Opinión Nacional

Sabor a duda

Las elecciones del pasado domingo dejaron un sabor de duda. Un proceso que, como ya se ha dicho, marca a un país en dos mitades, dos realidades que necesitan realmente contabilizarse. El Consejo Nacional Electoral venezolano es el garante institucional y constitucional de ese conteo y, a decir de ellos mismos, el presidente por la mayoría –no abrumadora, no desafiantemente distante– de votos le corresponde regir los destinos del país, de todo el país, el suyo y el que cree en Capriles.

Para evitarse enredos, salió la presidente a proclamar al candidato del partido de gobierno, el candidato presidente interino-encargado Nicolás Maduro. Así, ya resuelto el problema, le tocó a la oposición y a Capriles, apechugar su derrota y pedir con las cacerolas vacías, con el ánimo muy templado, que se cuenten los votos, uno por uno, caja por caja; revisar las actas de votación, las hojas en las que se firmó la asistencia y voto de cada ciudadano y así, poder legitimar o no al presidente investido el 19 de abril.

Y vienen los tecnicismos chavistas, los enredos, los “gallo tapao” que tanto les gustan. No van a contar, van a auditar a su manera. Eso de ir papelito por papelito no es lo que se va a hacer. Se revisarán las actas, se verá que tienen sus sellos y firmas, que todo tiene el “debido proceso” y en “santas paces señores de la oligarquía”. ¿Qué vaina es esa? Si la mitad de Venezuela pide que se auditen los votos, que se cuenten, que se revise todo el proceso del pasado 14 de abril, que se audite como debe ser o ¿es que tienen miedo de que se note ante el mundo que escondieron, quemaron o desaparecieron cajas con voluntades ciudadanas? ¿será que inventaron de la nada unos votos?

No se trata de un grupo de país. Se trata, de acuerdo a los resultados del propio CNE de la mitad de los electores, la mitad del país que no es poco. No se trata de cumplir con las formas “democráticas” sino de actuar democráticamente, apegado al sentido común y no al manoseo de una constitución que de tanto blandirla pareciera que tiene más respuestas que el libro gordo de Petete.

Si alguna cosa ha dejado este proceso electoral post mortem es que se ha visto que no es Maduro el líder indiscutible de la revolución y que los propios revolucionarios se cuestionan el triunfo, la pérdida de parte del electorado, la maravillosa migración de votos hacia Capriles y la Sra. Bolívar (quien se duplicó). Temas estos que dejan sin sueño a los rojo-rojitos y que los ponen al lado del presidente a revisar estrategias, acciones comunicativas de esas bien cursis que dice y deja colar, el permanente recuerdo de Chávez como si a través de pronunciar su nombre se convirtiera su discurso en legítimo.

Los tiempos son duros para el chavismo. Muy duros. No tienen a un hombre fuerte sino a un hombre al que le queda grande el traje, la banda, el cargo y el país. No tienen a un líder sino a un acólito emergente designado en una mesa, en cadena nacional. Saben que tienen muchas debilidades porque la clase política a la que pertenecen se ha vuelto conservadora, llena de miedos por la multiplicación de los rabos de paja, porque saben que tienen mucho que perder, mientras el pueblo se pinta bigotes creyendo en que el hijo amado de Chávez será como él.

¡Al circo de Chávez le falta el dueño, se le murieron los animales y se le rompió la carpa! Bastará con ver con detalle los índices económicos, revisar el conteo de fallecidos cada fin de semana, contemplar con cuidado los anaqueles de los mercados para que lo maduro de la revolución se pudra.

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