Opinión Nacional

Rosales y la convicción de ganar

La candidatura unitaria de Manuel Rosales ha colocado en el ambiente un relevante punto de quiebre contra el pesimismo y la desesperanza. En la misma proporción en la tienda opuesta, el sector despótico oficialista arruga prematuramente con la sola idea de pensar que pueden ser desplazados en las urnas por la reacción en masa de las mayorías insatisfechas, la que estaba con ellos, la que no, y la que se ha mostrado miedosa, con indecisa pacatería o indiferencia. Hay razones de sobra para los factores democráticos en este inicio asombroso de la campaña del gobernador zuliano, en expresar fervor y expandir su entusiasmo. Las preocupaciones del gobierno se harán sentir en soltar lo que saben hacer en exceso: utilizar su inescrupuloso ventajismo para manipular a su beneficio el aparato del gobierno y del estado. Eso hay que darlo por descontado; pero en esa misma medida, el sector democrático ante los infinitos obstáculos que se encontrará tanto o más que en víspera del «Revocatorio» y que ya ha comenzado iniciado de entrada con los cazahuellas, hay que saldarlos de la única manera que los aculillará, que no es otra que oponiéndole la candidatura de Rosales en cuanto a que esta pueda ir creciendo exponencialmente y se haga indetenible hasta lograr posicionarse como un sentimiento del país, que tome forma arrolladora en el aliento y sentir de la mayorías. Un poco lo que pasó con Chávez en 1998.

Esto es perfectamente posible, considerando el desgaste de las infinitas promesas incumplidas y el abominable desempeño de un régimen de incapaces y talibanes que ha llegado al punto de extrema incompetencia como para que pueda renovarse. Desde luego, que nada garantiza para que Rosales recoja el descomunal descontento que hay en todas partes. Pero no se puede negar tampoco, que los factores para desbalancear la ecuación a favor de arrancar del poder a los «bolivarianos» con los votos, para que asuman forma y se concreten, es esencial trasmitir la convicción a todo el mundo de que Chávez y su ruinoso gobierno van a ser derrotados.

Esta premisa es en rigor riesgosa, en el entendido que una derrota de la fuerzas democráticas convencidas de que iban a vencer puede conducir de nuevo a situaciones de dolorosa frustración que disperse la contundencia y cohesión que se derivaría con la participación electoral y finalmente terminen de disolver la resistencia y el liderazgo que es lo menos que debe esperarse generaría la cita del 3 de diciembre para enfrentar post electoralmente al régimen. No obstante, deben correrse esos peligros. ¿Cómo entonces estimular la concurrencia a sufragar si se va a perder de todas maneras? La sensación de que se está cerca de la victoria servirá a su vez para descongelar las reticencias abstencionistas aumentando los porcentajes para ganar.

Necesario es tomar en cuenta, contrariamente a lo que se piensa- a nadie debía sorprender-, que el volumen de aceptación y crecimiento de la candidatura opositora lejos de presionar y lograr con su fuerza exigencias para que se cumplan mejores condiciones para la contienda, tendrán el efecto inverso, es decir, los obstáculos se harán mucho más agudos.

Si de las circunstancias de la lucha electoral se percibiera una inclinación a la victoria a la alianza democrática, de esta participar, aún sin que se hubieran retirado las captahuellas y se omitiera el conteo del 100% de las papeletas, un triunfo estrecho de Chávez, que por escaso margen, opinamos, es que podría imponerse, harían paradójicamente de esas dificultades- por no tardar en producirse un estallido de protestas-, la más cotizada e inesperada apuesta a la libertad.

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