Opinión Nacional

Sí hay salida

I

En un editorial de Venezuela Analítica que tiene por título (%=Link(3249378,»¿No hay Salida? «)%)
(Lunes, 6 de enero de 2003), leemos la siguiente afirmación: “Estamos en una situación típica de lo que en teoría de juego se denomina suma cero. Como se sabe, eso implica que haya necesariamente vencedores y vencidos y por lo tanto la solución al conflicto pasaría por la eliminación o destrucción total del adversario.”
Aunque en el editorial no se detalla la matriz de retribuciones que permita concluir que “la solución al conflicto pasaría por la…destrucción total del adversario”, pienso que la solución prevista no es la única. Para ello partamos de la misma condición evidenciada en el editorial: “…esta situación en la que no se vislumbren fórmulas de arreglo entre las partes en conflicto es un total despropósito.” La fórmula de arreglo a la que se hace referencia “es proceder a celebrar unas elecciones generales anticipadas.”
Pues, bien, el juego que a continuación se estructura es una interpretación que de mi parte presumo no interesada del conflicto político presente. Tal estructuración se fundamenta en el racionalismo Hobbesiano según el cual los hombres en general están motivados por intereses egoístas despiadados. En la literatura especializada a este tipo de juego se le denomina del estado primitivo (véase John Watkins. Racionalidad imperfecta, en La explicación en las ciencias de la conducta. Madrid: Alianza, 1974, pp. 79-141. R. Borger y F. Cioffi selecc.)
El gobierno y la coordinadora democrática son dos jugadores que poseen un arma política efectiva: ambos tienen capacidad de movilización de masas que están dispuestas a agredirse. Como están dispuestos a hacer uso de tales recursos, convocan a sus partidarios a manifestaciones de calle para el mismo día. Ante una eventual coincidencia de los manifestantes en las inmediaciones del poder ejecutivo, convienen en firmar un pacto de no-agresión. Pero tal convenimiento puede incumplirse. La razón es que ambos jugadores pueden suponer que: i) si uno de ellos decide no enfrentarse el otro se impondrá victorioso, y ii) si deciden enfrentarse alguno de los dos saldrá totalmente derrotado, o a lo sumo parcialmente derrotado. De estas dos suposiciones, a la que los jugadores le dan menor preferencia es a esta última, toda vez que refleja el temor de salir derrotado. De modo tal que la utilidad de salir victorioso (u(V)) es mayor que la utilidad de salir derrotado (u(D)). Entre estas dos utilidades extremas podemos incluir la utilidad de cumplir el pacto de no-agresión (u(P)) y la utilidad de enfrentarse (u(E)). De estas dos, la utilidad de cumplir el pacto es mayor a la utilidad de no cumplirlo. En consecuencia:

u(V) > u(P) > u(E) > u(D)

De acuerdo a esta escala de preferencias u(E) está más próximo a u(D) que a u(V), y u(P) está más próximo a u(V) que a u(D). En efecto, el enfrentamiento entre los jugadores implica como mínimo 1/2 de probabilidad de derrota y como máximo 1/2 de probabilidad de victoria, mientras que el no-enfrentamiento implica como mínimo 1/2 de probabilidad de victoria y como máximo 1/2 de probabilidad de derrota. Si a tales utilidades le damos una valoración numérica equivalente a una distribución de preferencias de rango (+1, –1), tenemos entonces que las utilidades extremas u(V) y u(D) tendrán los siguientes valores: +1 para el primero y –1 para el segundo (se entiende que la utilidad de salir victorioso es positiva y que su opuesto es la utilidad de salir derrotado). Las utilidades intermedias u(P) y u(E) tendrán los valores respectivos de + 0.5 y – 0.5 (similarmente, se entiende que la utilidad de cumplir el pacto de no-agresión es positivo y que su opuesto es la utilidad de enfrentarse). A partir de aquí podemos representar la solución del juego a través de una matriz de retribuciones, para cuya estructuración se supuso que el valor de las utilidades se distribuye de un modo uniforme entre los jugadores.

Pues, bien, sean las estrategias del gobierno: G1 = no enfrentarse y G2 = enfrentarse. Y de manera similar, sean las estrategias de la coordinadora democrática: CD1 = no enfrentarse y CD2 = enfrentarse.

(%=Image(5100751,»C»)%)

Las jugadas realizadas, producto de la intersección de las distintas combinaciones estratégicas, son soluciones únicas con retribuciones positivas y negativas para ambos jugadores. Así tenemos que las combinaciones CD1:G2 y CD2:G1 muestran retribuciones negativas para la coordinadora democrática (positivas para el gobierno) ante la decisión de no enfrentarse, y retribuciones positivas para la coordinadora democrática (negativas para el gobierno) ante la decisión de enfrentarse, lo cual da cuenta de soluciones únicas de suma cero, que como veremos enseguida, no agota el razonamiento estratégico de ambos jugadores.

Como puede verse, CD1:G1 muestra retribuciones positivas que obtienen la coordinadora democrática y el gobierno, lo cual da cuenta de una solución única óptima. Pero en el caso de la combinación CD2:G2, ambos jugadores obtienen retribuciones negativas, lo que por el contrario da cuenta de una solución única no óptima. Ambas soluciones son de suma distinta de cero. Tenemos aquí dos soluciones opuestas a la que es posible llegar. Partamos del razonamiento estratégico de suma cero:
i) el gobierno al sentirse tanto o más amenazado que la coordinadora democrática sabe que su estrategia dominante es G2.

ii) pero hace un alto en su razonamiento y piensa que si la coordinadora democrática elige CD2 obtendrá – 0.5. Entonces piensa que es preferible elegir G1, esperanzado en que la coordinadora democrática razone de manera similar y elija CD1, para así obtener + 0.5.

iii) pero nuevamente hace un alto en su razonamiento y piensa que si la coordinadora democrática prefiere CD2 obtendrá – 1. Entonces piensa que es preferible elegir G2, y si la coordinadora democrática efectivamente elige CD1, podrá obtener + 1.

iv) pero nuevamente hace un alto en su razonamiento y piensa que si la coordinadora democrática razona de manera similar, entonces obtendrá – 0.5. Y así pensará el gobierno repetidas veces hasta que tome una decisión, la cual dependerá del punto en que hace un alto en su razonamiento.

Tal tipo de razonamiento nos permite concluir que la solución CD1:G1 es desplazada por la CD2:G2, que como ya sabemos es una solución de retribuciones negativas para ambos jugadores.

II

En la sección anterior concluimos que una solución de retribuciones negativas es una solución no óptima. En sentido práctico es una solución que coloca a los jugadores en una situación no deseada de enfrentamiento. ¿Podrán los jugadores salir de una situación política indeseada como la presente? Pienso que efectivamente pueden hacerlo. La solución CD1:G1 es una respuesta posible al conflicto. En efecto, so pena de no sostenerla con firmeza, los jugadores pueden pensar que es la solución óptima (punto ii). Por tanto, la cuestión a considerar es la sostenibilidad de tal solución. Partamos de una variante del juego y supongamos que los jugadores deciden negociarla en una mesa de acuerdos.

La estrategia del gobierno y de la coordinadora democrática son ahora diferentes. Entre la máxima utilidad de salir victorioso y la mínima utilidad de salir derrotado, ambos jugadores tienen como nueva elección negociar o retirarse. La utilidad de negociar esta más próxima a u(V) y la de retirarse está más próxima a u(D). Producto de las combinaciones estratégicas se obtienen los siguientes resultados: negociar-negociar, negociar-retirarse, retirarse-negociar y retirarse-retirarse. Las combinaciones extremas son soluciones de retribuciones positivas y negativas, mientras que las intermedias son soluciones de suma cero. Como negociar es la estrategia dominante (razonamiento estratégico de suma distinta de cero), el gobierno hace un alto en su razonamiento y piensa que si la coordinadora democrática se mantiene firme en su estrategia de negociar, él también lo hará. Por su parte la coordinadora democrática hace un alto en su razonamiento y piensa otro tanto. En la práctica este tipo de razonamiento implica una conducta de aprovechamiento mutuo. Tanto el gobierno como la coordinadora democrática eligen negociar porque obtienen retribuciones positivas. De lo contrario, si alguno de ellos decide retirarse, el otro de seguro lo seguirá porque prefiere obtener – 0.5 en lugar de – 1, obteniendo ambos jugadores retribuciones negativas. A este tipo de jugadas los expertos en teoría de juegos la denominan de colusión tácita (véase Howard Raiffa. El arte y la ciencia de la negociación. México: FCE, 1991, p. 126).

El resultado final de este tipo de jugadas tiene como solución única negociar-negociar o retirarse-retirarse. Pero como hemos visto negociar-negociar se mantiene como solución preferente.

III

La conclusión anterior niega la opinión según la cual “…la Mesa (de acuerdos) ha sobrevivido tanto al paro como a la reticencia del gobierno a negociar.” (¿Sin salida?. Tal cual, viernes 24 de enero de 2003). De suyo, la mesa de acuerdos es la manifestación de una voluntad política contrapuesta, cual es: la disposición que tienen los jugadores por acordar una solución negociada al conflicto. Más, aún, la mesa dispone de un mediador internacional (el secretario general de la OEA), cuya labor es facilitar los acuerdos. Soy de los que pienso que esta modalidad de negociación potencia las posibilidades de la mesa. En efecto, la mediación suele entenderse como una fase de negociación que, de no lograrse un acuerdo entre las partes en conflicto, abre paso al arbitraje. A diferencia de la mediación, en el arbitraje se dictamina la solución única al conflicto, que por mandato expreso del derecho (nacional o internacional según el caso), es de obligatorio cumplimiento para las partes. Si en un hipotético caso alguna de las partes desacata el dictamen del arbitraje, se colocaría al margen del derecho, con lo cual perdería el reconocimiento político de su actuación. Quiere significarse con esto que cuando las partes en conflicto no se avienen políticamente, por razones de interés del derecho tienen que avenirse jurídicamente.

Sin embargo, muy pocas veces la fase de negociación termina en arbitraje. Por regla general los negociadores terminan conviniendo acuerdos políticos que se traducen en ofertas de concesiones recíprocas. De otra parte, salvo por razones de interés constitucional, los magistrados no gustan de arbitrar disputas políticas. Un ejemplo que bien nos viene al caso, lo constituye el dictamen de la sala constitucional del TSJ en materia del referéndum consultivo. Cuando sobre esta materia los magistrados dictaron sentencia, no hicieron otra cosa que elegir, por razones de economía procesal, una de entre varias propuestas interpuestas, la cual declararon inadmisible. Tal inadmisibilidad le devuelve a la mesa de acuerdos la potencialidad de la mediación política.

(*):Profesor de la UNELLEZ.

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