Opinión Nacional

San Guiben en Carora

Para Minuto Yépez

A nadie le extrañó ver como el cují de la calle Bolívar se achicharraba, mientras el señor Domiciano, empiyamado y empantuflado, cantaba victorioso un corrido muy mentado que decía: “La noche que la mataron, Rosita estaba de suerte: de tres tiros que le dieron, nomás uno era de muerte”. Cantaba y bailaba una especie de jarabe tapatío y joropo caroreño, como si fuera un charro larense, pero en vez de tener por pareja a una china poblana o tocuyana, Domiciano danzaba con su lanzallamas casero recién estrenado. Tal cual, él mismo, con la ayuda de un compadre, había construido un lanzallamas que ni Rambo I ni II. “Made in Carora” ¡y a mucha honra, caraj!

“¡Ouh, stei Domicianou y sus cousas!” había comentado Misis Millicent que, aparte de ser gringa y hablar really enreidadou, llevaba cuarenta y nueve años casada con él y ya nada le extrañaba.

El cují ardía y la gente sin el menor pasmo, así como viendo llover en Macondo. Es que ya estaban acostumbrados a las ocurrencias de Domiciano y a su amor por la pirotecnia y la piromanía. ¡Cómo olvidar el día en que él se jubiló y quemó sus trajes y sus corbatas frente al Club Torres, e hizo el juramento de “La Pijama Perpetua”!

Desde que Domiciano leyó en el periódico que en seis años han sido “intervenidas” cinco mil fincas, y oyó a uno ahí hablar de la nueva plutocracia terrofágica, rugió: “¡Lo que es a mí no me cogen ni una ñinguita así de mi tierra!”. Tampoco es que tenía mucha, pero sí la suficiente como para criar un centenar de cabras (perfectamente identificadas: “Motolita”, “Dominó”, “Saltaperico”, “Talcarí” y, así, noventa y seis más).

Como Domiciano es los que antes llamaban “curioso” y, ahora: habilidoso y lleno de ingenio, y se ha pasado la vida leyendo sobre los romanos y sus estrategias bélicas, no le costó mucho trabajo diseñar su propio lanzallamas. Que si un tubo, un motorcito de motocicleta, unas piezas sueltas de una cocina arrumada en el cuarto de los peroles, un tanquecito de gasolina y un dispositivo para la eyección de la llamarada. El único peligro es que no es conveniente fumarse un cigarrito junto al aparato. Tras la exitosísima demostración que dejó al cují llorando de dolor y vuelto cenizas, Domiciano proclamó: “¡A mí ni me invaden, ni me roban ni una chivita, caraj!”.

Misis Millicent sabía que a su marido se le había olvidado que hoy es Thanksgiving . Mucho lanzallamas, mucha alharaca, y Domiciano no le había traído el pavo. Y ella, esposa y madre de venezolanos, que siempre ha honrado la tradición iniciada en 1621 por los Pilgrims de la colonia de Plymouth, en Nueva Inglaterra, de donde es oriunda. Día de Acción de Gracias tras haber superado una tragedia o un periodo de infortunios. El Gobernador William Bradford proclamando el primer festejo americano (entre ingleses y el indio Massasoit y su tribu, los Wampanoag) para agradecer las bendiciones del Señor. Pero a Domiciano ya antes se le había olvidado el pavo. Una vez trajo un ganso que resultó un horror. Así que Misis Millicent compró unos pollos, los rellenó con puré de batata (¿por qué quién tiene para estar comprando castañas en estos tiempos?); hizo una torta de auyama; hirvió unos jojotos y puso la mesa para celebrar que, pese a todo, ella, su marido, la familia y las cabritas siguen estando allí. Gracias a Dios.

Publicado en TalCual.

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