Opinión Nacional

Se me olvidó que te olvidé

El olvido ha sido la primera de las condiciones de la supervivencia política nacional. Los peores latrocinios, violaciones y abusos cometidos por quienes nos gobernaban fueron olvidados sin dejar rescoldo de experiencia o madurez en quienes los padecieron. Se esfumaron casi sin dejar huella y si mantuvieron algún recuerdo, fue más como causa de risas del anecdotario nacional que como bochorno para nuestra propia vergüenza. En el colmo del olvido, hasta regresan al presente como ejemplo moral y brújula política.

Ello nos ha llevado a la más ominosa de las condenas: olvidar nuestro propio pasado y dejar escapar entre los dedos la riqueza de la experiencia. Pocos pueblos deben haber tropezado tantas veces con la misma piedra como el nuestro. Los ejemplos sobran: un repugnante dictador se ve reivindicado sin que al vindicador se le caiga la cara de vergüenza, sea un comunicador social exitoso, un político con ínfulas revolucionarias o un simple ciudadano de a pie. Presidentes de comprobada inescrupulosidad o ineficiencia vuelven a la tribuna pública y son reelectos, puede que hasta con asombrosas y aplastantes mayorías. Malandros bancarios hacen escarnio de pasados crímenes financieros, repitiéndolos a vista y paciencia del poder que los cobija. Y esa fauna de poderosos, habitualmente repudiados por el buen sentido común bajo el mote de pesados, se escabullen del merecido juicio condenatorio ante las propias barbas de la honestidad con el uso de rocambolescas triquiñuelas.

Hace apenas un suspiro sufrimos los venezolanos el peor y más cruento castigo de la naturaleza. Decenas de miles de muertos, centenas de miles de damnificados, millardos y millardos en pérdidas materiales no han sido suficientes como para calar hondo en nuestra conciencia y en nuestros sentimientos y llevarnos a asumir las consecuencias políticas y culturales de tan colosal desastre. Vargas ya pasó al anecdotario nacional y servirá de tema de conversación en momentos de recogimiento social, a la vera de una parrilla. Las responsabilidades públicas por el igualmente desastroso tratamiento de la catástrofe se esfumaron y hoy nadie pide cuentas de lo hecho por las autoridades para compensar los daños y sacar provecho del extravío.

Seguramente bajo el conocimiento de tan grave defecto nacional, el presidente de la república reaparece en campaña a tres días del más costoso e insólito fracaso de unas elecciones realizadas bajo su personal responsabilidad, como si nadie hubiera sucedido. Él, que teledirigió nombramientos, lapsos y condiciones de lo que con toda razón ha sido dado en llamar la mega plasta, se lava las manos con un desenfado y una desfachatez digna de la mejor tradición del olvido nacional. Supera con creces el caradurismo de quienes volvieron a aspirar a la reelección después de haber dejado el terreno sembrado de cadáveres.

Él hace como si nada hubiera pasado. En el mejor de los casos: como si el multimillonario desastre no tuviera nada que ver con él o con su movimiento político. La babeante cabeza de turco de los pobres infelices que sirvieron de hombres de paja del fracaso electoral marionetas del Congresillo, de Don Luis y del mismo presidente – es servida en bandeja de plata a la vindicta pública. Puede asomarse entonces a la televisión parafraseando la famosa ranchera de Lolita de la Colina: se me olvidó que me olvidé. Y aún más: por conveniencias político-electorales emprende la reconquista de la perdida clase media negando haber dicho o hecho todo lo que ha dicho y hecho, acarreándole al país y esa clase media los peores daños causados por presidencia alguna en tan poco tiempo.

Una feroz maniobra de encubrimiento político ha comenzado. Amparados en el más trágico de los defectos de nuestro país el poder del olvido (%=Link(«/bitblioteca/hchavez/»,»Hugo Chávez»)%) y Luis Miquilena inician la malversación de la historia recién pasada. Uno para verse reelecto en la presidencia; el otro, para negar su responsabilidad en los delitos que se le imputan. Ambos, para seguir torciendo el curso de la historia. Contra el poder del olvido, sólo es posible el poder del recuerdo. La amnesia ha sido la causa de los más trágicos desatinos de la historia. Reivindiquemos la memoria.

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