Opinión Nacional

¿Tirar la toalla?

Las analogías históricas en el campo de la lucha política son tan riesgosas como necesarias. La tentación de equiparar situaciones separadas por el largo paso del tiempo suele ser una fuente de equívocos casi infinitos. Pero la comprensión del presente sin el debido respeto al contexto de la historia, siquiera contemporánea, puede terminar siendo una tarea estéril.

Después de la temporada revocatoria del 2004, no es exagerado afirmar que el señor Chávez le pasó la pierna al caballo. Salvando las enormes distancias, eso fue lo que sintió el señor Pérez Jiménez cuando luego de la fallida temporada electoral de 1952 fue investido como presidente constitucional. En aquel entonces eso también lo sintió el conjunto del país.

Aclaro que no estoy comparando ambos procesos en sus particulares institucionales. Que muy diversos son entre sí. Me refiero a un tema mucho más etéreo pero a la vez vital, que es la percepción general sobre la supuesta fortaleza y durabilidad del régimen de turno.

Ya en 1953 gran parte de la sociedad venezolana se adaptaba al «Nuevo Ideal Nacional», como ahora en el 2005 otros cultivan la llamada normalización pero en sentido de «asimilación» dentro de la «Revolución Bolivariana».

Un elemento singular de lo que estamos viviendo es que las numerosas razones que estimularon la formación de un vasto sentimiento opositor al régimen de Chávez, en especial a partir del 2001, no sólo no han desaparecido o por lo menos mitigado, sino que se vienen reforzando a paso de redoble. Sin embargo, para usar una frase gráfica y cínica del vice-Rangel, la «autopista luce despejada».

Sin imaginarlo, mucha gente siente lo que el Diablo quiso que sintiera Florentino cuando le describió su camino: «Sin alero ni rescoldo, sin luna ni morichal, sin alante, sin arriba, sin orilla, sin atrás»…

Si la naturaleza despótica y la vocación hegemónica de la denominada «revolución» estuviere evolucionando hacia los valores de la cultura democrática de Venezuela, otro y muy distinto sería el cantar. Pero ello lejos de ser así es más bien lo contrario.

En cada capítulo se despliegan más las características de una satrapía habilidosa. Como casi a diario se conocen nuevos hechos que dan cuenta de ésta, entonces no pocos pierden el sentido de perspectiva y se van, aún sin saberlo, aclimatando a las circunstancias.

De allí lo importante de no dejarse vencer por tantos factores adversos que, juntos, en verdad se asemejan a un paso infranqueable. El desierto hay que cruzarlo, como también se cruzó en otros tiempos de nuestra accidentada historia por hacer posible una convivencia cívica y plural.

En esta lucha por una patria democrática, moderna y justa no se vale tirar la toalla.

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