trascender todos los atavismos que, perniciosamente estancados en el inconsciente individual y colectivo, cementan una gastada manera de enfocar la realidad.

Sin querer abogar por un candidato en especial, sino más bien por tratar de despertar una nueva actitud en relación a nuestro entorno, como estoy seguro es el caso de Franceschi, me permito terminar de ilustrar mi reflexión con las palabras de un hombre que también sufrió la furia del statu quo:

Eppur si muove, dijo Galileo Galilei ante el oprobio que le inflingió el orden establecido de su época.

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