Opinión Nacional

Sin encuestas

No, no voy a violar las normas. No hablaré sobre las encuestas. Las estadísticas están a la vista. Tampoco llamaré a votar por una opción. No. Me limitaré a indicar que quienes finalmente decidan concurrir al proceso, sellarán el rumbo del país. Para el bien de todos, según lo previsible.

Dentro de la perspectiva actual resaltan tres datos. El primero es la superación, por primera vez en años, del esquema de polarización excluyente. En lo fundamental, la oposición dejó de complementar la estrategia oficial. El segundo es el destacado papel de fuerzas que no tienen como finalidad la obtención del poder. El tercero la ausencia del consenso, un requisito pendiente para constituirnos como pueblo y nación.

Pese al uso del “plan desestabilizador” y del “enemigo exterior” como recursos para suscitar abstención y evitar fugas, el oficialismo está tranquilo: no está en riesgo la continuidad del mandato presidencial. Siempre podrá aprobar leyes para llevar a cabo la paridad de genero, la reducción de la jornada laboral o la seguridad social para los trabajadores por cuenta propia. Todas las medidas socialmente avanzadas podrán adoptarse; pero con la Constitución de 1999.

El Presidente mismo, al considerar la eventualidad de un revés, adelantó que se impondría una reflexión. Un esfuerzo que le será indispensable para reconsiderar una estrategia de tránsito obligatoriamente pluralista hacia el socialismo. Pero también para comprender que su proyecto no llegó para quedarse y que igual que los Sandinistas tendrá que transitar de una fase de hegemonía en el poder a una de competencia plural para obtenerlo y ejercerlo en democracia. Un viraje que, a mediano plazo, contaría positivamente para la formación del PURS, especialmente si conduce a abandonar las fracasadas visiones estatistas del cambio social.

Por su parte las fuerzas que se resisten a la involución totalitaria del Estado, la economía, la sociedad y la vida cotidiana enfrentan sus propios desafíos. En el arco de los partidos de la oposición todos están seriamente averiados y su rehabilitación no derivará automáticamente de un auge de las ideas y posiciones democráticas de innovación social. Los sectores populares, ante el desgaste de la ilusión revolucionaria, no van a retornar al pasado.

Más allá de los cómputos, la inconformidad con el poder y las contradicciones internas en el proceso van a crecer. La dinámica exigirá pasar de los momentos defensivos a una mayor iniciativa política, a formular objetivos de país que articulen las energías dispersas.

Después de las evidencias cuantitativas irrumpirá el reencuentro y la reconciliación, el interés por afianzar fortalezas y rectificar rumbos, el derecho a formar parte del siglo XXI en las condiciones de una sociedad avanzada, de primer mundo.

Cerrar una jornada no es cesar las luchas. Especialmente si ella permite convertir el miedo en esperanza, la incertidumbre en decisión, la confusión en acción.

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