Opinión Nacional

Sin fuego en el cuerpo

No pocas veces tropezamos con hombres dorados (relojes y pulseras y corbatas y pc’s portátiles) borrachos y pagadores, si aceptas, como en Las Mil y Una Noches, escuchar sus historias…

Santiago Osuna conduce un CAMRY, junta dólares para su próximo CARTIER y los fines de semana se lleva a Z, su novia, en su potente y hermosa moto BMW, a las playas del Litoral Central. Es tan exitoso, que su oficina, profundamente enamorada, lo retiene hasta pasadas las diez y treinta y cuatro de la noche, diseñando presentaciones en POWER POINT. Algunas tragedias acompañan esa vida ejemplar, un divorcio explosivo y la vuelta al hogar materno donde las hamburguesas de Wendy’s reemplazan los guisados y sopas, pues sus padres juegan al alba. Pero lo trágico se manifiesta implacable en la desaparición ostentosa de su otra melena y en algunas formas adiposas que lo mantienen cautivo en GAP y VAN HEUSEN XL y no en las S y M anheladas. Santiago, dicen sus amigos, es un tipo feliz: “…siempre, siempre paga las cuentas del cine o el «pool”, comentan tenuemente irónicos. Santiago, brevísima vela a la espera del soplido aniquilador de su luz artificial.“El amor ese eterno que muere insatisfecho” Apollinaire, Nocturno. La lluvia cerrada no espanta fantasmas, sentencia un proverbio que acabo de inventar. Así, imagino la cara del portero cuando a las dos y cuarto de la madrugada, lluvia cerrada en el tiempo helado de San Antonio de Los Altos, vocalizando un aria antigua aparece caminando la elástica figura de Lizett, sonrisa en la mano izquierda, llaves en la derecha. Ella es una isla sin mayores obstáculos que súbitas corrientes marinas y alguno que otro león a la espera de su STEAK PIMIENTA para almorzar. Esa isla que es ella, recibe barcos de la Argentina, Italia y hasta China. En ella los barcos son hombres, cargados de mercancías-recuerdos y algunas rarezas astutas que ella disfruta al apagar la luz. De pequeña, me relató hace unos días, la nana le cepillaba los dientes y le hacía colitas de colores que se reflejaban inquietas en el mar. Lizett siempre está perfumada de ella misma. Y si le ofreces pasearla en tu Jaguar recién importado, ella sonríe y aborda su expreso YURUANI (o algo así). Y no es que desprecie esos tesoros sucedáneos de tarjetas doradas, sino que ella es así, tan ella, tan Lizett, quinientos bolívares en la cartera y la tesis a medio hacer en la PC oxidada de su hermana Janize, mi amiga. A veces te sorprende con un lujo: unas medias panty a cuadros importadas desde Austin, Texas. Su cabellera delata su signo: 07 de agosto. Y si llegas al final del camino, cuando se cambian las cuentas de vidrio por rocas afiladas, ella te obsequia una severa sonrisa y te susurra (es una sopranno spino, le dijo un profesor) un soneto de Shakespeare:

“Gracias inconstante en quien el mal es bello, no seas mi enemigo, aunque me mates”ALMA MARCA ACMENo pocas veces tropezamos con hombres dorados (relojes y pulseras y corbatas y pc’s portátiles) borrachos y pagadores, si aceptas, como en Las Mil y Una Noches, escuchar sus historias. Es casi una sola epopeya ensayada desde distintas voces, nombres y nacionalidades. La de hoy la cuenta Santiago, quien no se explica por qué una y otra vez las mujeres lo abandonan luego de retozar en cada bolívar de su Límite de Crédito. Pasan las horas y él te enumera hembras tan dispares como Lorena, Ivonne o Betty, la francesa del piso once, me contó casi llorando. Uno los escucha, un poco allí, un poco allá, tratando de recordar si pasaste dos veces la llave al salir de casa. Pero a la mezcla de vodka y relatos no se es, en mi caso, inmune. Y entonces le dije que yo sabía porque lo dejaban: “Pana, ¡es que tienes el alma ACME!”. Asombrado, apretó mi hombro y activó un REPEAT automático: “ACME, tu alma es de esa marca, ¿es que nunca viste el correcaminos?”. De la incomprensión a la agresión hay sólo un salto, así que para evitar un moretón tuve que desarrollar el desvarío como si fuese una idea, toda un Teoría Psicológica. “Tú premias a tus novias —le mumuré al oído— con el esplendor del SAMBIL. Salir contigo, para ellas, es pasearse por un comercial de la televisión por cable. Pero una vez extasiadas con los ruidos del poder, ellas se sumergen en ti a revisarte, calcularte, poblarte. Y entonces, ¿de qué les hablas? Le enumeras una y otra vez tus posesiones, tu variado status portátil. Mas ellas esperan que seas divertido, un HUMOR-MERCEDESBENZ o que seas más osado que las ofertas de los paquetes de turismo de aventura, mas resulta que no tienes un VIGOR-ROLEX , y luego sólo sueñan con tu sensibilidad espiritual (última racionalización en caso de pobreza extrema), pero no portas un POEMA-ARMANI. Después de enumerarle el catálogo de sus emociones asociadas a las más vertiginosas marcas, él se durmió agradecido en la barra, no sin antes indicarle al cauteloso barman que me sirviese lo que yo pidiese, así que me cobré la consulta llevándome un par de botellas de ABSOLUT dentro del morral.

CIRUELAS AMARILLAS Y SOÑADAS

Lizett asegura que ella reconoce al hombre de su vida (entendámonos bien, de ese momento específico de su vida) si cuando lo besa “me sabe a ciruelas amarillas”. Tímidamente le confesé no haber probado jamás esa variedad de fruta, y entonces ella chilló como una Cronopia de Cortázar mientras se burlaba y me acusaba de haberme perdido la mitad de todos los sabores de la Tierra. Inquieto, esa noche soñé que yo conversaba, en un prado merideño, con un grupo de amables desconocidas, de pronto Lizett saltó la muralla de piedras y se perdió en el horizonte. Unos segundos después, una niña tomó mi mano y me extendió su puño cerrado, al abrirlo, un Sol en su palma: una docena de ciruelas amarillas. Al despertar, entendí que la búsqueda apenas empezaba, y el escenario no sería la reducción minimalista de LA VIDA ES UNA MARCA. Tampoco es el ascetismo de Ghandi o el cinismo de Crates o Diógenes. El asunto se oculta tras todas las razones posibles. Puedes pesar y comparar y hasta medias aritméticas sacar de las vidas paralelas de Lizett y Santiago, y quizá no descubras nada. O puede ocurrirte algo peor: que notes que todo se reduce a mantener prendido el piloto (sabes, esa llamita que traen las cocinas a gas), esa breve flama que enlaza o eleva los otros fuegos, que a veces, puedes ser.

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