Opinión Nacional

¡Se acabó la guachafita!

“Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo.

Puedes engañar a algunos todo el tiempo.

Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo.”

Abraham Lincoln

Muy tarde en la noche del 14 de abril de 2013, demasiado tarde para el mejor sistema electoral y de cómputos de votos del mundo, como se ufanaban todos los rectores del CNE hasta ese día, la inefable Tibisay Lucena, sin portar su banda tricolor de los chavistas, salió ante los medios, nacionales y extranjeros, haciendo de tripas corazón a pretender engañar, una vez más, a todos con un falso triunfo de Nicolás Maduro, el ungido de Fidel y Raúl. Como no encontraba los números preparados desde mucho antes para sus máquinas de lotería, se resignó a una risible diferencia de 1% a favor del falso Presidente, encargado por otro poder cómplice del castrismo, el TSJ. A las violaciones legales y constitucionales del otrora alto tribunal, el CNE pretendió meter con grasa de chicharrón una legitimidad que el soberano pueblo no había concedido al candidato del castro-comunismo. No resultó, no resultó porque esta vez la misma campaña, a pesar de su calculado poco tiempo, permitió al pueblo expresar, otra vez y con mayor fuerza, su hartazgo con un régimen corrupto y traidor que en 14 años ha entregado nuestra dignidad y nuestra historia a la peor tiranía que sobrevive en nuestro continente: La dictadura comunista de los hermanos Castro en la hermosa y sufrida Cuba. Y no resultó porque en esta nueva oportunidad Henrique Capriles cumplió el compromiso asumido en Cumaná, días antes de la votación, de no reconocer sino la voluntad popular.

Esta reacción de Capriles contra el nuevo fraude del CNE marcó varios hitos en la historia reciente de Venezuela desde que los venezolanos, civiles y militares, decidimos un 23 de enero de 1958 resolver nuestro destino por el voto y dentro del respeto al Estado de Derecho.

Por primera vez, un candidato con fuerza de pueblo de verdad desconoció el resultado oficial que favoreció al del oficialismo. Desde 1959 ningún candidato la había hecho y eso pesa en todos. También por primera vez la fuerza de la oposición rechazó a la autoridad electoral. Eso significa que dejó de considerarse una minoría en crecimiento y tuvo que reconocer que era mayoría, y mayoría de verdad, que no necesitaba resignarse con su minoridad porque no lo era. Y todo esto ha tenido una consecuencia irreversible: se cayeron todas las máscaras; la máscara de que vivimos una democracia; la máscara de tener un sistema electoral transparente, libre y justo; la máscara de que denunciar la falta de condiciones justas en las elecciones provocaba abstención; la máscara de quienes han vivido a costa de encabezar una “oposición oficialista” dedicada a avalar el sistema electoral electrónico, montado desde 2004 para burlar la voluntad del pueblo votante y seguir llevándolo al matadero elección tras elección, para después seguir convenciéndolo de que había que construir una mayoría. La máscara de los que defendían al CNE como un organismo confiable, los que le dieron cartas aval no hace mucho, cuando esa oficina pública no está para organizar elecciones, limpias, libres y transparentes sino trampas, las trampas más temibles para enterrar a la libertad de los venezolanos. Y todo esto, paradójicamente, es la buena noticia. La noticia de que de ahora en adelante, cualquiera que sea la solución que podamos dar a lo que vivimos, nos obliga a jugar en serio, a jugar con valentía y coraje por nuestra libertad y nuestra dignidad.

A esta altura de los sucesos no sabemos cuál será el final de la afortunada crisis que se ha desatado; no sabemos cuánto más va a durar esta tragedia, pero lo que sí podemos asegurar es que la libertad está cerca. Que gracias a los que desde el mismo 15 de abril se lanzaron a las calles a exigir su derecho de vivir en democracia, y que no han regresado a sus casas ni se han desmovilizado; los jóvenes, como siempre, que se inmolaron en esta protesta frente a fuerzas de represión, que no han sido dirigidas por oficiales venezolanos sino por cubanos castristas para nueva vergüenza de sus mandos legales, han logrado mantener la lucha y la resistencia contra la farsa. Que este pueblo caribeño y altanero no va a someterse a los tanques cubanos como tuvieron que hacerlo los húngaros en 1956 o los checoslovacos en 1968 ante los tanques rusos; que hará como los obreros polacos que desde sus fábricas tumbaron el muro de Berlín.

Los venezolanos no volverán a confiar en unas autoridades electorales dedicadas a hacer trampas a los votantes; no volverán a confiar en un REP relleno de falsos electores; y, no volverán a creer en unas máquinas que ya dijeron mentiras.

Se acabó la farsa, la montada de lado y lado, se acabó la guachafita (“Guachafita: Falta de seriedad, orden o eficiencia.” DRAE, vocablo coloquial de origen venezolano.)

Y si los llamados líderes se retiran de la lucha, si se entregan con la excusa de la paz, que sepan que ya la rebelión prendió la sabana y que si no corren pa’lante se quemarán; que no se aceptarán “entendimientos” a espalda del pueblo. Que las concesiones son traición. Que no se aceptará otra cosa que la verdad y la liberación. Si no se cumple con el compromiso asumido con los reprimidos por los esbirros cubanos por protestar contra el fraude intentado, si no se les acompaña, la frustración de un pueblo cansado de la dominación cubana peleará, aun contra sus dirigentes, por una nueva independencia. Aquí no hay espacio para la maniobra artera y fraguada desde detrás de las cortinas del lupanar de los prostituidos intereses politiqueros o bancarios. Si se traiciona, la lucha que viene es de verdad, gracias a Dios ¡Ojo con una traición!

 

 

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