Opinión Nacional

Somos los hijos del Marqués de Sade

 

«Respetemos eternamente el vicio 

y no combatamos sino la virtud.»

Donatien Alphonse François

Marqués de Sade

 

Parece una mentira, de esas que están por ser elaboradas en el ya famoso Consejo de Estado, que en el país hayan resurgido las letras. Me gustaría decir que siempre hemos tenido las letras y nuestras creencias, porque para eso estamos, para hacer glamour del retroceso. 

Esa necesidad de saber donde estamos, que con tan legítima voz nos resalta el Profesor Elías Pino el domingo en las páginas de El Universal, no es traída por los desmanes de los saltatalanqueras y los comunistas de salón que gobiernan la República, sino por la historia política que siempre hemos querido tener, pero que nos huye, para que no hagamos burla de la majestad del perpetuo deseo ni para que le quitemos la piedra a Sísifo y lo dejemos sin oficio.

¡Qué domingo tan sabroso, cuando podemos darnos el lujo de leer las reflexiones de Nietzsche contadas por Emeterio Gómez sin percatarse que le dice al Profesor Elías Pino: esa idea de progreso en las letras es ingenua! Ya basta de esa mala costumbre de entregarle el crédito a quién no lo merece, ¿Qué es eso de decir que se duda incluso de la existencia del criterio del venezolano en las letras, sino hasta la venida del hijo de Barinas? Para la ficción siempre hemos tenido un talento, sino pregúntenle a Betancourt, Caldera y  Larrazábal por el Pacto de Punto Fijo.

Qué terror pensar que Venezuela sea la República de las Letras gracias al descontento que nace de los delirios de la izquierda machucada con la infamia del mientras van viniendo vamos viendo. Los escritores venezolanos deberían entonces prenderle una vela a la esbelta figura para que les dé más desgracia y necesidad para la pluma. Algunos dirían con fervorosa voz: ¡Sigue echando vaina mi Presidente!

La verdad es que las letras venezolanas no se deben solamente a un Presidente, sino a todos aquellos héroes autoproclamados de la política que se esforzaron por desarrollar el acto mal ensayado del que escribirían los venezolanos como Gallegos, Garmendia, Cabrujas, Caballero y Uslar Pietri. Todos ellos respondieron al llamado a que toda generación de venezolanos ha estado destinada desde que los españoles nos cambiaron interiores tiesos por gramos de oro: describir el eterno retorno del caudillo que nos cree pendejos.

Es que aquí la democracia, como decía Jorge Luís Borges, es un abuso de la estadística. La mayoría siempre cree escoger, pero todavía es misterio si seguimos siendo pendejos o es que tenemos un ojo clínico para escoger al más farsante. Carlos Andrés Pérez adquirió popularidad porque el hombre saltó un charco y un fotógrafo impertinente tuvo la gracia de capturar el momento. Luego, el actual Presidente no hizo nada sino fracasar un febrero en contra del anteriormente nombrado y decir un por ahora. Solo eso bastó para entregarles el poder. Tenemos la mala costumbre de confundir la inteligencia con la fuerza.

En virtud de ello, no hace falta sino leer el periódico para confirmar que aquí solo hace falta hacer las cosas mal para convertirse en héroe del Olimpo. ¿Dónde están los hombres de virtud? ¿Habrá espacio en La Carraca para cuando los encontremos? Somos los hijos del Marqués de Sade. Según algunos, somos la República de las Letras por la pérdida de libertad, somos el progreso de la intelectualidad por decir lo evidente y resaltar el fracaso. Al final, seguiremos en el error si seguimos creyendo que para tener progreso necesitamos calamidades.

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