Opinión Nacional

Su caída o la pérdida de la República

Tuve la suerte, o el infortunio, de haber seguido de cerca la Cumbre Interamericana celebrada en Monterrey, México. También de haber escuchado el Mensaje anual del Presidente a la Asamblea Nacional. Confieso mi pena, no ajena como suele decirse sino propia, como corresponde a quienes tenemos mayores responsabilidades en la orientación de las presentes y futuras generaciones. Actuaciones lamentables. La primera con relación al continente y al mundo. Un payaso deplorable que actúa como un gran estadista que puede aleccionar a los demás, como si no supieran de quien se trata y las circunstancias en las que sobrevive. Objeto de burlas, manchetas y caricaturas que Venezuela no merece pero al protagonista no le molestan porque o no las entiende o esa megalomanía precoz que lo caracteriza le impide valorarlas adecuadamente. La segunda, en la Asamblea Nacional, está la más dramática confesión de ineficiencia y menosprecio por el pueblo que jamás haya demostrado gobernante alguno. Nada de nada en el campo de lo positivo. Espantoso retroceso en cuanto de verdad importa. El tipo, después de cinco largos años, mantiene sin aprobar las asignaturas fundamentales de la democracia. Entre ellas, mantenerse ajeno a las obligaciones constitucionales de la Presidencia de la República. Ni siquiera los principios fundamentales han tenido efecto sobre su reprochable comportamiento, alejándose cada vez más de los fines mismos del sistema. Si antes de estos dos eventos no tenía ninguna duda sobre la necesidad de trabajar para que este régimen dure lo menos posible, ahora lo considero la primera e inesquivable obligación de esa sociedad democrática, integrada por civiles y militares, por los ciudadanos de a pié, de la humanidad común, que durante más de tres años fueron protagonistas de la lucha y ejemplo para el mundo entero. Lamentablemente el liderazgo que asumió la responsabilidad de conducirla en esta etapa pareciera ir por detrás de la jugada, es decir, no está a la altura de la confianza recibida. Se debate internamente en debates y discusiones que solo revelan la falta de grandeza indispensable para garantizar el éxito liquidando al actual gobierno.

Les hemos dado solidaridad y apoyo incondicional hasta ahora, pero pretender que en nombre de la unidad opositora se tolere conductas reprochables y errores graves es hacernos cómplices de un “viaje hacia ninguna parte”. Unidad no es, ni puede ser, complicidad. Lo digo con preocupación y no poco coraje. Varios cojos juntos no hacen un corredor. Mucho menos si se empeñan en trampear unos con otros y apelan a la zancadilla con demasiada frecuencia. Este pueblo, como ha sido dicho, soñó un gran viaje pero sus dirigentes ven pasar el tiempo lavando las velas. Cuidado, además, con ciertos analistas que en su afán de equiparar víctimas con verdugos convierten su “imparcialidad”, a veces bien tarifada, en el disfraz despreciable del oportunismo.

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