Opinión Nacional

SI, Revocado

El mundo occidental parece que todavía busca el sentido de su existencia desde el siglo XVIII y así parece ser por la diversidad de utopías relacionadas con la reestructuración de la sociedad que se han escrito.

La palabra revolución tomó nuevo significado a partir de allí. De vueltas de un astro alrededor del sol a su vinculación con la Revolución Francesa: destruir totalmente una sociedad para construirla de nuevo en todos sus aspectos: político, económico, social, jurídico, religioso, moral, cultural.

La praxis arranca, supuestamente, en Francia, 1.789, y se afirma en 1.793. Los actores, se dice, estar convencidos y autorizados por ese, su “ideal”, a destruir por medio del terror a todo aquel que se oponga a su revolución. Ejemplos, que por desgracia, aún los tenemos frescos y presentes.

Salió la idea de que la felicidad del hombre sólo podía alcanzarse mediante una transformación (revolución) total de la sociedad. Había que crear una sociedad justa, y, desde este punto de vista, era trivial elaborar una formula para volver bueno y educado a cada ser humano individualmente. Había que tratar la sociedad en conjunto. Por consiguiente, la solución del sentido de la existencia ya no era una cuestión personal. ¿Cómo esperar que un todo sea bueno sí sus partes no lo son? Se partía del supuesto de que el todo incidiría sobre sus partes. Es una utopía típica. Todas las teorías sociales de este tipo son utopías. Es decir, que la perfección del ser humano, la realización del ser humano, pasa por el ascenso a fondo, no progresivo ni parcial, sino repentino y global, de la sociedad. Cuando la sociedad llegue a ser justa en su conjunto, cada uno de los ciudadanos que la integran será a su vez un ser humano justo y feliz.

En estas utopías concurrían dos componentes de la filosofía del siglo de las Luces, por una parte el ideal del progreso científico que aseguraría el bienestar material y liberaría al ser humano de las preocupaciones derivadas de las privaciones, y por otra parte el ideal de las relaciones sociales justas. Cada uno de los individuos que integra la sociedad se beneficiaría de esta justicia y adoptaría a su vez una actitud más ética. La moral y el tránsito a la felicidad del individuo pasaban por la transformación de la sociedad en su conjunto. El individuo ya no tenía existencia propia, sólo existía como un elemento de la maquinaria social. Recordemos las frases de Lenin y de Stalin sobre el «hombre-perno». El hombre es un perno en la maquinaria de la construcción del comunismo.

Entonces, ¿qué está pasando, en Venezuela, a principios del siglo XXI? ¿En qué situación nos encontramos, según los “supuestos” líderes de la sociedad?.

El siglo XX es el siglo del fracaso de las utopías sociales comunistas. No funcionaron. Sus resultados son negativos. La cacareada igualdad y felicidad para todos terminó en un foso. Su ruina fue y es evidente. El nivel de vida de las sociedades comunistas fue y es varias veces menor que las capitalistas. Todas las desigualdades fueron y son mayores. En el campo moral, de la libertad y en lo material, fueron y son un total y escandaloso fracaso.

Este “bárbaro” actual pretende retrotraernos a la utopía social comunista, en donde, para colmo, él mismo no oculta, como su máximo exponente, ni sus colaboradores inmediatos, su vida opulenta, confortable, dispendiosa, con los medios y dineros públicos, mientras que el “pueblo” es agobiado por la penuria. El costo de alguna de sus prendas de vestir, sin duda alguna, aliviaría parte de esas penurias del “pueblo”. Esto es típico de la conducta de la dirigencia comunista en el poder observada.

Queda muy claro, entonces, de que la revolución pregonada por el actual “bárbaro” no puede construir una sociedad y hacerla perfecta. Eso quedo descalificado y ahogado en sangre durante el siglo XX. Es una utopía fracasada. ¡Y, entonces, SI hay historia y razones para revocarlo!

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