Opinión Nacional

Soy un romántico

Soy un romántico no porque sea poeta, músico o loco; sino porque soy una persona crédula que sigue confiando en la buena fe de la gente aunque le hayan matado la poesía y robado el instrumento para enloquecerlo. Creo en Dios a mi manera, en el perdón y en los milagros. Creo que el hombre es moral y socialmente redimible cualquiera sea su condición. Que lo único que en la vida no tiene revés es la muerte, pero que aun así podemos elevar una plegaria ante nuestros difuntos para no sentirnos morir ni sepultarnos con ellos.

Se que con mi solo romanticismo no puedo ir al supermercado y adquirir la cesta básica alimentaria, pero igual me dirijo a los anaqueles y casualmente consigo alimentos a precios viejos o una oferta promocional que me hace rendir mi flaco presupuesto. Cuando no puedo comprar sino lo imprescindible, igualmente doy gracias a mi Dios porque ese día pude acostarme con el estomago contento. Los milagros en los que creo no son estas casualidades, sino aquellos donde por ejemplo tu te confrontas con un ángel o te cruzas con un extraterrestre o te topas con un objeto volador no identificado y se te transforma o trastorna la existencia en un santiamén. En esa frecuencia andamos la mayoría de lo románticos, esperando un portento. Y por que no? Quien quita…

Lo románticos vivimos de ilusiones y cada día morimos de desengaños, aunque eso si, confiando en nuestro Dios, por lo cual no nos sentimos avergonzados. Pienso que somos tanto o mas felices que algunos ricos y poderosos que acumulan muchos bienes materiales o mucho poder político, pero carecen del mas mínimo afecto. A los románticos en cambio todo el mundo los mira con simpatía porque hasta las cosas feas las ven bonitas. A los políticos, a los abogados, a los médicos y a los clérigos, los consideramos buenos o regulares, pero necesarios. En resumen, nos identificamos con lo que reza la desiderata, que aunque nos guste o no, “el universo se esta desarrollando como debe ser“. Que en este tiempo de tanta incertidumbre y desconcierto, solo un milagro puede transformar el panorama político, social y económico de una nación y del mundo y cambiar el curso de la historia, tanto la propia como la ajena como recién le ocurrió a “el vagabundo de la voz de oro”. Solo Cristo Salva!, gritaría un religioso a voz en cuello; mientras un incrédulo apostaría a que lo que quiere el clérigo es cortarnos con un cuchillo e’ cartón.


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