Opinión Nacional

Soldado de la dignidad

La muerte del Santo Padre ni sorprendió ni produjo tristeza. La esperábamos. El mundo fue testigo del calvario que con entereza supo afrontar. Entró por la puerta grande, conducido por Pedro, el antecesor más remoto, a la presencia del Señor. Misión cumplida. Toda una vida de servicio a la humanidad. Apóstol de la libertad. Guerrero de la paz auténtica, de la que se alcanza sin concesiones en valores y principios, aferrado a ellos en todas las circunstancias, especialmente en las más difíciles e inciertas. Mensajero del amor y la reconciliación, punto de encuentro para creyentes de similares raíces judeo-cristianas y referencia obligada para los demás, especialmente en las religiones monoteístas que responden a otras culturas. Estamos de riguroso luto, en emocionado homenaje a quien fue fiel servidor.

Sin embargo, nos invade una extraña sensación de vacío mezclada con cierta incertidumbre ante el porvenir inmediato. Nuestra Iglesia eterna, peregrina y misionera, estará de nuevo a la altura de la coyuntura mundial y de las peligrosas confrontaciones que asoman por doquier. Pero no será fácil suplir la ausencia de este Vicario de Cristo. No dudamos de la asistencia, necesaria como pocas veces, del Espíritu Santo a quien asuma la máxima responsabilidad que puede colocarse sobre los hombros de un ser humano. Debe estarla brindando en este momento al Cuerpo Cardenalicio, particularmente a quienes integrarán el Cónclave próximo a reunirse. Juan Pablo II fue un modelo de entrega, consecuencia y sinceridad. Su maravillosa personalidad reflejaba la fuerza del carácter, grandeza de corazón y la rectitud de su conducta. Impresionante armonía de facultades que simplificaban la naturaleza de su relación con los demás. Ese empeño en entender al “otro”, comprender sus razones, respetarlo y amarlo lo hizo grande, como grande fue, en el combate sin tregua contra el mal, la mentira, la hipocresía y el irrespeto a lo fundamental. La dignidad de la persona humana, la libertad, el fortalecimiento de la familia como núcleo central de la sociedad y la justicia social como instrumento para alcanzar el bien común fueron algunos de los lineamientos básicos de su mandato. A ellos tenemos que aferrarnos en memoria a quien fue paladín contra el totalitarismo excluyente, factor determinante en el desmoronamiento del imperio soviético, en la caída del muro de Berlín y en el emocionante final de las dictaduras de la Europa oriental, especialmente su nativa Polonia. “Chávez, pórtate bien” le dijo el Papa a un presidente, según versión oficial, que no sabe o no quiere detenerse ante nada, ni siquiera ante la arremetida incontenible de la destrucción que encabeza y del odio que distribuye con menos recato que la riqueza nacional. Por algo sería. Venezuela despierta y reacciona nuevamente, siguiendo su consejo. Sin miedo a nada, mucho menos a la verdad. Nosotros trataremos de seguir fieles a las enseñanzas y al ejemplo de Juan Pablo II, El Grande.

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